Hace algunos años fue acuñado el término "nomofobia" para nombrar esa ansiedad que empezó a surgir cuando por alguna razón la gente no podía utilizar su teléfono móvil. No es un término muy elegante, pues en realidad sólo es una contracción (no-móvil) y puede confundirse con el término griego (nomos = ley).
Quizá se puede hacer algún ajuste al nombre en un futuro, pero lo cierto es que surgió para describir un padecimiento cada vez más evidente. En un estudio de 2013 sobre dependencia a la tecnología, los investigadores identificaron que 44% de los participantes nacidos en los noventa sentían en distintos grados ansiedad cuando no eran capaces de checar sus mensajes de texto, una ansiedad mucho más grande a no poder revisar sus redes sociales (23%), sus llamadas telefónicas (24%) o sus emails (19%). Entre los nacidos en los ochenta la ansiedad se manifestó también en 44% de los participantes.
Recientemente, un grupo de investigadores de la California State University puso a prueba esa dependencia a los dispositivos móviles. Reclutaron a 163 estudiantes, que promediaban 24 años, reuniéndolos en un gran auditorio sin ventanas, relojes o cualquier otro distractor. Al llegar al lugar algunos de los estudiantes tuvieron que entregar sus dispositivos móviles, mientras que a los demás se les pidió que los mantuvieran guardados en modo silencioso. Durante la siguiente hora, se hicieron pruebas al grupo para evaluar su ansiedad cada 20 minutos, mientras que el resto del tiempo se tenían que mantener sentados y en silencio.
Aunque no poder acceder a sus teléfonos afectó a algunos más que a otros, en general la prueba reveló un aumento de la ansiedad de todos los participantes con el paso del tiempo.
Aquellos que usan más sus dispositivos móviles durante el día sufrieron cada vez más mientras avanzaba la hora. Para los usuarios moderados, la ansiedad se incrementó entre la primera y la segunda prueba, pero después se estabilizó. Sólo los usuarios que usaban poco sus dispositivos mostraron no elevar su ansiedad durante la sesión.
Cuando a los 20 minutos se realizó la primera prueba, los niveles de ansiedad de todos aumentaron de la misma manera, lo que hace pensar que existe una base común a partir de la cual se disparan los niveles de ansiedad de los que resienten la pérdida.
La diferencia entre aquellos a los que se pidió que guardaran sus dispositivos y a los que les fueron confiscados fue mínima, aunque no dejó de asombrar a los científicos. Aunque a los usuarios moderados les generó mayor ansiedad no tener sus teléfonos consigo, el incremento en la ansiedad de los usuarios que más horas al día pasan con sus teléfonos no mostró diferencias.
Los resultados del estudio fueron publicados en Computers in Human Behavior. Aunque la nomofobia no es un padecimiento clínico aún, todo parece indicar que tomará este rumbo (quizá algún día las farmacéuticas aprovechen la ocasión para vender una píldora para este mal específico). Futuros estudios arrojarán más luz sobre este problema, sobre todo cuando la conectividad aumente con nuevos dispositivos.
No parece que la ansiedad vaya a disminuir; pronto, simplemente seremos incapaces de soportar el miedo a estar solos.