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En la húmeda espesura selvática asechan voraces criaturas que persiguen el plasma sanguíneo con ansiedad. Seres acéfalos y arcaicos para los que la hemoglobina humana es una delicatessen codiciada...

nosferatu

Dependiendo de que tanto se domine el tema de la vampirología, probablemente se tenga la noción de que las criaturas bebedoras de sangre son originarias de Rumania. Qué el mito sobre el que se sustentan surgió a partir de creencias gitanas (muertos vivientes que salen de sus tumbas) en combinación con la epidemia de rabia que azotó al este de Europa en la edad media. Y que fue Bram Stoker quién le subió un par de decibles al asunto cuando, basándose en figura del cruel príncipe de Walakia, Vlad III (mejor conocido como Vlad Tepes, El empalador), dio vida literaria al famoso conde Drácula. El resto se lo debemos a lo que mejor sabe hacer Hollywood: exagerar.

Pero todo esto corresponde al terreno de la fantasía y, aunque pudiera ser material potencial para nutrir un buen texto, en este caso nos tiene completamente sin cuidado. Con perdón de los fanáticos del género, los protagonistas de Entrevista con el vampiro y demás descendientes Draculianos, no nos podrían importar menos. Lo que nos atañe en el presente tratado son los depredadores actuales que asechan en las sombras. Organismos voraces que persiguen el plasma sanguíneo con ansiedad. Y no estamos hablando de tiernos murciélagos hematófagos que apenas lamen unas cuantas gotas de hemoglobina de pollos y bovinos distraídos, sino de seres bastante más grotescos. Gusanos esquivos y determinados que han evolucionado para poder consumir hasta siete veces su peso en sangre. Nosferatu existe pero es invertebrado. Nos referimos claro, al grupo de las sanguijuelas: los verdaderos vampiros tropicales.

Para cualquiera que haya caminado los bosques húmedos del planeta el asunto es tema viejo. Un día inmerso en la vegetación es suficiente para comprobar que los vampiros no solo son reales, sino que su ataque resulta prácticamente imposible de evitar. A diferencia de los seres mitológicos, estos devoradores de sangre son diurnos y el hecho de que no vuelen no los hace ni remotamente menos hábiles para alcanzar a su presa. El calor del cuerpo y el olor de la sangre guían sus pasos ciegos a través de la selva. El hambre los enloquece al punto de la esquizofrenia. Su cuerpo flexible y elástico les permite deformar el contorno y escurrirse por las aberturas más efímeras.

sanguijuela

No importa que tan ceñido se lleve el calcetín por encima del pantalón o qué tan buena haya sido la publicidad de esas calcetas anti-sangijuelas, al final de la jornada se descubrirá que varios bultos negros han penetrado las capas protectoras con éxito y succionan con desespero tu carne. Y, por si quedara duda, la escena no tiene nada de agradable. Menos aún si los enemigos gelatinosos consiguieron abrirse paso hasta las zonas más sensibles de la anatomía y se alojan en alguno de los orificios corporales. Sabido es que en Borneo, por ejemplo, la rotunda sanguijuela de siete ojos muestra predilección marcada por cavidades oscuras, su idea de una merienda perfecta consiste en sentarse a la mesa dentro de la nariz, boca o ano.    

El naturalista versado estará al tanto de que es mejor esperar pacientemente a que los intrusos terminen su platillo, lo que puede llevar poco más de una hora, o se corre el riesgo de contraer enfermedades incurables. Sucede que las sanguijuelas están equipadas con varias hileras de dientes y una ventosa bucal sumamente potente que, una vez anclada sobre la piel, las hace prácticamente imposibles de arrancar. Se aferran a la dermis ajena con tal ímpetu que, intentar retirarlas por la fuerza, invariablemente conllevará a que se desagarre el tejido de la víctima. Momento en el que puede suceder una de tres opciones nefastas:

1) El gusano vomita dentro de la herida, vertiendo, junto con la sangre a media digestión, patógenos que pueden figurar como vectores de enfermedades horrendas.

2) Debido al forcejeo, el cuerpo del gusano se troza en dos. La fracción correspondiente a sus estructuras bucales se queda dentro de la herida incrementando la amenaza de infecciones tremendas.

3) El aticoagulante presente en la saliva del animal ocasiona que la herida no sane hasta varios días después. Lo que en climas húmedos y calientes representa una situación nada romántica.

Así que ni hablar, la mejor estrategia, si es que se pretende salir ileso del encuentro, es aguardar a que los vampiros sacien su apetito. El antes pequeño ser terminará del tamaño de una berenjena. Hinchado por la sangre que ha deglutido, se dejará caer al piso cual boa empachada y sobre la piel del afectado solo quedará una especie de chupetón como testigo del banquete.

