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La segunda parte de una lista de destacadas lecturas de psicología, filosofía, ciencia y ficción

 

Leer primera parte

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Synchronicity: An Acausal Connecting Principle, Carl Jung (1960)

El pequeño tomo donde Carl Jung condensa finalmente sus ideas sobre la sincronicidad. El libro es el fruto de años de reflexión y particularmente de su correspondencia con el físico Wolfgang Pauli sobre el Unus Mundi o la realidad unificada subyacente de la cual, teorizan, emergen los fenómenos que percibimos. Una explicación plausible de los extraños eventos sincronísticos que no parecen tener causalidad es que tanto el observador del evento como el evento emergen de esta unidad implicada en todas las cosas. Aquí la psicología se encuentra con la física cuántica.

En Synchronicity, Jung traza los orígenes de esta fascinante idea, remontándose a sus antecedentes y precursores, entre ellos Albertus Magnus, Plotino, Schopenhauer, Leibnitz con su “armonía preestablecida” o el mismo Tao, que Richard Wilhelm traduce como “el  sentido” (pero como podemos entender, también como “el significado”). La sincronicidad es justamente una coincidencia que no tiene causa pero sí significado. Emerge aquí la cosmovisión jungiana de un universo eminentemente significativo y hermenéutico. 

Jung maduró su concepto de la sincronicidad estudiando fenómenos paranormales o psi, incluyendo un amplio estudio astrológico. La sincronicidad permite explicar "las coincidencias significativas" entre fenómenos físicos y psíquicos que no son posibles de explicar por las categorías comunes de tiempo, espacio y causalidad. Este principio acausal conecta la naturaleza interior con la naturaleza exterior y, según Jung, ocurre en mayor medida cuando están involucrados niveles instintivos (arquetípicos, simbólicos y emocionales).

Como he dicho, es imposible, con nuestros recursos actuales, explicar la percepción extrasensorial, o el hecho de la coincidencia significativa, como un fenómeno de energía. Esto termina con la explicación causal también, ya que un “efecto” no puede entenderse más que como un fenómeno de energía. Así que no puede ser una cuestión de causa y efecto, sino de caer conjuntamente en el tiempo, un tipo de simultaneidad… considero que la sincronicidad es una relatividad del tiempo y el espacio psíquicamente condicionada. Los experimentos Rhine han demostrado que en relación a la psique el tiempo y el espacio son, por así decirlo, “elásticos” y pueden aparentemente reducirse al punto de la desaparición, como si fueran dependientes de condiciones psíquicas y no existieran por sí mismos sino que fueran “postulados” por la mente consciente. En la visión original del mundo, como la encontramos entre hombres primitivos, el tiempo y el espacio tienen una existencia precaria. Se convierten en conceptos “fijos” sólo en el curso del desarrollo mental, gracias sobre todo a la introducción de la medición. En sí mismos, el espacio y el tiempo consisten en nada. Son conceptos hipostasiados engendrados de la actividad discriminatoria de la mente consciente, y forman coordenadas indispensables para describir el comportamiento de los cuerpos en movimiento. Son, entonces, esencialmente psíquicos de origen, lo cual es probablemente la razón que hizo que Kant los considerara como categorías a priori. Pero si el tiempo y el espacio son sólo propiedades aparentes de cuerpos en movimiento y son creados por las necesidades intelectuales del observador, entonces su relativización por condiciones psíquicas no es ya motivo de asombro sino que llega a los límites de la posibilidad. Esta posibilidad se presenta cuando la psique observa, no a los cuerpos externos, sino a sí misma.

