Fisiológicamente, la autocompasión es inherente al ser humano. Pensemos en las veces que nos caemos y nos lastimamos. Nuestra mano inmediatamente soba la herida como si esta le hubiera ocurrido a otra persona. Es como si nos dividiéramos en dos y uno cuidara al otro que convalece. Pero esto no necesariamente pasa en otros niveles. Como el famoso dicho reza: “Si alguien te hablara como te hablas a ti mismo, ya lo hubieras sacado de tu vida hace mucho tiempo”.
Así, esta “división” que hacemos dentro de nosotros en que nos convertimos en dos o más personas puede llegar a tener una dinámica bastante enferma. En lugar de cuidar de uno como nuestro se cuerpo se cuida sí mismo, sin pretensiones y sin juicios de valor, uno discrimina al otro, constantemente. Y la compasión (que no la lástima), incluyendo por supuesto, y quizá primero que nada, la autocompasión, es la clave del bienestar. La periodista Anneli Rufus escribió un libro (de autoayuda, es verdad, pero que toca puntos bastante importantes) llamado Unworthy: How to Stop Hating Yourself. En él apunta que, “la persona que se odia a sí misma habita un mundo de desesperación muda que previene que en algún momento se sienta cómoda con el mundo”.
Odiarte a ti mismo, o quizá en términos un poco menos categóricos, “despreciarte a ti mismo”, hace que las cosas más básicas como ir a trabajar, ir a una junta, una fiesta, un mercado, sean empresas muy difíciles de sobrellevar. Una persona así (y quizá todos, por momentos, lo hayamos sido) siente que no merece lo que tiene o que no está a la altura de la gente a su alrededor. Debe a haber pocas cosas más terminantes que una vida cotidiana así. Pero lo mismo sucede en sentido contrario. Alguien que se adora a sí mismo y se autocongratula de todo lo que piensa y hace vive consumiendo toda su energía, y la de los demás, en sí mismo. Debe ser extenuante. Ambas son formas del narcisismo. El autoodio podría categorizarse como un “narcisismo negativo” que obstruye la vista del mundo exterior, al igual que el bien conocido narcisismo común.
La autocompasión entonces, como un camino medio, es bienestar (es importante saber que la compasión es sinónimo de empatía, nunca de lástima). Nadie que sufra de estos problemas de autoestima está en condiciones de querer o ser querido. Uno genera lástima o menosprecio, el otro pereza o rencor. No puedes acceder a una persona demasiado inmersa en sí misma, ni ellos pueden acceder a ti. No les queda espacio, y por ello la soledad es enorme. Y si cualquiera de estas dos condiciones de narcisismo se prolonga demasiado, podría llevar a una especie de muerte emocional. Rufus, quién sufrió de autodesprecio por muchos años, enlista una serie de consejos para cambiar el eje de lugar.
Literatura:
La literatura no nos hace mejores personas, pero sí genera muchísima empatía. La catarsis que Aristóteles identificó en la tragedia, ese mecanismo por el cual el espectador siente en carne propia los sufrimientos del héroe y, cuando estos se superan, el espectador también siente una especie de renovación, es la misma característica que, en nuestra época, científicos y teóricos de la literatura equiparan con la empatía. Sentir belleza o dolor o epifanía en lugares que no son los nuestros es la herramienta perfecta para saber que hay otras cosas en el mundo que no somos nosotros y que aun así nos nutren.
Arreglar un coche, pintar una casa:
Concentrarse en algo práctico que haga que el tiempo se vaya volando es muy efectivo para salir de los monstruos de uno mismo. Y, al final del día, habrás arreglado algo.
Observar los detalles del mundo:
Si sales a la calle, fíjate si ves un cuervo o alguna cosa tirada; apréndete el nombre de los árboles y nómbralos cuando los vea; detecta las grietas del pavimento o de la arquitectura. Descansarás muchísimo y, con suerte, disfrutarás de tu compañía.