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Para algunos, votar legitimaría un sistema en el que no creen; otros afirman que, de no hacerlo, el gobierno de Enrique Peña Nieto saldría beneficiado

 

 

 

— Compa Paco Taibo2 (@Taibo2) junio 1, 2015

pec3b1a-salinas-1México se encuentra quizá en uno de los momentos más críticos de su historia. La guerra contra el narcotráfico ha dejado una descomunal cantidad de muertos y violencia. La clase política, entendida como la cúpula actual de la partidocracia, está más que nunca al servicio de unos cuantos y su bandera es la flagrante corrupción. Los indicadores de bienestar en el país son desoladores, y evidentemente la pobreza (prácticamente en los mismos niveles desde hace 30 años) ha abonado notablemente a la ola de violencia, pues fertiliza el terreno para la delincuencia.

En este escenario, y luego de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa que destapó intensamente la inconformidad que se respira en el país, las próximas elecciones del 7 de junio se perciben más absurdas que nunca.

En esta fecha se elegirán 2 mil 179 cargos públicos entre 500 diputaciones federales, 641 curules locales, 993 alcaldías, 20 juntas municipales y 16 delegaciones del Distrito Federal. Entre la apatía generalizada, distintas voces promueven al voto nulo como una manera de no contribuir con el sistema. Sin embargo, el sistema electoral mexicano no contabiliza al voto nulo como un mecanismo de castigo; contrariamente, como apuntan algunos especialistas, este favorece a los partidos que cuentan con la maquinaria suficiente para movilizar el "voto duro" de miles de personas afiliadas a los sindicatos, por ejemplo. El PRI podría ser el gran ganador del abstencionismo o el anulismo, como apunta el académico Roberto Duque Roquero. 

Otras voces como la del investigador de la UNAM José Woldenberg, advierten:

Un voto anulado es un voto anulado. Es muy probable que acabe expresando un malestar, pero no va a impactar la configuración de los gobiernos ni de los congresos.

Con lo anterior como premisa, un sector de la población ha promovido la campaña #NoTeAnules o #VotaEnContra como un mecanismo de castigo. Algo así como votar por un partido (sin estar necesariamente a favor de él) para castigar al gobierno en turno. Por su parte, los promotores del voto nulo coinciden en que aplicar esto último sería como legitimar un sistema en el que no creen. Sin embargo, el gobierno actual ha probado que la protesta no le hará cambiar su modus operandi. El probable castigo plausible sería votar por los partidos o candidatos independientes que no harían un bloque en el congreso para aprobar las reformas de Enrique Peña Nieto que tanto descontento ha causado. 

Lo cierto es que ambos bandos, los analistas y los promotores del voto de castigo con el #NoTeAnules, ofrecen argumentos interesantes. 

Ante la encrucijada "votar o no votar" es necesario hacer un análisis práctico, en números, de a quien le beneficia este acto. La analista Denise Dresser explica en una de sus columnas para Reforma que, después del movimiento anulista en 2009:

Felipe Calderón convocó a los líderes del movimiento anulista y en sesiones maratónicas en Los Pinos se diseñó la reforma electoral que llevó a la reelección, las candidaturas independientes, la consulta ciudadana, etcétera. Es falso que el anulismo no sirva de nada.

Por su parte Duque Roquero advierte que el problema con el voto nulo es cómo se encuentra enmarcado en las reglas del juego electoral, pues no está configurado para castigar a la clase política por su mal desempeño.

También, el prestigiado Edgardo Buscaglia considera que el voto nulo tendría un efecto de castigo solo si se diera de manera masificada. Pero un análisis de LoQueSigue proyecta esta intención manifiesta en Internet solo en 2% de los votantes, como lo muestra el siguiente video: 

 

Es fundamental analizar ambos argumentos si es que ninguna de las opciones actuales (lo que es más que probable) llena tus expectativas…

Twitter de la autora: @anapauladelatd 

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