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Cosmos and Psyche, Richard Tarnas (2006) 

La obra magna del historiador y astrólogo arquetipal Richard Tarnas, es una reflexión sobre la relación entre la psique y el mundo—no como opuestos, sino como aspectos complementarios, que se interpenetran. Tarnas sostiene que el alma y la inteligencia se difunden por todo el mundo y no son exclusivos del ser humano; la psique es permeable y existe como anima del mundo. En Cosmos and Psyche, Tarnas hace una lectura de la historia de Occidente y sus grandes figuras como encarnaciones de una rueda primigenia de arquetipos, y llama a una nueva revolución copernicana:

Para encontrarnos con la profundidad y la complejidad del cosmos, requerimos formas de conocimiento que integren completamente la imaginación, la sensibilidad estética, la intuición moral y espiritual, la experiencia revelatoria, la percepción simbólica, modos somáticos y sensuales de entendimiento y el conocimiento empático. Sobre todo necesitamos despertarnos y sobrepasar la gran proyección antropomórfica que virtualmente ha definido a la mente moderna: la proyección del ser moderno y su voluntad de poder de un paradigma donde el mundo no tiene alma.

Tarnas detecta un mundo desencantado, en el que la ciencia y la tecnología se han erigido como señores absolutos de la naturaleza, saquéandola y despojándola de su rica matriz de significado. Nos separamos de la Iglesia y de la tiranía de la deidad, pero quedamos fuera de la naturaleza:

Al hacer del mundo un objeto inerte el ser ha cobrado enorme poder individual, pero a expensas de que el mundo ha perdido profundidad y significado.

El nuevo dios es el hombre, el nuevo dogma es la ciencia, vivimos en un monoteísmo de la conciencia. Nos hemos apropiado de “toda la inteligencia  y alma, sentido y propósito antes percibido en el mundo” y “todas las cualidades espirituales se ubican ahora exclusivamente en la mente humana”.

Tarnas analiza la historia del pensamiento occidental desde la astrología arquetipal y desde un marco sincronístico, una empresa poco menos que gargantuesca. No se trata de adjudicar una causalidad a los planetas sino de establecer una cámara de resonancia entre el hombre y el cosmos, de entendernos como entretejidos en un esquema más amplio y misterioso. “Los planetas no causan eventos específicos, más bien las posiciones planetarias son indicativas del estado cósmico de las dinámicas arquetipales en ese momento”. El mundo es un texto viviente, como dijera Plotino:

Las estrellas son como letras que se inscriben en cada momento en el cielo. Todo en el mundo está lleno de signos. Todos los eventos están coordinados… Todas las cosas dependen entre sí; como se ha dicho antes: Todo respira en conjunto.

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The Cities of the Red Night, William Burroughs (1981) 

Me había ido con la finta sobre Burroughs; pensaba que sus mejores novelas eran de la época de The Naked Lunch y Junkie, en el apogeo beatnik... pero ahora pienso que su mejor novela, al menos la más desaforada a la vez que lograda  y estrambóticamente estimulante es The Cities of the Red Night, una historia de viaje en el tiempo, sexo, opio, detectives y guerras biológicas. Una space opera de piratas homoeróticos aristócratas del espíritu, que forman parte de una sociedad secreta (que incluye a unos intrigantes gemelos reptilianos) y que viajan en el tiempo –y/o reencarnan a través de la historia-- buscando infectar al mundo con ideas iluministas, utópicas –"el lenguaje es un virus especial"--, muy en el estilo de las zonas temporalmente autónomas de Hakim Bey, que no son sólo soleadas praderas para el intelecto, también lo son para la lascivia y la voluptuosidad. Pero como siempre ocurre en el universo de Burroughs, hay una tendencia entrópica, una decadencia radioactiva subyacente que acaba por desintegrarlo todo y llevar el sueño a los abismos del control mental y al más disoluto desenlace.   

