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Si la escuela va a hacer su “Show de talento”, que lo haga con compromiso. Que asuma que si ahí no hay talento, ella falla

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La escuela, que es muy exigente para muchas cosas, no lo es con el talento. Al contrario, lo considera un dato genético y pasa de él. No parece creer que ella y él tienen algo que ver.

Yo creo que sí.

Creo que el talento se trabaja y se forja. Y que por lo tanto la escuela puede trabajarlo y forjarlo, o no. Y creo que no lo hace. Que cuando lo niega porque lo considera una sobredeterminación estructural de algunos niños, se pierde una oportunidad y genera algunas atrofias; que esa abstención deja cicatrices en los niños y en la institución.

Y creo –también-- que el talento no es una carga genética. (Me refiero al talento en sentido amplio; talento del tenista y talento del fotógrafo y del biólogo). Ni siquiera creo que sea una carga simbólica inalterable y predeterminada. El talento es un camino de desarrollo. El punto de partida no importa, importa la evolución relativa. Por lo menos, eso es lo que debe importarle a la escuela. El valor absoluto de ese talento dejémoslo para los brokers de turno, aquellos que especulan ahora con el talento que puede haber en el futuro y firman contratos precoces. Los futurólogos del éxito.

La escuela tiene que asumir total responsabilidad sobre la progresión relativa de sus niños. Cómo cada uno de ellos es cada vez mejor. En todo y, sobre todo, en lo que el niño se interesa en mejorar.

Debemos empezar por exigir a nuestros alumnos que construyan un desafío; su desafío. En nuestra escuela nueva no se vale no tener desafíos. Desafíos sostenibles, no efímeros de rápido cumplimiento o anticipado fracaso. No aceptamos el desafío de ganar un torneo; trabajamos con el de jugar mejor. Y esos desafíos deben ser explícitos y densos; necesitan comprometer esfuerzos y consumir tiempo y foco. Cada alumno de nuestra escuela debe encarnar en un desafío y aceptar que se juega en él.

El talento –entonces-- será la evolución de cada quién en su desafío específico.

La escuela nueva debe tener una línea de trabajo para esos talentos; una línea que no dependa de cada talento, sino que se aplique en general al desarrollo de talentos.

Para esa línea de trabajo puedo aquí dejar algunos trazos.

Hablemos del foco. En general, los niños no enfocan, no se enfocan, y la escuela tampoco. Somos todos malos generalistas. Saltamos de una cosa a la otra y sobrevolamos desinteresadamente casi todo. Picoteamos. Y debemos hacer lo contrario. Nuestros niños tienen que tener un perfil de comportamiento un poco obsesivo con su desafío. No importa cuál, pero con obsesión. Pensar en él; vivir en él; entrenar, observar, probar, competir en él. Foco. Que nuestros alumnos se distingan porque saben lo que quieren y se abocan a eso. (No sería poco, ¿verdad?). No importa si se equivocan; corrigen y siguen. El proceso de la escuela no radica en el objeto de trabajo (el piano), sino en el sujeto (el niño) que tras su desafío con el piano se está desarrollando. Será mucho mejor matemático aquel niño que desde los 5 a los 10 años se obsesionó y se desafió con ser mejor en el piano que aquel otro que sobrevoló todo y jugó demasiado videogame. Que jugó videogame sin haberse desafiado a ser realmente bueno en los videogames, quiero decir.

Esfuerzo, logro y frustración. Una vez que estableces lo que quieres, entonces viene el compromiso y el esfuerzo por lograrlo. No hay logros inmediatos, ni uno. Los logros son relativos a ti mismo y para eso hace falta esfuerzo. No vale que gane el que ya ganaba; debe ganar sobre sí mismo o ganar en otras ligas, más exigentes. Pero antes de ganar, incluso antes de competir, hay esfuerzo. Tesón; ejercicio; microejercicio; desarrollo de los automatismos necesarios. Acostumbramiento. Oficio. Continuidad. Complicidad. Nadie será bueno en aquello que no conozca. Y que lo conozca en serio, por dentro y a fondo.

