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Encontrarse con el 23 es iniciar una relación más que casual en la que el número aparecerá reiteradamente, constantemente, todo el tiempo. El 23 también es símbolo de todo aquello extraño, inexplicable, curioso que subyace a lo predecible y cotidiano

23<br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br />
Malaga, Spain<br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br />
www.chicosanchez.com

 "A photographic experiment", Chico Sánchez

El origen del misterio del número 23 es explicado por Robert Anton Wilson en Cosmic Trigger: "A principios de los 60's, en Tánger, Burroughs conoció a cierto Capitán Clark, quien conducía un ferry de Tánger a España. Un día, Clark le dijo a Burroughs que había estado comandando el ferry durante 23 años sin accidentes. Ese mismo día, el ferry se hundió matando a Clark y a todos a bordo. En la noche, Burroughs estaba pensando en eso cuando encendió la radio. El primer noticiero habló sobre el accidente de un avión de Eastern Airlines en la ruta Nueva York-Miami. El piloto era otro Capitán Clark y el vuelo estaba registrado como Vuelo 23. De ahí en más, cada persona iniciada en el misterio se vio trasladada a un nuevo mundo. O, mejor dicho, trasladada a un aspecto quizás desconocido pero sospechado, intuido, del mismo mundo de siempre. El 23 es un símbolo total de ese fenómeno curioso denominado sobriamente sincronicidad, por Carl Gustav Jung, y CCCC (Centro de Control Cósmico de Coincidencias) por John C. Lilly. Encontrarse con el 23 es iniciar una relación más que casual en la que el número aparecerá reiteradamente, constantemente, todo el tiempo. El 23 también es símbolo de todo aquello extraño, inexplicable, curioso que subyace a lo predecible y cotidiano.

La gran pregunta que nos hacemos todos, una y otra vez, es si el 23 realmente es un "disparador" que inicia un proceso de patrones sincroníticos globales o si se trata, simplemente, de la enorme maquinaria del sistema central nervioso en acción, una pulsión vital y primitiva que busca sentidos donde no los hay. Por un lado, el 23 tiene un poder intrínseco concreto, una propiedad mágica que lo diferencia del 22 y del 24. Por el otro, no --el 23 es especial únicamente porque decimos que es especial, porque a partir de una coincidencia/sincronicidad inicial creamos un mito en torno a él y una vez que lo conocemos lo buscamos, prestamos atención a la conjunción de esas dos cifras y nos maravillamos, sorprendemos y deleitamos ante apariciones creadas por nuestro propio cerebro, que continúa filtrando el océano de información al que es expuesto segundo tras segundo pero que deja pasar, ahora, el 23. Prestamos atención (aunque sea de manera inconsciente) y lo vemos. O los números, no sólo el 23 sino todos, poseen una esencia pitagórica, un poder y simbolismo inmanentes --para nosotros, trascendentes. Cada número tiene un profundo poderío simbólico intrínseco que no depende de nosotros en lo más mínimo sino que nos precede. Los números se encuentran en un mundo platónico más importante, puro y abstracto que el nuestro, un mundo de dodecaedros y órbitas, alfabetos sagrados y proporciones divinas.

El pitagorismo se esconde no sólo detrás de la numerología popular sino de la ciencia de la que deriva, una cábala hebrea que relaciona número con alfabeto y, con base en una compleja mitología, crea una teogonía del carácter alfanumérico: después de todo, la semántica se encuentra en el principio del Génesis. La cábala parte de la relación entre letra y número y entre universo y número para formar una ciencia del significado. Es la gematría, que compone una nueva categoría de sinónimos: aquellas palabras con significados dispares y componentes lejanos pero cuyas sumas numéricas individuales son idénticas. El procedimiento es inicialmente sencillo: sumar los valores numéricos de las letras individuales de una palabra para obtener el valor total de la palabra, un valor escondido pero real. Una palabra puede sumar 360 y estará relacionada entonces con los ciclos lunares y el paso del tiempo, otras dos sumarán 93 y, por más extrañas que puedan parecer entre sí, estarán íntimamente emparentadas. El término "gematría", a pesar de referirse a la cábala hebrea, es de origen griego y entró al mundo europeo del Renacimiento mediante Pico della Mirandola (quien escribió el famosísimo Discurso sobre la dignidad del hombre como parte de su defensa contra los cargos de hechicero --Pico, alumno de magia natural de Marsilio Ficino, fue de los primeros en unir la cábala con el hermetismo y neoplatonismo clásicos).

