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Reflexiones e ideas alrededor del libro “Escritos para desocupados”

Por: Antonio Calera-Grobet - 01/26/2014

Una versión de este texto fue leída durante la presentación del libro en la FIL de Guadalajara, 2013. Es una reflexión sobre la función actual del ensayista: el maquilador de textos que, contra el mercado y las expectativas sociales, busca ser un nuevo Diógenes que se construye a sí mismo.

ESCRITOS_PARA_DESOCUPADOS

por Antonio Calera-Grobet

 

Comenzaré por decir que el  libro de Vivian Abenshushan es un libro necesario. Ahí justo donde se vio que todos ahora lo son. No un libro singular. Un libro que, al igual que esos que se asimilan como el estilo de una época, primero no se leen sino que nos leen, nos abren, y en ese ejercicio nos hablan como ciudadanos y no sólo como artistas. Libro de múltiples facetas: fragmentario, pero homogéneo, pleno de citas y relaciones. Imbricado, apretado como carne de atún. Porque se trata de una lectura y propuesta de una especie de cartilla moral, de un cuadrante ético mínimo común para vivir (que no más sobrevivir), en la sociedad contemporánea. En los tiempos de la flecha más abominable. Y esto de muy diversas maneras. Una buena parte del libro, la primera quizá, podría ser comprendida como un almanaque, un instructivo sobre el movimiento. Un libro de física, pues, ya que se trata de un libro de dinámica, que lanza un análisis sobre el movimiento de nuestro cuerpo en relación a otros, en pos de descubrir las relaciones que guardan los individuos con su cuerpo social, de varios cuerpos sociales en el mundo.

¿Que cuál es la fuerza de gravedad que las aglutina? Un estado de vértigo que causa el más vil embotamiento postindustrial. Gracias a una noción del trabajo enajenante, no hay más futuro. Sólo un presente absurdo, firmado con el diablo en un contrato leonino: “Horarios del siglo XIX, sueldos de miseria y tardíos, ningún contrato ni prestación social, ningu­na garantía”, dice Abenshushan. Nada. Sin ningún tipo de gratificación intelectual, todo el sacrificio es una mera forma de explotación en un ambiente asfixiante. Acaso subsisten algunas pretensiones frívolas y todo lo demás es embrutecimiento. No hay tiempo para uno mismo, y sepultados ya por esa compulsión malsana para el trabajo más sacrificado, los hombres son sus propios esclavos de cara a la destrucción.

“¿Siente usted —pregunta Vivian— que trabaja cada vez más y tiene cada vez menos (tiempo, dinero, deseo, ímpetu)? ¿Cree que sus vacaciones son demasiado cortas o demasiado caras o demasiado aburridas? ¿Ha sentido, al menos una vez en la vida, el deseo de llegar tarde al trabajo o de abandonarlo antes de hora? ¿Es usted un trabajador autónomo y cada mes su vida pende de un hilito? ¿Ha pensado que las horas que tarda en desplazarse al trabajo y en regresar a su casa podría emplearlas en hacer el amor?” Así, dice la escritora, “los auxiliares administrativos, las recepcionistas, los celadores, los supervisores de sección, los oscuros ofi­cinistas de tribunal, los que persiguen todos los días la chuleta, se ponen a trabajar horas extra después de escuchar las palabras ominosas, como si de esa forma agregaran un poco de tiempo a su cuenta regresiva. Tanta gente sudando la gota gorda para pagar a plazos un departamento y un ataúd de las mismas dimensiones”. Sí, una imagen aterradora. Pero real.

¿Existe una salida para ello? Al parecer sí y se propone en este libro que sea el ocio, el ocioso. Porque el ocioso es el suspendido, el que vive su piso como extranjero. El ocioso hace que la ciudad siga siendo habitable, le devuelve su humanidad. Se trata de un alma sedienta de su propio ser, al aire libre. En estado salvaje. El ocioso es como un río que cruza las ciudades, dice Abenshushan. Las refresca. Las libera de sus humos. Y el ocioso también baja la velocidad. La doma. Y el ocioso es peligroso para la vida del comercio porque no sabe de reglas. Vamos, ni tiempo tiene. El ocioso se jode al reloj: “¿Qué es un reloj? —se pregunta la autora— , una forma de cortar, astillar, par­celar la existencia en fragmentos defi­nidos y actividades reglamentadas.” Empaquetar. “Un adorno con funciones policiacas”.

OCIO

¿Quiénes son los únicos que no tienen prisa? Los vagabundos, los juerguistas, los desocupados y los niños, que son los emperadores del tiempo verdadera­mente libre. Por eso el estado de infancia es también una salida. El juego. Abenshushan propone, pues, cambiar la frase: “Trabajar contra reloj por trabajar contra el reloj”, como una forma de contravenir el movimiento pernicioso de las sociedades. Hay que disminuir la velocidad. Frenar el mundo, decía Derrida. Hay una angustia de la velocidad que consiste en la renuncia paroxista a la vida, el olvido del ser. El tiempo nos mueve a nosotros y nosotros no a él. Como aquel texto de Cortázar. Uno es regalado al reloj, no al revés. Por eso el trabajo nos persigue hasta la demencia: lo llevamos a todas partes. Hasta el forma de llamadas telefónicas en la comida con los seres amados. Los puyazos de la velocidad se traducen en el sacrificio del tiempo propio. Cito: “el tiempo del sueño y la conversación, del amor y el cuerpo, de la contemplación y de todo lo que sirve al placer de la gente libre”. “La lentitud será el ritmo del futuro o no será”, escribe. Y no necesariamente se refiere a la procrastinación, la indolencia o la falta de compromiso, sino a trabajar por lo que realmente somos y que, por raro que parezca, somos nosotros mismos.

