Mientras estás en Brasil disfrutando de la fiesta del Mundial, un drone puede estar vigilándote. Los mega-eventos como la Copa Mundial o las Olimpiadas son parte fundamental en la escalada del uso de sofisticados equipos de vigilancia que afectan la privacidad de los ciudadanos de los países sede.
Hasta ahora, Brasil ha gastado cerca de 900 millones de dólares en pagar y entrenar a 150 mil efectivos encargados de cuidar la seguridad, y también, en varios juguetes: robots americanos antibombas, un montón de drones israelíes, un scanner móvil británico que puede identificar una pistola impresa en 3D, 90 sistemas de inspección de rayos-X hechos en China, goggles de reconocimiento facial, helicópteros con equipo de vigilancia de alta tecnología, centros de comando digital y muchas otras curiosidades.
El uso de estos gadgets de última tecnología no es una tendencia que haya iniciado en Brasil. Cada nuevo país sede del Mundial o las Olimpiadas ha de sobrepasar la seguridad del anterior. Por ejemplo, los recientes Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi fueron el lugar de estreno de VibraImage, un sistema que detecta la agitación de una persona midiendo las vibraciones de su rostro. Durante los juegos Olímpicos de Londres, en 2012, la policía tuvo a su alcance un sistema de cámaras que ponían a la vista cada rincón de la ciudad. Y en la Copa del Mundo de Sudáfrica, en 2010, se implementó un sistema de criptografía cuántica para frustrar los ataques de hackers.
Como señalan Colin Bennett y Kevin Haggerty en su libro Security Games: Surveillance and Control at Mega-Events, la seguridad es ahora parte de los rituales olímpicos y mundialistas. Pero, ¿cómo pasó esto?
Todo comenzó en 1972 con los Juegos Olímpicos de Múnich, en donde un comando de terroristas palestinos mató a once atletas israelíes y a un policía alemán. Después de este incidente, otros países sede empezaron a preocuparse por el tema de la seguridad en este tipo de eventos. Munich es el punto de inicio, pero fue después del 11 de septiembre que el terrorismo ocupó el primer lugar en las agendas de seguridad de los grandes eventos deportivos.
En 2004, con tal de cumplir con las medidas de seguridad que exigió el Comité Olímpico Internacional después de los atentados de 2011, Grecia aceptó el tutelaje de un consorcio de seguridad conformado por Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Israel, Australia, Francia y España, además del apoyo de la OTAN, el FBI, la CIA, el M16 y la Mossad. Por supuesto, todo este apoyo vino junto con una factura bastante considerable. Ahora, el presupuesto de seguridad de Brasil es cinco veces mayor que el del Mundial de Sudáfrica.
Pero puede que, para el país sede, estos enormes costos valgan la pena. Los mega-eventos pueden ser la coartada perfecta para introducir métodos de vigilancia de última generación en una sociedad sin tener que justificar el gasto o aceptar demasiados reclamos sobre la privacidad pues, finalmente, son los organismos internacionales los que exigen que se cumpla con la seguridad del evento. Esto es especialmente útil en países que no han tenido ataques “terroristas” que justifiquen las medidas, pues finalmente no es a un enemigo externo al que se apunta, sino al control de la propia población.
En Brasil, los expertos coinciden en que la principal amenaza contra la seguridad es la protesta civil contra las acciones que ha tomado el gobierno para llevar a cabo la Copa. Por eso, fuera de los drones y los robots antibombas, el principal desarrollo serán los centros de comando, los cuales se conectarán a una red de cámaras (hasta 4 mil en algunas ciudades) que estará constantemente dando información a la policía y las fuerzas de inteligencia.
Como señala burlonamente Ariel Bogle, estos presupuestos estratosféricos se están volviendo cada vez más difíciles de justificar, por lo que quizá sea tiempo de considerar la construcción de una gran ciudad panóptico que pueda albergar las celebraciones deportivas, todo cargado a la cuenta de la FIFA y el COI.