Otra opción es espolvorear sobre ellos tabaco o pasta de dientes (el análogo al ajo y los crucificaos para los vampiros de las novelas). Sin embargo, existe la posibilidad de que esto ofenda sus entrañas y pueda ocasionar el temido vómito. 

enjambre

Las sanguijuelas, o hirudineos para los biólogos, son gusanos anélidos de cuerpo plano y segmentado. Poseen dos corazones, realizan respiración cutánea y son hermafroditas. Habitan en cuerpos de agua dulce y salada; medios terrestres y el dosel forestal. El tamaño del cuerpo oscila entre 10mm en el caso de las especies más pequeñas y hasta 20cm para las más grandes. Se ha estimado que los representantes más longevos podrían superar los 27 años de edad.

No todos los miembros del grupo son vampiros. De hecho, de las más de seiscientas especies reportadas a nivel mundial, solo una pequeña fracción se ha especializado para alimentarse totalmente de fluido sanguíneo. De estas, las terrestres son, sin duda, las más voraces. Sus detectores químicos les permiten identificar una posible víctima a varios kilómetros de distancia. Luego, utilizando un radar infrarrojo, escanean la vegetación y localizan el calor del cuerpo. Se desplazan entonces realizando péndulos graciosos sobre su propio eje (movimiento que recuerda a esos resortes con los que se jugaba en los ochentas). Se detienen a olfatear. Analizan el entorno. Recogen el rastro de sangre y se abren paso desenfrenadamente hasta alcanzar la fuente de su devoción. Una vez que lo consiguen, se adhieren al cuerpo con fuerza. En su saliva se encuentran presentes sustancias anestésicas que evitan que el dolor de la mordida sea detectado por la incauta presa, así como anticoagulantes que facilitan el flujo continuo del preciado líquido que corre por las venas. Abren un boquete en la carne con sus cuchillas afiladas y el resto es historia ya conocida. 

sanguijuela en el ojoProbablemente la especie más emblemática sea Hirudo medicinalis, cuyo empleo terapéutico se remonta a hace más de tres mil años. En Grecia se utilizaban con regularidad para realizar sangrías (en las que la sangre del paciente era extraía por numerosas sanguijuelas). Se afirmaba que con tal acción, se podían curar males de toda índole, desde hipertensión hasta enfermedades mentales. Posteriormente la especie continuó figurando como una herramienta común en la práctica médica transcultural. Hasta el siglo diecinueve no era extraño encontrar especímenes vivos en los anaqueles de farmacias europeas. Actualmente se recurre a estos vampiros invertebrados sobre todo en cirugía plástica y reconstructiva. Para incrementar el flujo sanguíneo hacia los apéndices transplantados, evitar que se bloque la circulación, fomentar que se conecten los vasos sanguíneos y contrarrestar la necrosis del tejido. El clásico caso de cuando se pierden los dedos por un corte y te los vuelven a pegar.      

Con toda seguridad el vampiro tropical más temible es la sanguijuela T-rex del Amazonas, Tyrannobdella rex. Descubierta apenas en el 2007 en las selvas del Perú, está especie ostenta los dientes más grandes del género. Aunque su tamaño no es colosal, raramente superan los seis centímetros de longitud, su afición particular por albergarse dentro de los huecos corporales de mamíferos, las convierte en seres propios de película de Cronenberg.   

El método para comprobar que tantos vampiros rondan en la floresta es el siguiente: Te sientas en un claro de la selva. Te quitas las botas. Haces una pequeña incisión en tu tejido para que escurra un poco de sangre (unas cuantas gotas bastan). Aguardas unos minutos. Pronto comenzarán a notarse pequeños movimientos sobre el sustrato, sacudidas sutiles entre las hojas, siluetas furtivas que se acercan hacia ti. Cuenta cuantas hay por metro cuadrado. Multiplica este resultado por el área bajo inspección y tendrás un estimado de la cantidad total de depredadores que asechan en las sombras. Si quieres vivir en carne propia el desenlace del ataque, permanece estoico ante el embiste invertebrado. Si no, cálzate las botas de inmediato y sal corriendo tan rápido como puedas. 

Claro está que en el mundo hay personas a las que la existencia de los vampiros invertebrados no les basta. Individuos perturbados que insisten en que los humanos debemos poseer el rasgo hematófago como una de nuestras posibilidades. Borrar los linderos de la ficción y hacer real el gusto por beber sangre. Dejando de lado el juicio de valor sobre el equilibrio mental de estos miembros de nuestra especie, considero que, para que el presente tratado este completo, es fundamental incluir también a las sanguijuelas humanas. Así que para cerrar, aquí un breve documental al respecto.

Twitter del autor: @cotahiriart