La gente trabaja hoy hasta explotar su cuerpo, y ocupa toda su energía en asegurarse un retiro o una propiedad, aunque al terminar de pagarla esté a punto de morir. Esto, en vez de trabajar libremente por lo único que realmente le pertenece: su personalidad, su voz, su sí mismo, su ser. Y no hay visos de que esto sea un caso aislado, sino que, por el contrario, es mundial y no parece que pueda terminar pronto. En este tenor dice Abenshushan haber conocido a un muchacho sensato y libre. Le preguntó: “¿En qué tra­bajas?”. Y él respondió: “En mí mismo”. Ése es el Diógenes resucitado. El que dignifica el placer y la fiesta. Por eso para la autora el ocio es quizá la mejor cara de nuestro espíritu por tratarse de la menos subordinada, la más refractaria a la cooptación y la que más nos recuerda que somos libres, que somos algo que no es propio de los aparatos ideológicos de algún estado. O corporativo. Todo para no caer en lo dicho por Robert Walser en su poema En la oficina: “La felicidad me queda muy lejos, por eso mi índole es modesta”. Hay entonces que levantar la cara. Tomar aire. Respirar. Ralentí y dignificación del yo, simultáneamente.

Como si este tono del libro no hubiera sido suficiente para apabullarnos, una, digamos, segunda parte, se abre para reflexionar sobre un mundo doloroso: el del escritor y la polis, el escritor y la industria, el consumo, la literatura como mercancía. El ensayista, por ejemplo, no como un creador de mitologías de larga duración sino como un comediante, un robot productor de textos. Dice en el capítulo titulado Contraensayo: “La diferencia entre el productor de artículos y el ensayista es radical; es una diferencia estética, económica, muchas veces ética y si se quiere hasta vital. El primero produce una escritura opor­tunista (coyuntural), donde suele renunciar a sí mismo, rindien­do siempre cuentas a alguien más (la burocracia académica, el editor de periódico o la industria); el segundo, en cambio, cree en la posibilidad, practicada por Montaigne o Thoreau, de con­vertirse finalmente en sí mismo”. Se fustiga al  escritor que, en pocas palabras, se olvidó de sus propias ideas. Y sin ello ya no hay una vocación social de sus ideas. Sólo consumo masivo de revistas y libros "sin carga de poesía.”

Otro apartado denuncia la TIRANÍA DEL COPYRIGHT, de cómo ésta sofoca los fenómenos culturales que nos constituyen y que pretenden restringir, a su comodidad e interés, las formas en que naturalmente se trasmiten, reproducen y asimilan las ideas durante siglos, a saber: el tarareo de las fuentes, la remasterización y el cover. La glosa, la apropiación deformada pero sustancial de un objeto cultural. Se analiza en estas páginas también cómo estos tiranos pretenden despojarnos incluso de la posibilidad de actualizar dichas manifestaciones. Prohibirlas, pese a que ellos mismos las sustrajeron, las arrancaron del caldo cultural. De ahí los extremos de la ley SOPA y el mecanismo de Acta, de eso que ya no se llama la World Wide Web sino la World War Web. Por cierto que en este tenor, Abenshunshan se lanza la puntada (¿una acción? ¿un poema visual? ¿un performance?) de publicar la página en blanco con copyright. Me pregunto si los derechos de esa pieza son suyos o de Surplus. Apúrate, Pablo Rojas. ¿Qué se busca con esta crítica? Decir lo que ya se huele. Que los  medios de reproducción se han democratizado y su capacidad de multiplicación será cada vez más irrefrenable. Que la información que nos han dicho siempre es poder, tarde o temprano se filtrará. Que sí hay que organizarlos, pero no en el sentido de las manecillas del poder y el dinero, para unos cuantos, sino justo al revés. Digamos salmónicamente, en dirección al pueblo que de alguna u otra manera le dio origen, es su asidero mayor: es decir, ordenar todo al dejar ser: al copyleft.

En uno de los últimos capítulos, denominado "Cámara de Escritores Desocupados", dice Abenshushan: “Yo no soy Jerome Rothenberg. Tampoco quisiera ser por mucho más tiempo Vivian Abenshushan, esa marca literaria”. Entiendo lo que quiere decir pero quisiera llevarle la contraria. Yo sí. Porque, como dijera ella misma sobre los ríos que cruzan las ciudades, estos libros, plumas como la suya, hacen que nos olvidemos un tanto de nuestra condición de hombres arrojados, solitariamente, al infierno. Por lo menos, en esto de la defenestración total, estamos acompañados. El libro es publicado por la estupenda Sur+, de Pablo Rojas y Gabriela Jáuregui, incansables, que ha mandado ya varias señales que la legitiman como un surtidor de inteligencia. No se lo pueden perder.

Este artículo es responsabilidad de su autor y no necesariamente refleja la posición de Pijama Surf al respecto.

Escritos para desocupados de Vivian Abenshushan puede descargarse gratuitamente desde aquí.

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