La ciencia ficción de Burroughs tiene este componente paranoico –que une todo en un collar de objetos que se reflejan los unos a los otros y copulan entre sí para desgarrarse. En Las ciudades de la noche roja (parte de una trilogía interespacial de novelas con las que culminó su ficción), Burroughs emplea una forma más sofisticada de su técnica cut-up para entrelazar intuitivamente fragmentos, requiriendo del lector una constante alerta a las analogías y a las metamorfosis de los personajes. Lo que está haciendo Burroughs al final es una historia secreta del tiempo –todas las vidas que somos ocurren simultáneamente, secretamente afectándose entre sí. Las ciudades de la noche roja son también un libro dentro del libro, una especie de historia de la galaxia escrita por demiurgos y tiranos del espacio que se derrama y confunde con la realidad. El universo ha sido pregrabado, el presente es el “pre-sent”, lo pre-enviado  y es la labor del detective Clem Snider alterar la “grabación de control”. Para escapar de esta rueda, similar al maia del budismo, los miembros de la zona temporalmente autónoma descubren una técnica: sincronizar su muerte con un orgasmo y de esta forma escapar de las fauces del Chacal, del aparato de control telepático… el espíritu por el tragaluz cósmico en un chorro de esperma.

La invocación-dedicación del libro nos da una probada de la ecología de almas que poblará la novela:

Ix Tab, Goddess of Ropes and Snares, patroness of those who hang themselves, to Schmuun, the Silent One, twin brother of Ix Tab, to Xolotl the Unformed, Lord of Rebirth, to Aguchi, Master of Ejaculations, to Osiris and Amen in phallic form, to Hex Chun Chan, the Dangerous One, to Ah Pook, the Destroyer, to the Great Old One and the Star Beast, to Pan, God of Panic, to the nameless gods of dispersal and emptiness, to Hassan i Sabbah, Master of Assassins, [and to] all the scribes and artists and practitioners of magic through whom these spirits have been manifested….
NOTHING IS TRUE. EVERYTHING IS PERMITTED. 

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Acercamientos: Drogas y ebriedad, Ernst Jünger (2000)

El diario de viajes y observaciones inspiradas por las drogas de Jünger merece un lugar entre clásicos visionarios como Las puertas de la percepción de Huxley, Opio: Diario de una desintoxicación de Cocteau y Los paraísos artificiales de Baudelaire, entre otros.

La meditación lúcida de Jünger extrae sosegadas epifanías de sus experiencias y de una tajada exprime el espíritu de cada sustancia. A diferencia de otros psiconautas, la educada sensibilidad de Jünger no parece necesitar tropezar con la misma piedra dos veces para absorber la esencia.

El libro inicia con una refinada meditación que se anticipa al renacimento de la medicina psicodélica que estamos viviendo en los últimos años, especialmente los estudios de la Universidad Johns Hopkins con pacientes terminales. Jünger entiende que la muerte no se sirve de narcóticos y anestesia sino de algo que sólo los psicodélicos pueden proveer –acaso como Huxley, que eligió cruzar el agujero negro con una dosis de LSD. Lanza un llamado a la hiperestesia del misterio: "En la hora postrera, no conviene administrar narcóticos, sino más bien dádivas que amplíen y agucen la conciencia"... y es que dice, en una especie de koan elegantemente psicodélico: "el gallo de Asclepio tiene un plumaje multicolor".

Drogas y ebriedad es un paseo erudito por el jardín multidimensional de los más legendarios estimulantes, psicotrópicos y enteógenos, desde el éter a los hongos mágicos, o desde la cerveza al LSD, donde las drogas son sólo el aperitivo para reflexionar sobre la historia, el arte y la condición humana: "Baudelaire ha mostrado que la ebriedad, no sólo de los amantes, sino también del mendigo y del asesino, contiene la libertad". 

Sobre la cocaína, dice: "La nieve, en caso de que se encuentre con un organismo intacto, transporta al espíritu a un estado de frialdad vigilante y lo abandona, suprimiéndole la percepción del cuerpo al goce solitario de sí mismo”.

Al final aprendemos que las visiones numinosas y las revelaciones de las drogas son tan poderosas y cautivadoras como la mente que las hospeda. La mente de Jünger, para delicia del lector, es el teatro que potencia sus efectos, que todo lo vuelve calmo, diáfano y maravilloso. Bajo los efectos de los hongos, Jünger tiene una experiencia similar al Aleph de Borges: "El espíritu  de la tierra revela su poder en una diversidad proteica, en los slums como en la Avenida, en la Subura como en el Capitolio. De Quincey vio al consul romano en el cortejo triunfal y Nietzsche al Cesar bestial cuando Roma 'se había transformado en una puta y en un burdel'". Collages históricos vistos por Jünger en hongos, con unos psicodélicos lentes para mirar en el tiempo, cliodinámica, cronoscopios, meditaciones que transparentan los engranes del tiempo.

