Sobre los hábitos alimenticios de las turicatas: Cristina Rivera Garza & Juan Rulfo
Por: Antonio Calera-Grobet - 04/13/2014
Por: Antonio Calera-Grobet - 04/13/2014
Y más allá una línea de montañas, y todavía más allá, la más remota lejanía.
-Juan Rulfo, Pedro Páramo
-Cristina Rivera Garza, Allí te comerán las turicatas
Dice Vivian Abenshushan, en el prólogo al libro, que tiene una “predilección por aquellos libros que proceden por aplazamiento, por fisuras, por claroscuro. Los que se desvían y desacomodan, más que los que van directos hacia su fin”. Creo que muchos lectores también. Son quizá legión ya los que van por el libro nuevo: refrescado por oblicuo, parabólico, el libro que va por el mundo como que no se la cree, o mejor dicho “se hace” como si no las trajera todas consigo. En otras palabras, el libro raro, el libro singular, más bien refractarios a la clasificación, libros que viven “al margen de las convenciones y la loza de la tradición”, para decirlo nuevamente en palabras de Abenshushan.
Y no me refiero acá al libro que materialmente se reventó: esos “otros libros”, como los definiera en un libro del mismo nombre Raúl Renán, y que se volvieron objeto, escultura, soporte tridimensional, plataforma para algún contenido. No. Porque ateniéndonos a su carácter material, éste es un libro hecho y derecho: natural, convencional. Conforma por cierto, junto con otros títulos (como “La Cena”, de Alfonso Reyes y “La Migala” del maestro Juan José Arreola), una colección llamada “Los Ilustres”, que aporta al mundo editorial una gallardía evidente. Se trata de libros perfectos y por ello de libros hermosos, funcionales pero elegantes, que seguramente se distinguirán pronto del grueso de oferta por su calidad editorial. Mérito de Andrea Fuentes y Alejandro Cruz Atienza, editores. Pero, entonces, ¿por qué éste es especial, singular, distinto? Pues porque se trata de un libro raro, extraño, tocado, por su mero armado intelectual.
Explico. Primero, porque Allí te comerán las turicatas no es un libro de Cristina Rivera Garza. No. Desde ahí. En todo caso, como ya se advierte en el prólogo, se trata al menos de un libro marsupial dentro de otro: Pedro Páramo de Juan Rulfo, o si se quiere, un libro "al alimón" entre la narradora viva y el otro ya desaparecido. Abenshushan lanza una invitación al lector a descubrir otros abrazos que se han tejido Rivera Garza y Rulfo desde el 2011 (Cfr. mirulfomiodemi.wordpress.com).
En el caso de este libro, podemos hablar de una imbricación, una encarnación de textos del jalisciense en la obra de la de Matamoros. ¿Cómo? Por medio del derecho al intertexto, claro, pero más específicamente a manera de un zurcido invisible del machote en el nuevo modelo, de manera que, pedazos pues, del mecano del libro que aquí se presenta, son idénticos al ADN del histórico. Entrego un primer ejemplo. Se lee en Pedro Páramo, al comienzo casi, en su página 2 según las impresiones de Letras Mexicanas:
En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.
Este último par de frases (Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía), es incluido en la obra de Rivera Garza en la página 4. Entrego un segundo ejemplo. Se lee en Pedro Páramo, en la página 23 de las ediciones citadas:
Entré. Era una casa con la mitad del techo caída. Las tejas en el suelo. El techo en el suelo. Y en la otra mitad un hombre y una mujer.
En el libro de la narradora se utiliza el fragmento, idéntico, sin modificaciones, acaso la primera conjunción:
Y entré. Era una casa con la mitad del techo caída. Las tejas en el suelo. El techo en el suelo. Y en la otra mitad un hombre y una mujer.
Quisiera entregar un tercer y último ejemplo, de las más de diez citas casi textuales, extraídas e insertadas, inoculadas en el libro de Rivera Garza, en donde se lee:
— ¿O qué, no que no quieres cuidarme?— preguntó, iracundo—. Vente a dormir aquí conmigo. —Aquí estoy bien —le contesté, sintiendo bajo mi cabeza la textura de leño de la almohada. Todavía me alcanzó el tiempo para recordar las paredes de adobe del monasterio. La noria vacía. Los tordos a lo lejos. Todavía pude recordar los tantos años que había pasado allá afuera entre monociclistas, sonriendo. —Es mejor que te subas a la cama —insistió— allí te comerán las turicatas.
Esto es tomano, de nuevo, de la novela de Rulfo. Voy a Pedro Páramo, página 29, para notar las diferencias entre el modelo y su manera intervenida:
—Donis no volverá. Se lo noté en los ojos. Estaba esperando que alguien viniera para irse. Ahora tú te encargarás de cuidarme. ¿O qué, no quieres cuidarme? Vente a dormir aquí conmigo. Aquí estoy bien.
