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Durante el México del siglo XIX no fue en los congresos donde se dio el mayor debate político, sino en los medios impresos que nacían y morían según la coyuntura de cada momento

el-siglo-diezynueve-2El siglo XIX ha sido el más convulso en la historia de México; entre la caída del imperio de Agustín de Iturbide en 1822 y el ascenso al poder de Porfirio Díaz en 1876 hubo más de 30 presidentes, sin contar los distintos períodos que tuvieron personajes como Santa Anna, Juárez y Bustamante, entre otros. Desde los primeros años de este siglo fue tomando mayor fuerza la idea de convocar a un levantamiento que, si bien no buscaba la independencia como tal, se centraría en mejorar las condiciones sociopolíticas de la Colonia. Descubiertos los conspiradores e iniciado el movimiento del cura Hidalgo (1810), considerando la feroz reacción del gobierno virreinal, la idea de un país independiente comenzó a cobrar mayor sentido y la guerra improvisada se extendió por una década (hasta 1821).

Consumada la Independencia las disputas internas fueron instantáneas, no terminábamos de ponernos de acuerdo sobre el país que seríamos cuando tuvimos que lidiar con la guerra con Estados Unidos, así como las guerras intestinas entre liberales y conservadores aunadas a las guerras con Francia; además, se logró negociar la deuda externa para evitar la intervención de Inglaterra y España. Al final hubo un proceso de relativa estabilidad de la única manera en que era posible: la instauración de un régimen dictatorial en el último cuarto del siglo XIX.

Quizás una de las consecuencias directas de los acontecimientos del siglo XIX fue la proliferación de diversos medios informativos con distintas líneas políticas, por primera vez en la historia de México y la extinta Nueva España, ningún grupo ostentaba un poder absoluto y duradero capaz de controlar los flujos de información; además ya no era necesario presentar un prospecto (documento en el que se declaraba el tipo de contenidos y secciones que integrarían la publicación) ante la autoridad a fin de obtener el permiso para publicar un periódico. Los medios se diversificaron y con ellos la difusión de propaganda.

El Diario de México comenzó a circular en la primera década del siglo XIX como una manera de complementar la escasa oferta informativa de la Colonia, que para esas fechas ya contaba con la Gaceta de México. Desde su formación este diario ofrecía al público noticias, anuncios y textos literarios como innovación. El objetivo del Diario no era competir con la Gaceta (que tenía el monopolio de las noticias políticas) sino complementarla, respetando las atribuciones únicas de esta.

Durante el tiempo que se publicó el Diario de México (1805-1817) hubo diversos sucesos trascendentes para la Nueva España: en 1808 tuvo lugar la invasión francesa a España, con el consecuente encierro del rey Fernando VII; dos años después inició el levantamiento insurgente; un par de años más tarde (1812) fue promulgada la Constitución de Cádiz, la cual era de tipo liberal. Dichos acontecimientos evidenciaron (mas no generaron) las diferentes ideologías que mantenían a los grupos confrontados por dirigir lo que años más tarde se conocería como la nación mexicana. Y en ese cruce se vieron presionados periodistas y editores, la censura del gobierno por un lado y la exigencia de apertura por el otro. A pesar de la relativa vulnerabilidad del gobierno virreinal durante la invasión napoleónica a España y la revuelta independentista, el Diario de México en ningún momento contradijo los intereses de la Corona, criticó directamente a Napoleón y criticó (al menos veladamente) a los insurgentes. Las ideologías cruzadas no dirigían la línea editorial del periódico, acaso orientaban los matices de la información que publicaban, lo cual evidenciaba los malabares del medio para dar un poco a cada bando: el resultado era que ni gobierno ni público ni insurgente quedaban conformes con los contenidos.