El cabalista descubre significados, al igual que el iniciado al misterio del 23 (quien probablemente se encuentre recorriendo la capilla peligrosa) descubre sincronicidades. Esta visión es, sin dudas, la clásica. Imbuida de pitagorismo y platonismo --y, por ende, de los misterios órficos post-egipcios. Asirios y babilonios eran grandes fanáticos de la magia y de las matemáticas, cuya separación llegó recién a finales del siglo XVII. Hasta ese momento, la matemática era prácticamente una rama de la magia --lógico, si creemos que los números son esencias de otro mundo más puro y ordenado que este. La numerología y la gematría se inscriben, entonces, en un contexto distinto al nuestro. En un marco post-descartiano (pero también post-nietzscheano) en el que la razón devoró y regurgitó lo irracional, los números se han desprendido de esa esencia y ahora se presentan como relativos, carentes de poder. Todo el valor de los números se encuentra en la conciencia del mago, que les otorga ese poder en base a una tradición cultural milenaria --el mago cree que un número es auspicioso, que se relaciona con un arcano del tarot y con un principio cósmico luminoso, con una letra de un alfabeto antiguo. El número vuelve a tener poder, pero esta vez como parte de un flujo de retroalimentación.

La magia del caos, amalgama de prácticas mágicas modernas y posturas contraculturales, relativistas y pragmáticas, siguiendo las ideas de la época y cortando de un golpe con la tradición nos llama a crear numerologías personales, ricas en emociones, que se adapten a una mitología personal: no importa lo que un número pueda haber representado para un cabalista judío viviendo en España durante el siglo XIII, o a un mago perteneciente a una cultura antigua que tuviese poco que ver con la nuestra y que se aterrorizaría ante la visión de este mundo distópico y maravilloso; lo que importa es lo que representa ese número para nosotros y las asociaciones que surgen entre él y nuestros propios recuerdos, sueños y secretos. La creación de mitos numerológicos modernos, como el mismísimo 23. En esta misma línea evolucionó también la gematría, de la mano de Kenneth Grant, quien dedicó un capítulo de su libro Outer Gateways al concepto de "gematría creativa". Siguiendo la idea de que "el poder de los números nunca se encuentra en los números mismos, sino en el mago" y embebido de las corrientes mágicas más heterodoxas de fines del siglo XX, Grant quiere que sigamos analizando los valores numéricos de las palabras, pero apoyándonos en la tradición únicamente para sentirnos más cómodos después de haber pasado gran parte del día de pie.

La gematría creativa es el arte de proyectar simbologías numéricas en base al universo mágico personal del mago --los valores obtenidos de las sumas gemátricas, los lenguajes a los que se aplica y las reglas mismas están sujetas a los deseos y valores de quien se encuentre realizando la operación. Dos más dos es igual a cinco, de acuerdo a la numerología orwelliana: ¿por qué no? El valor de una suma puede ser igual al de una dirección o a la terminación de un documento o un número telefónico; dos nombres de usuario pueden estar unidos por una relación misteriosa, ansiosa por ser descubierta. La numerología se vuelve íntima, personal; única, como el 23. Porque el 23 es un número único, pues los dos capitanes Clark lo dicen y todo lo demás pasa a ser secundario, ya no importa si los números tienen un valor inmanente y absoluto puesto que, bueno, nada lo tiene y porque, si no lo tiene, nosotros se lo damos. Porque esa pregunta pasa a ser anecdótica ante el pragmatismo del reconocimiento de patrones y los números que se repiten, horarios favoritos de relojes analógicos y digitales que aparecen más seguido que el resto --contra todo vaticinio. El poder sincronítico y catalizador del 23 es real, aunque sea una alucinación individual al principio, pero ya colectiva. Real como el resultado de sumar dos más dos, aunque sea cuatro --aunque sea cinco.