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Si logramos identificar cómo y dónde se apoya el constructo conceptual de la escuela, sabremos también a dónde apuntar nuestros recursos de demolición
"Los tres monos sabios", escultura del santuario de Tosho-gu en Nikko, Japón

"Los tres monos sabios", escultura del santuario de Tosho-gu en Nikko, Japón

En mi ejercicio constante de mapear “el orden” escolar vigente e identificar los puntos de constitución ideológica y simbólica, voy a presentar ahora dos nudos de su articulación neurológica básica. Los identificas porque cuando te metes con ellos, la respuesta institucional siempre es la indignación y una pretendida ridiculización del instigador. Señal de que cabalgamos.

Si logramos identificar cómo y dónde se apoya el constructo conceptual de la escuela, sabremos también a dónde apuntar nuestros recursos de demolición.

El método de investigación que utilizo es elemental, soltar los reactivos y dar seguimiento a lo que producen. Mira qué sucede con estos dos.

Primer reactivo: opinar sin saber. Basta entrar a una escuela cualquiera, a una hora cualquiera y al hablar con cualquiera que se nos cruce, decirle “propongo que opinemos sin saber” para comprobar que hemos dado en la diana. Si hubiera policía cerca, entonces llamarían a la policía para desalojarnos de inmediato del lugar. Seremos ipso facto objeto de indignación. ¡Válgame Dios!

Y opinar sin saber quiere decir anteponer el sujeto al contenido, la persona a la información. Eso es justamente lo que no se soporta. ¿Qué piensas tú de tal o cuál cuestión? Esa pregunta no entra en la escuela. Opinar es constituirse, tomar posición, pensar. Opinar es mediatizar la entrada fría de la información en las personas; una entrada que si bien parece que nos vertebra, en realidad nos embalsama. Con la información por delante de la constitución personal, el saldo son estatuas, muñecos de cera que parecen personas; como si. (Me gusta eso de que la información sin formación embalsama, es decir, mata y deja en pie; sostiene la forma y asesina el sentido; preserva el cuerpo y destruye el alma. Eso es una escuela hoy.)

Opinar sin saber es interpretar, que es la buena acepción del demasiado santificado verbo “leer”. Poner de nosotros en todo aquello para que lo mismo se vuelva lo mío. Tomar posición; porque en la toma de posición el saldo pedagógico significativo no es la opinión –o sea, la posición, sino la capacidad de opinar, es decir, de toma, el hecho de constituirte. A la escuela nueva lo que le importa es el opinador, no sus opiniones.

Opinar hace serie virtuosa con intuir, que es otra gran función intelectual básica de las personas. Intuir quiere decir hacer mucho con poco; entreleer; avizorar y avanzar. Oler. Y para lograr eso debes poner de ti (si no hay “ti” no viene ningún “qué”); darle entidad de verdad a tu posición, a tu manera de ver todo aquello. Porque si no, sólo quedan literalidades, redundancias, memoria y repetición. El gap entre repetir e intuir aloja al sujeto que queremos formar en la escuela.

¡Válgame Dios usted escuela, entonces! ¿Consigue ver todo lo que deja afuera con lo que está dejando afuera? ¿Se está dando cuenta usted?

Opinar sin saber es una buena manera de defender tu libertad. Porque esperar a saber para opinar sella tu dependencia. Claro, yo sé: debemos discutir qué quiere decir saber. Pero saber en la escuela siempre quiere decir estar informado, simplemente. De eso hay pocas dudas. Y en el argot habitual de la clase media formadora de opinión en nuestros países, también.

La escuela debería exigir la opinión de quien no sabe cómo bautizo al proceso de conocimiento. Justo al revés, ¿ves?

Conclusión: hemos tocado un nervio. Hemos desmontado un punto de articulación de la gramática escolar vigente. Si queremos deconstruir la escuela debemos invertir el sentido conceptual de ese punto de articulación del relato que vertebra la escuela.

Vamos por otro.

Segundo reactivo: evaluar subjetivamente. Nadie acepta en la escuela que el juicio de alguien puede ser un buen recurso para evaluar a otro. Y nadie es nadie. La cosmovisión escolar no se lleva bien ni siquiera con la autoevaluación, que es el juicio de alguien aplicado sobre sí mismo.

La escuela anhela las objetividades “científicas”; se cocina en esos caldos. Sustantivo adorado en el mundo escolar el de la “objetividad”. Si algo es objetivo, se descuenta que es mejor; y si algo osara presumirse de subjetivo, pues entonces es inmediatamente denostado. Otra vez, cuando menos sujetos, mejor; el mundo escolar se siente infinitamente más cómodo con los objetos –también en su semántica.

Evaluar subjetivamente quiere decir que hay impresiones en juego, interpretaciones en danza, criterios que pueden variar, puntos de vista que cambian el esquema de valor. Dialéctica de gente con gente, que es eso una escuela (y las sociedades). La escuela no acepta que las cosas no valen por sí, sino en el contexto significativo en que ellas andan y se proponen. Evaluar no es aislar en laboratorios asépticos; por el contrario, es integrar en espacios sociales ricos, complejos, diversos, múltiples, irreductibles. Los productos valen por lo que aportan al colectivo en el que se aplican y los procesos valen por lo que aportan al sujeto –individual o colectivo-- protagonista del mismo.

Evaluar supone poner a trabajar todo junto en función de una situación y sus efectos en todos los planos. “Me conmovió” puede ser un juicio mucho más hondo y más justo que “está correcto”. Aun –y sobre todo-- en el mundo escolar y en los procesos de aprendizaje. Evaluar, que no es medir; es juzgar, sin pena y con responsabilidad.

¿Has conseguido imaginarte qué indignación suscitaría todo esto en la escuela de tu comunidad? ¿Te imaginas haciéndole este planteo a la vicedirectora de la escuela de tu hijo? Haz la prueba si quieres, pero estate preparado. Huirás y confirmarás. Luego me cuentas.

 

Twitter del autor: @dobertipablo