—Es mejor que te subas a la cama. Allí te comerán las turicatas.
De manera que el título mismo del libro, caí en cuenta o recordé muy tarde, fue también tomado de Rulfo. “Usufructuado” de Rulfo, mejor dicho. ¿Por qué usufructuado? Porque nos recuerda Abenshushan que la estrategia denominada “Usufructo” es propia de Rivera Garza. Dice la crítica en el prólogo: “Estamos ante una de las estrategias más radicales de Rivera Garza […] la consideración del texto como un tejido de citas y del lenguaje como un territorio común. “Usufructo” es el nombre que ella misma le ha dado a este goce de una cosa ajena sin enajenarla.” Hasta aquí del cómo se ha tejido el libro, sin necesidad de contar su historia, para no traicionar a los lectores venideros.
Ahora bien, si ya ha quedado claro que se trata de un libro de dos autores, Rulfo y Rivera Garza, por el lado de la ilustración hay que decir que es un libro cuya paternidad le pertenece también a Richard Zela. El diseñador mexicano remata perfectamente el libro. Aún más: lo complementa, lo alimenta. Porque no se trata de una ilustración en el sentido servil de cara a lo que se escribió (esa manera antigua de mímesis, de “escenificación” a manera de storyboard si se me permite el término, ciertamente antigua), sino de una verdadera co-creación de la experiencia de lectura del libro. Zela menea la historia, la saca de sus rieles hasta, digamos, tranzarla, en el buen sentido de la palabra, porque nos topa con imágenes que no están en el original. Quiero decir: Zela figura acá como un dibujante de ficción del texto, el que da otra vuelta a la ficción relatada.
Si fuera sólo por los dibujos de Zela, la historia se desarrollaría en los Himalaya, en Nepal, en India, los personajes estarían tatuados, habría una atmósfera mucho más delirante en la pieza. Como un cuento negro o maldito de Lovecraft, de Poe. Una chica como Rapunzel, tatuada hasta la coronilla, insectos enormes como en los cuadros de “El Bosco”, sapos que salen de bocas luego de haber salido a cuadro en una película de Cronenberg o de Greenaway. Y por ahí hasta una cosa mexica, de cráneos y pieles, Xipetotec, Tezcatlipoca, Mictlantecutli. Pienso, juego con ello, pero es así. Zela hizo con sus imágenes un metarrelato más perpendicular, una obra más abierta, en palabras de Umberto Eco. Y eso se siente bien, como lector.
Hasta aquí por qué se trata de un libro raro, extraño, tocado, por su mero armado intelectual. Porque nació de tres manos, de 3 alientos (que nosotros sepamos) y, por ello, como suele suceder en tales paternidades, se trata de un libro monstruo que nos pide que lo llevemos a casa y le demos de comer, lo dejemos dormir con nosotros, al menos, una noche.
Quédese usted, lector, con esa idea. Llévese a casa este libro de escritura alineal, como lo califica la cuarta de forros. ¿Qué puede hacerle a usted un libro alineal? Llévelo. A lo mejor sólo se caerá el techo de su morada, sus paredes se llenarán de turicatas (que no son más que un simple garrapata que transmite la espiroqueta Borrelia turicata, causante de una fiebre descomunal y recurrente), y tal vez de pronto perderá a su pareja, y tocarán a la puerta unos tipos en limusina (como en El proceso de Kafka pero con monociclos), y le lanzarán una serenata de puras coreografías, y usted ahí, entre dormido y despierto, lánguido, escuchará frases que no entiende a lo lejos. Que lo disfrute.
Y sobre todo disfrute el cuento mismo, la historia que nos quiere contar Rivera Garza. ¿Será ésta una historia que en realidad ocurre en el Nevado de Toluca? Puede ser. ¿En una Sayula imaginaria? ¿O Contla? Puede ser. ¿Es la misma Rivera la del cuento? ¡Qué importa! Quédese satisfecho. Se trata de un libro que habla bien del estado de las cosas. Ha absorbido un proyecto editorial como bocanada de aire fresco (gracias a editores que rediseñan el oficio, le regresan su capacidad de reinvención y regodeo estético), y se ha dejado llevar por una voz como la de Cristina Rivera Garza que, prolija como pocas en la literatura mexicana actual, no sólo no anda todo el santo día hablando, sino escribiendo y, por ello, le dispara seguido lo mismo a lo que siente, a lo que piensa y a lo que quisiera para este país que se nos seca. Y además lo hace con sabiduría y clase.
Twitter del autor: @manchadetinto
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