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El dictador público y el hombre privado no compartían cuentas bancarias, por lo que se estima que gran parte de la fortuna secreta de Hitler (dividida en propiedades, piezas de arte y regalías) pudo haber desaparecido en los años posteriores a la guerra

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Herman Rothman pudo haber sido una de las inspiraciones de Quentin Tarantino para el filme Inglorious Basterds: a los 18 años, el joven judío-alemán escapó de la Alemania nazi rumbo a Inglaterra, donde se enlistó como soldado en el ejército aliado y participó en la toma del Reichstag el 30 de abril de 1945. Rothman formaba parte de una unidad especial de habla alemana del ejército aliado; al ingresar al búnker secreto donde Adolf Hitler se había dado muerte unas horas antes, hizo un hallazgo histórico cuando su unidad capturó a uno de los secretarios de Hitler: "Las almohadillas de los hombros se veían extrañas". Al examinar al soldado, Rothman encontró escondidas en su interior hojas de papel dobladas: "Estábamos absolutamente sorprendidos cuando vimos la firma 'Adolf Hitler'; se volvió claro que se trataba de un documento extremadamente importante".

El documento en cuestión se trataba del testamento de Hitler, redactado apresuradamente unas horas antes de su muerte. Los Aliados autenticaron el documento y aceptaron el patrimonio relativamente modesto que describía, una suma de unos 800 mil dólares actuales --una cantidad considerable, pero pequeña comparada con el patrimonio de otros dictadores.

Y es que Hitler siempre afirmó que no tenía interés en el dinero. En el testamento, declaró: "Lo que poseo pertenece, en tanto pueda tener algún valor, al partido". Sin embargo, tras bambalinas, Hitler amasó muy pronto una fortuna personal que excede los 6 mil millones de dólares, divididos en propiedades, piezas de arte y dinero en efectivo. En menos de 10 años pasó de ser un agitador político y artista en bancarrota a ser uno de los mayores (y más ricos) dictadores en la historia de la humanidad.

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Los contadores alemanes ignoraban este enriquecimiento ilícito, del mismo modo que el pueblo alemán. Cuando era canciller, Hitler debía ya unos 3 millones de dólares de impuestos. Pero, según el documental The Hunt for Hitler’s Missing Millions, muy pronto se promulgó una ley que asentaba que el supremo líder de los alemanes no necesitaba pagar impuestos.

Chris Whetton, autor del libro Hitler's Fortune, afirma que el dictador "sentía que pagar impuestos no era digno de él. Amaba el dinero. Simplemente no estaba listo para trabajar por él".

Para renovar su mansión campirana de Berchtesgaden (una propiedad a pocas millas del infame campo de exterminio de Dachau, con 30 habitaciones decoradas con alfombras persas y piezas de arte de los maestros de la pintura), el Führer gastó más de 200 millones de dólares. Según el historiador de arte Godfrey Barker, el gusto de Hitler por el arte lo ayudó a crear una de las colecciones privadas más exquisitas del mundo, con un valor de cientos de millones de dólares.

"Hitler, el hombre que quería dominar al mundo, era sólo la parte pública", afirma Barker. "El hombre privado era algo que pocas personas parecen entender. Su corazón latía con todo lo que tenía que ver con el arte. Ofreció cenas y fiestas en Berchtesgaden donde se discutía libremente sobre arte con generales de visita, mientras no se decía una palabra sobre la sangre que se derramaba en los campos a menos de 50 millas."

Barker estima que al menos 3 mil de los cuadros de la pinacoteca de Hitler (integrada por unas 8,500 piezas) tenían un valor de varios millones de dólares cada una.

¿Pero cómo adquirió Hitler estas obras? Durante mucho tiempo se pensó que la avidez de los ejércitos nazis había ayudado a promover el gusto privado de su comandante en jefe; sin embargo, los historiadores no pudieron encontrar evidencia de que las obras hubieran sido robadas. La hipótesis más plausible para Barker, o al menos sobre la que pudo encontrar evidencia, es que el Führer pagó por las obras, si bien unos precios risibles.

Muchas compras de arte y propiedades se hicieron a título privado, pero a cuenta del partido nacionalsocialista. Sin embargo, esta no era la única fuente de ingresos de Hitler. El editor del libelo Mein Kampf, Max Amann, le enviaba 10% de regalías de las millones de copias que el libro vendió, muchas de las cuales fueron adquiridas por el gobierno alemán. Hitler también recibió mucho dinero por parte de su fotógrafo oficial, Heinrich Hoffmann, quien tuvo la ingeniosa idea de cobrar regalías por el uso de la imagen del Führer, y si comprendemos que se trata de uno de los regímenes totalitarios donde el culto a una imagen ha sido sumamente extendido, entenderemos que el hecho de que el rostro de Hitler se imprimiera hasta en estampillas postales resultó en un jugoso negocio.

La fortuna de Hitler habría quedado congelada en bancos alemanes, y durante los años sus descendientes trataron de tener acceso a la herencia. Cuatro años antes de su muerte, la hermana de Hitler obtuvo acceso a parte de la herencia; sin embargo, la mayor parte de su patrimonio pudo haber sido requisada por el gobierno suizo.

El soldado Rothman, hoy de 89 años, afirma que el engaño de Hitler no fue tal en realidad, pues todo termina por saberse: "Él quería mostrar que su ambición era solamente por el pueblo alemán. Un hombre como ese desearía proyectar esa imagen para la eternidad".