A partir de 1810, año en que inició la Guerra de Independencia, surgieron otros medios impresos, algunos fundados por los insurgentes (El Despertador Americano, El Ilustrador Nacional, El Semanario Patriótico Americano, El Correo Americano del Sur) como instrumento de propaganda para su causa, lo cual incluía denunciar los abusos del gobierno virreinal y difundir los partes de guerra. En el otro extremo, además de la Gaceta de México, durante la revuelta armada surgieron otras publicaciones afines al gobierno, como El Centinela Contra los Seductores y El Español. No sobra decir que los diarios favorables a los independentistas sólo tuvieron presencia en las ciudades conquistadas por los insurgentes y sólo fueron publicados en tanto dichas ciudades permanecieron bajo su dominio. Los colaboradores de los medios proindependentistas siempre fueron perseguidos por las fuerzas realistas (incluso hubo amenazas abiertas contra posibles lectores); todo esto a pesar de haberse promulgado la libertad de imprenta a finales de 1812. Sin embargo, las disputas también se daban por la vía periodística, es decir, los medios progobiernistas dedicaban espacios en sus publicaciones para desmentir las aseveraciones de los insurgentes e incluso contraatacar con diversas notas, algunas repudiando a los insurgentes, otras “explicando” a la población las fatídicas consecuencias de la revuelta, la división y una eventual independencia.

Una vez concluida la Guerra de Independencia, exrealistas e insurgentes unidos en los ímpetus del abrazo de Acatempan (1821) buscaron extender sus acuerdos hacia la construcción de un sistema de gobierno; el resultado de la primera negociación fue el ascenso de Iturbide como primer emperador (la otra alternativa que se planteaba era en realidad imposible, que Fernando VII dejara el trono de España para reinar en México): la consecuencia fue su posterior derrocamiento y los permanentes vaivenes de la República (fuera federal o centralista) sacudida por las disputas entre conservadores y liberales, teniendo en Santa Anna al comodín ideal para mantener y arrebatar el poder; de las 11 veces que ocupó la presidencia seis lo hizo como conservador y cinco como liberal.

A grandes rasgos, durante este periodo, la prensa mexicana se mantuvo como instrumento de las dos principales corrientes políticas, las cuales a su vez aglomeraban a otras fuerzas afines; sin embargo, ante la ausencia del poder absoluto que ejercía la Corona, el tironeo político volvía más radicales los contenidos de la prensa, todo el país estaba convulsionado y la prensa era un reflejo de ello; a partir de entonces el periodismo de opinión obtuvo reconocimiento y cobró relevancia: en la letra había libertad de prensa en casi todos los temas excepto los religiosos (en eso existía consenso factual), pero en la práctica hubo diversos intentos por limitar dicha libertad (Iturbide, Guerrero, Bustamante, Santa Anna, Arista, por mencionar algunos) y perseguir a la prensa opositora. Al final fue la misma coexistencia de grupos en pos del poder lo que garantizó en cierta medida la publicación de todas las opiniones, aunque posteriormente los autores pagaran las consecuencias en los tribunales o el exilio. Los editoriales (o notas) incómodos para algunos (incluidos los gobiernos en turno) a menudo eran atacados o contrarrestados mediante la publicación de editoriales (o notas) opuestos: la confrontación política y social en el día a día, entre el final de un episodio armado y el inicio del siguiente, se mantenía viva y cobraba vigor en el terreno de las ideologías, las cuales eran difundidas en la prensa. Incluso fue en los medios de la época donde tenían lugar gran parte de las discusiones sobre el rumbo que debía tomar el país: República federal, similar al modelo estadounidense (¿cuántas entidades eran necesarias?), o República centralista, similar al modelo colonial (¿quién tendría la fuerza suficiente para controlar todo el país?).

Durante el siglo XIX, principalmente en el período comprendido entre la caída de Iturbide y el establecimiento de la República federal (1823/1824), muchos medios impresos aparecieron y desaparecieron de acuerdo con la coyuntura de cada momento, lo mismo surgían cuando cierto grupo quería expresar su inconformidad con el régimen, que cambiaban contenidos o cerraban cuando el gobierno en turno los perseguía; sin embargo, esta dinámica bajo la que funcionaba el periodismo mexicano se intensificó tras la instauración de la República centralista (1835/1836), toda vez que la oposición de los estados (al considerar el cambio como un retroceso histórico) se concentró en recuperar su soberanía (y los beneficios que esta les representaba), lo cual requería de mayores espacios para publicar críticas al gobierno centralista. Otros periódicos fueron y vinieron según las circunstancias de cada época como El Siglo Diez y Nueve, dirigido varios años por el periodista Francisco Zarco; fue paradójico que este diario de ideología abiertamente liberal criticó y alabó a Santa Anna según cambiaban los “principios y convicciones” de este controvertido personaje durante su relación con el poder; aun así este periódico, junto con El Monitor Republicano, fue el principal medio opositor al régimen conservador; su antagonista era El Diario del Gobierno.