No importan los logros públicos en nuestro trabajo con el talento. Importan los logros relacionados con los desafíos. Por eso es muy importante armar bien los desafíos, para que luego un logro sea un logro.

Habrá frustración; tiene que haberla. Recibir reveses. Escuchar críticas. Oír juicios. Ser juzgados. Perder. Ganar y que no valga de nada. Comer furia. Querer dejar. Sufrir un poco. Estar bravo. Llorar. La escuela tiene que poder hacer su juicio honesto sin que por eso los niños se quiebren o las familias se escandalicen. Un no porque no; un porque eso así no nos vale; porque faltó tesón, voluntad, tenacidad. O faltó brillo, magnetismo, ángel. O inteligencia o fuerza o lo que haya faltado. Porque el juicio y el desafío van juntos.

Para que la escuela corra con esta lógica tiene que recuperar su derecho a juzgar; y a juzgar subjetivamente, según su juicio. No importa si se equivoca; mucho mayor equivocación es no hacerlo.

Pero cuidado: desafío no es resultado. Resultado es qué sucedió; desafío es por qué debo hacerlo. El proceso no se justifica en el logro sino en el sentido del proceso mismo. Nada tienen que ver una cosa con la otra. Aprobar el examen a la universidad es un resultado; ser un matemático o un carpintero es un desafío.

El desafío puede cambiar en el camino; incluso totalmente. Escribir cuentos maravillosos podría haberme movido 2 años, y ahora –haya o no sido bueno en lo que me propuse-- me desafío de nuevo en ciencias. Quiero entender el universo, saber de verdad de astronomía. Vale. La escuela lo valida y reenfocamos. ¿Con qué límites? Uno, está prohibido deshacerse de un desafío sin construir con verdadero compromiso subjetivo el que sigue; y habrá que explicar por qué el niño pasa de uno a otro. Dos, no se vale rotar de desafíos antes de haber tenido cierto recorrido en el escogido; tiempo y esfuerzo; tentativas; exposición; ansias en general que querer hacerlo bien. Y tres, su propia formulación. El desafío debe estar bien formulado.

Vamos a profundizar en este punto. La formulación del desafío es parte del desafío. El desafío se construye en un proceso que ya es un aprendizaje y un desafío en sí mismo. No cualquier enunciado constituye un desafío. Y la escuela será quién juzgue si el desafío hizo “clic”; y si no, a insistir hasta que haga; a trabajar. Clic quiere decir que el sujeto amarró con el propósito. Quiere decir que si falla habrá angustia y si avanza, realización. Y que por consiguiente, habrá siempre esfuerzo, implicación, imbricación, tesón y perseverancia. La escuela no aceptará actuaciones de compromiso. Las denunciará y las condenará y exigirá un trabajo de reflexión.

Y en esa línea seguimos…

Hago toda esta reflexión a partir de haber asistido ya a varios de los “Show de talento” que suelen hacer las escuelas. Suele ser un acto de sábado, opcional y marginal, en el que los niños corajudos, y algunos aburridos, se suben al escenario y hacen alguna cosa, lo que quieran, cualquier cosa. Y los filmamos y aplaudimos, sin excepción y sin énfasis. Y pueden imaginarse: ahí se ve de todo menos –salvo rara excepción que no es mérito de la escuela-- talento. Ni siquiera genera ternura. Hace unas semanas a mí se me hizo algo patético, debo confesar; aun con mi hija haciendo su mejor esfuerzo por bailar Shakira.

Si la escuela va a hacer su “Show de talento”, que lo haga con compromiso. Quiero decir, que asuma que si ahí no hay talento, ella falla. (Y yo no sentí esa asunción en la escuela de mis hijos). Y que nos cuente, como institución, qué ha hecho y hace para que lo que arriba del escenario va a suceder tenga que ver con lo que todos los días, a cada rato, la institución forja y provoca en sus alumnos. Y que los niños sientan el derecho a recibir un aplauso si lo han ganado, o el peso de una crítica, si la merecen. Es parte del proceso. Todo es parte del proceso y lo único que importa es el proceso.

Ah, y de paso: yo lo haría un martes, a las 5:30pm, y obligatorio. 

Twitter del autor: @dobertipablo