De existir en la actualidad un übermensch, sería programador. El programador es el signo de los tiempos, producto del matrimonio entre arte y tecnología –el programador crea experiencias (código) –y lee el código (experiencias). Todos deberían aprender a programar, entonces, para acercarnos un poco más al próximo estadio evolutivo (algo así como el über-programmierer). Esa parece ser una de las ideas más corrientes (aunque alternativas) que se encuentran sobre mi trabajo. Uno de sus pilares es el genial Douglas Rushkoff, quien considera, en un conocidísimo juego de palabras, que saber programar evita que seamos programados. Después de todo, Neo era un hacker y en la tercera parte de la trilogía de Matrix, además del código (verde) otro código (dorado) –el Mesías de la nueva era, el profeta del nuevo aeon es, en el inconsciente colectivo, un programador (o hacker, sinónimos en la profundidad de los símbolos). En un mundo aparentemente digital, construido por algoritmos, conocer el modo en que estos funcionan nos permite entender una realidad de la que de otro modo estamos marginados –perdemos la capacidad creadora que otorgan los nuevos medios para volver a ser espectadores pasivos: manipulables, es decir: programables.
El primer problema (evidente) de esta postura es que sobrevalora el poder de la programación –probablemente debido al desconocimiento, ya que muchos de quienes la proponen no saben hacerlo. Me gustaría que alguien me explique en qué ayuda saber JavaScript, PHP y MySQL para no ser víctima de la manipulación constante (o por lo menos intento de manipulación) de los medios de comunicación –y dando un paso más allá y tomando a los medios como simples proxys (para utilizar una metáfora apropiada) que han perdido el control, de la "realidad consensuada" en sí, de la que tanto hablaba Rushkoff en sus comienzos contra-culturales. Cuando Facebook decidió hacer experimentos con los timelines, los programadores no notaron nada distinto –cuando toda internet se ha vuelto un gigante ad y debemos soportar una publicidad de 30 segundos de duración antes de ver un video de Youtube que probablemente dure menos, lo más que puede hacer un programador es... nada. Instalar un plugin de Firefox, quizás. Y la raíz de este malentendido entre lo que es la programación y lo que puede ser se encuentra en el lenguaje. Programar (culturalmente, neurológicamente) es una metáfora que se apoya en el acto de programar (una cantidad determinada de líneas de código que se ejecutarán en una computadora determinada).
La programación, como profesión paradigmática y moderna, explica los tiempos en que vivimos y es utilizada como referente para el desarrollo de estas explicaciones –pero el orden en que una cadena de televisión elige emitir sus contenidos también recibe el mismo nombre y una persona que sepa programar no tiene nada que hacer o decir al respecto. Un programador también es víctima de las palabras clave del SEO –aunque sepa ubicar esos términos en ciertos lugares de los castillos de arena virtuales que son los sitios web, es igual de manipulable que cualquier individuo que no sepa programar. Programa y serás programado –escribir código, leer código e imaginar código puede otorgar cierta perspectiva y seguramente te ayude en el mercado laboral de los próximos 50 años (siempre y cuando no dejes pasar cinco años sin re-evaluar todo lo aprendido y sumar como mínimo el doble de conocimiento cada vez). Pero la programación cultural, neurológica y lingüística a la que estamos sujetados, no tiene nada que ver con esa capacidad y quizás convierta a la oración en uno de los mayores ejemplos de equivocar el mapa por el territorio. La metáfora elegida para explicar ciertos aspectos y procesos de la percepción como el hackeo de la realidad no tiene nada que ver con el acto de encontrar agujeros de seguridad en sistemas informáticos y el desarrollo de exploits –más allá que podamos considerar metafóricamente los exploits como manuales de liberación, grimorios que contienen técnicas para redescubrir la realidad.
William Gibson ayudó a crear este mito con su trilogía cyberpunk original –Case, el protagonista de Neuromante, es un vaquero de lo abstracto (ligando arquetípicamente el ciberespacio con el lejano oeste) que navega el océano binario con su mente. Como Neo y como tantos otros que trabajamos en horarios de oficina en cubículos de mayor o menor tamaño mirando monitores de mayor o menor resolución. El hacker era el elemento principal de las historias de William Gibson durante los ‘80 y los ‘90, pero algo cambió en las últimas décadas: el mundo, claro, pero también las historias de Gibson. El autor escribió una nueva trilogía que transcurre, como todas, en el futuro, pero con una diferencia notable: ese futuro está acá, en el presente –no hace falta imaginar para describir el futuro, ya que estamos rodeados por él. El modo en que ha explotado la realidad y en que deviene la percepción ha causado que a pesar de este hecho este momento pertenezca aún así al presente y el propio devenir puede ser puntualizado como una superposición entre el presente y el futuro. Otra particularidad de estas historias es que los hackers pasan a tener un rol menor –los protagonistas son ahora los expertos en marketing y relaciones públicas, quienes navegan y crean código cultural, código metafórico –el que programa nuestro sistema nervioso.
Lamentablemente no existen campañas reclamando que se enseñe marketing (técnicas de manipulación y programación) en las escuelas –tampoco la semántica general ni cualquier herramienta que permita crear firewalls apropiados ante la constante amenaza de virus culturales (a menudo nocivos). Nadie plantea la necesidad de educar para que en el futuro seamos capaces de pensar; no hablo de nadar, surfear, hackear, me conformo con la capacidad de discriminar racionalmente los pensamientos ante la dificultad cada vez mayor en distinguir los propios de los ajenos. Sería absurdo plantear de manera concreta que la educación obligatoria y gratuita contenga cursos sobre teoría de medios, para que en el futuro podamos saber dónde y cómo estamos parados, para que podamos leer la realidad (el código) un poco mejor. Cualquier conocimiento relacionado con técnicas antiguas que al día de hoy suelen ser manejadas por los departamentos de marketing. Sí hay campañas y proyectos en todo el mundo para que se enseñe a programar, pero esto tiene más que ver con un cambio a nivel global en el mercado global tanto como en la creación de mano de obra barata (ya que hoy en día, programar es un trabajo muy bien pagado). Independientemente de los motivos, el resultado implicará conocimiento –por lo tanto, no sólo será interesante y quizás revolucionario, sino útil. Sabrán programar, pero también serán programados.
Twitter del autor: @ferostabio