En 1846, declarada la guerra entre México y Estados Unidos se restableció la Constitución de 1824, lo que significó la vuelta al régimen federal y el retorno del dúo Santa Anna y Gómez Farías, como presidente y vicepresidente, lo cual en ningún sentido abrió la posibilidad de que el bando centralista se adhiriera a su exrepresentante para enfrentar la invasión norteamericana: la guerra se perdió. Tras la derrota, en 1848 se publicó el primer periódico en lengua inglesa, The American Star, así como tres medios con línea religiosa: La Patria, El Observador Católico, La Voz de la Religión. Desde la prensa se comenzó a difundir la voz de distintas fracciones de la sociedad civil que exigían amplias reformas, incluidas la del ejército, el clero y la burocracia.

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La quinta década del siglo XIX fue un momento histórico cargado del lado liberal, sin embargo, estos mismos grupos se encontraban divididos en la forma y unidos en el fondo; además, lo grupos conservadores no cesaban en sus afanes por volver al centralismo. Fue en estos años cuando ganaron terreno las revistas de contenido político y literario, las cuales aunadas a los periódicos, contribuían a difundir los idearios de los diversos grupos con posturas políticas claramente definidas; los principales temas que se publicaban en aquella época tenían que ver con las siguientes preguntas: ¿Cuáles reformas eran necesarias? ¿Quiénes debían ejecutarlas? ¿Qué tipo de país debía ser México?

La segunda mitad del siglo XIX el país se encontraba aun peor que en los años inmediatos a la consumación de la Independencia, las campañas militares francesas y las disputas armadas entre conservadores y liberales habían terminado de arrasar a una nación que nunca logró ponerse de acuerdo: Imperio, República federal, República centralista, otra República, otra guerra con el extranjero, otra guerra con el interior, otro Imperio, otra guerra con el exterior, otra República, otra dictadura. La falta de visión de los liberales para integrar un sistema político bipartidista, una vez derrotados los conservadores, la saña con que buscaron exterminarlos, dejó mutilada a la nación y abrió la puerta para la instauración de una dictadura de 3 décadas (que al final dio lugar a una nueva revuelta armada). Los medios se fueron industrializando durante este tiempo, pero mantuvieron su carácter ambiguo, por un lado los afines cobijados por el sistema, por otro lado los opositores perseguidos. Sin embargo, los medios impresos fueron una plataforma permanente para el debate sobre el rumbo que debía seguir el país; durante el siglo XIX mexicano no fue en los congresos donde se dio el mayor debate político, sino en los medios impresos que nacían y morían según la coyuntura de cada momento.

En la actualidad México es una República federal con un gobierno presidencialista; sin embargo, los vaivenes entre la República centralista y República federal a lo largo del siglo XIX confirieron a la figura del presidente un peso que no corresponde a un sistema federal, sino centralista; esto se debe, al menos en parte, al hecho de que (aun cuando los federalistas estuvieron en el poder) al no existir instituciones de gobierno sólidas, el presidente representaba y cargaba con todo el sistema de gobierno: quitar al presidente representaba desaparecer todo el sistema de gobierno y daba pie al surgimiento de uno nuevo y opuesto. En este sentido, concluida la Revolución Mexicana y buscando la estabilidad social y política, desde el partido de gobierno recién fundado (PNR-PRM-PRI) comenzaron a construirse instituciones de gobierno; no obstante, en nombre de la estabilidad, estas se construyeron en torno a la figura del presidente, lo cual permitió al titular del poder ejecutivo mantener el control absoluto del país durante gran parte del siglo XX (incluidos los medios de comunicación: ya no se debatía sino se obedecía). A la fecha, si bien el presidente ejerce un poder menor que en el siglo pasado, en el momento que lo “considera necesario” llega a disponer de las entidades federativas a la usanza de una República centralista. Al final, los jaloneos entre centralistas y federalistas dieron lugar a una federación con propensión al centralismo.

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