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Missing Microbes, Martin Blaser (2014)

Para muchos, la frase "matar bacterias está creando nuevas plagas" podría parecer un contrasentido. Después de todo, las bacterias, los virus y todos los gérmenes y bichos son malos, según nos han enseñado, y debemos erradicarlos. Este lugar común, sin embargo, está siendo seriamente cuestionado por los recientes descubrimientos del microbioma humano, un ecosistema interior que hace del hombre una especie de pequeño planeta de vida. El doctor Martin Blaser, en Missing Microbes, hace un diagnóstico de la actualidad de este vital sistema microecológico cuya pérdida de diversidad podía ser más grave de lo que se piensa. 

Nuestro cuerpo tiene cerca de 30 billones de células humanas, una cifra que palidece en comparación con las más de 70 billones de células conformadas por bacterias que componen también nuestro cuerpo. Entre 70 y 90% de nuestro cuerpo está constituido por células microbiales (las cuales conforman también un segundo genoma). Estrictamente, somos más bacterias que humanos. El planeta es también más bacterial que otra cosa. Por más de 3 mil millones de años las bacterias fueron los únicos habitantes de la Tierra; ellas crearon las condiciones para la vida como la conocemos. De hecho hay más bacterias que todos los animales y plantas juntos de la Tierra y no sólo hay más, exceden a tal nivel los otros reinos biológicos que tan sólo las bacterias pesan más que todos los otros organismos juntos del planeta. Si queremos emplear una dimensión cósmica, nos puede impersonar saber que hay más bacterias en la Tierra que estrellas en la galaxia.

El ser humano ha evolucionado de manera simbiótica con su microbioma --el cual puede ser visto como un órgano cuasi ubicuo, distribuido desde la la piel hasta el intestino. El uso excesivo de antibióticos y el paradigma antimicrobial han hecho que perdamos diversidad microbial, algo similar a la tala indiscriminada de un Amazonas interior. Blaser explica: 

Y sin embargo, en las últimas décadas, en medio de todos estos avances médicos, algo ha salido terriblemente mal. En muchos sentidos nos estamos enfermando más… Estamos padeciendo lo que llamo “plagas modernas”: obesidad, diabetes infantil, asma, alergias estacionales, alergias alimenticias, reflujo esofágico, cáncer, enfermedad celíaca, enfermedad de Crohn, colitis, autismo, eczema… A diferencia de las plagas letales de años atrás que atacaban rápido y duro, estas condiciones crónicas merman y degradan las calidad de vida de sus víctimas por décadas.

Las razones que provocan este desastre están alrededor de ti, incluyendo el uso excesivo de antibióticos en humanos y en animales, las cesáreas, y el uso indiscriminado de antisépticos y productos antimicrobiales. Mientras que la resistencia a los antibióticos es ya un problema enorme –viejos asesinos como la tuberculosis se muestran crecientemente resistentes y amenazan con regresar– ahora parece haber diferentes azotes, como la bacteria Clostridium difficile (C. diff) del tracto digestivo, que es resistente a numerosos antibióticos o el Staphylococcus aureus (MRSA) que puede ser adquirido en cualquier lado. La presión selectiva de los antibióticos claramente incrementa su presencia.

Paralelamente a la crisis ecológica externa, al cambio climático y la contaminación de ríos, cielos, mares y tierras, se avecina "un invierno antibiótico": bacterias superresistentes, plagas modernas y personas con sistemas inmunes comprometidos. El costo financiero de esta crisis superará los cientos de millones de dólares al año y se postula como el principal problema de salud mundial. Una convincente razón para pensar dos veces la próxima vez que te digan que te tomes un antibiótico.

Twitter del autor: @alepholo