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Tu libre albedrío se debilita cuando tienes ganas de ir al baño o quieres tener sexo

Por: Luis Alberto Hara - 09/07/2014

Estudio sugiere que las sensaciones corpóreas pueden influir significativamente en las creencias metafísicas de una persona

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El libre albedrío es tal vez el máximo distintivo del ser humano, la cualidad que con más orgullo defendemos y recalcamos para diferenciarnos del resto de las especies. Entendiblemente, la noción de sabernos libres para ir moldeando nuestro propio camino le da sentido al máximo común denominador que tenemos a nuestro alcance, la existencia. 

Hoy sabemos que la relación mente, cuerpo y emociones es una dinámica determinante de cada uno de los aspectos involucrados. Y a pesar de nuestra educación dualista, que los mantiene tajantemente separados, ya es difícil poner en duda la significativa influencia que ejercen mutuamente. De hecho, conforme la ciencia avanza, todo indica que la relación entre las distintas porciones que nos conforman, en todos los planos, es mucho más íntima de lo que pensábamos –incluso se sugiere que funcionamos como una unidad indivisible. 

Un estudio reciente advierte que nuestras sensaciones físicas no sólo afectan nuestra mente sino que terminan impactando hasta nuestras creencias metafísicas. Los psicólogos Michael Ent y Roy Baumeister realizaron múltiples encuestas en torno a la sensación de libre albedrío durante la aparición de necesidades básicas en una persona (como ir al baño, descansar o querer tener sexo), y notaron que ante cualquiera de ellas las personas sentimos que nuestra capacidad de decidir libremente disminuye. Es decir, en la medida en que sentimos que no tenemos control sobre nuestro cuerpo, automáticamente se debilita nuestra imagen de seres libres o, en otras palabras, nuestro libre albedrío está en buena medida determinado por nuestro cuerpo.

Lo anterior podrá parecer poco sorpresivo para algunos, pero es importante enfatizar, primero, que al menos una de las sensaciones no responde al sentido de supervivencia inmediata (el antojo sexual), y segundo, que ambos agentes actúan en planos radicalmente distintos (de acuerdo al modelo de concepción no-integral), es decir, una creencia metafísica (el libre albedrío) siendo determinada por una estímulo puramente físico desmiente la posibilidad de que cuerpo, mente y "espiritualidad" sean actores autónomos entre sí.  

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