Grandes Maestros del Espíritu: Pitágoras, el músico de las esferas
Por: Javier Barros Del Villar - 04/06/2014
Por: Javier Barros Del Villar - 04/06/2014
El soplo del viento adora el sonido.
-Pitágoras
Periódicamente nacen mentes que terminarán influyendo de forma significativa en el rumbo del pensamiento humano. Sus aportaciones terminan impresas en el cuerpo de conocimiento disponible, y la historia humana, es decir, eso que como especie somos capaces de narrarnos sobre nosotros mismos, les rinde culto al absorber su contribución.
Supongo que por diversas circunstancias históricas, algunos de estos personajes acaban relativamente eclipsados por sus contemporáneos. Tal parece ser el caso de Pitágoras, un tipo brillante desde cualquier perspectiva que se le mire, y quien, si bien es ampliamente conocido por sus contribuciones a las matemáticas, y desde ahí a otras disciplinas, por ejemplo la música, aparece siempre a la sombra de Sócrates, Platón, y Aristóteles.
Por fortuna esta aproximación a Pitágoras no intenta cuestionar el orden jerárquico que sitúa a los grandes griegos, sino simplemente ahondar en su legado, enfatizando un aspecto de su vida y de su obra poco difundido y más que apasionante: el misticismo.
El hijo de Dios y su preparación
El nacimiento y en general la vida de Pitágoras están marcados por el misterio. En su libro The Anacalypsis (1833), el especialista en historia religiosa, Godfrey Higgins, juega con una serie correspondencias sincrónicas entre Pitágoras y Jesucristo, sobre todo alrededor de su nacimiento. Ambos nacieron en la misma zona, Belén y Sidón, en medio de una travesía de sus respectivos padres; supuestamente la madre del primero, Pythasis, al igual que la Virgen María, le anunció a su marido que su futuro hijo sería un benefactor de la humanidad, y estaba en contacto con una visión divina que, según ella, representaba al dios Apolo o dios Sol (un claro equivalente al Espíritu Santo). Finalmente, se supone que Pitágoras, por estas circunstancias, fue conocido también como el “hijo de Dios”.
Aparentemente el joven Pitágoras fue educado en las artes esotéricas tanto orientales como occidentales. Habría sido iniciado por los rabinos en las tradiciones secretas de Moisés, así como en los Misterios egipcios, babilonios, y caldeos –hay quienes apuntan que fue discípulo del mismo Zoroastro. A pesar de que los registros son confusos, historiadores coinciden en que visitó distintos países y fue aleccionado por un gran número de maestros, gracias a lo cual bien pudo haber recolectado protocolos sagrados de múltiples tradiciones que eventualmente fundiría en un código de principios.
Tras adquirir todo el conocimiento disponible para él entre los filósofos griegos y, presumiblemente, haberse iniciado en los Misterios Eleusinos, viajó a Egipto y fue iniciado en los Misterios de Isis, a manos de los sacerdotes de Tebas. Luego se dirigió a Fenicia y Siria, donde recibió los Misterios de Adonis, y tras cruzar el Éufrates accedió al conocimiento secreto de los Caldeos. Finalmente concretó su más grande e histórica aventura a Persia y Medea, y hacia el Indostán donde permaneció por muchos años y fue pupilo de los Brahmanes de Elefanta y Ellora.
(Ancient Freemasonry, Frank C. Higgins)
El Sabio
Buena parte de lo que conocemos de Pitágoras se debe a los registros de sus discípulos y sucesores, muchos de los cuales se basan en una especie de orden esotérica regida por las enseñanzas de este sabio. Diestros matemáticos, famosos por su férrea disciplina y su ejemplar discreción, los Pitagóricos seguían protocolos diseñados para purificar su alma, mente y cuerpo –incluso hay quienes afirman que, al igual que su mentor, practicaban el vegetarianismo. Esta cualidad nos remite a los principios alquímicos de la purificación de la materia, que provienen de Egipto, asociados a Toth (Hermes para los griegos), y que seguramente se incluían en los conocimientos que recibió nuestro protagonista en su carácter de iniciado.
Pitágoras de Samos sentó las bases para muchos de los actuales teoremas matemáticos, astronómicos y musicales. La lucidez con la que aprovechaba el universo numérico para decodificar lo visible y lo invisible, combinada con una admirada integridad ética, le permitió penetrar en jardines secretos reservados sólo para unos cuantos (los Misterios). Desde ahí transmitió invaluables enseñanzas a aquellos que estaban, probadamente, dispuestos a recibirlas, y forjó un puente hacia el entendimiento de las cosas: “La doctrina pitagórica de filosofía matemática puede ser aceptada como el único sistema de pensamiento capaz de lidiar con el acertijo de la existencia”, advierte Manly P. Hall, quizá el más destacado estudioso de las tradiciones místicas, en su épica obra The Secret Teachings of All Ages (1928). La inmortalidad, la transmigración del alma, y la posibilidad de representar numéricamente conceptos como la justicia, o incluso el Bien, también se incluyeron en su credo –“el número es la sustancia de todas las cosas”, advertían.
La iniciación
Para ser admitido entre los discípulos de Pitágoras, aduana que tras su muerte se mantendría para aquellos que deseaban ingresar a la orden, los pretendientes debían pasar antes una serie de duras pruebas. Primero el propio maestro, o el miembro de mayor rango, analizaba las condiciones físicas, mentales y espirituales del candidato. Si en la evaluación manifestaba las cualidades contempladas para desarrollarse en este camino, incluidas la humildad a prueba de glorias hasta la capacidad de ejercer la máxima discreción, entonces comenzaba el largo trayecto iniciático.
Cinco años de observar el silencio daban la bienvenida a los aspirantes –para una de las escuelas místicas más íntimamente asociadas con la música, resultaba fundamental la capacidad de penetrar el silencio. Durante una fase de este periodo, accedían a las cátedras del maestro, pero ubicados detrás de un velo, sin posibilidad de hacer contacto visual. También en esta fase debía entregar todas sus pertenencias a un comité de bienes, que los administraría a favor de la comunidad –a quienes no completaban el rito se les regresaba el doble de los bienes aportados, pero quedaban vedados para siempre de volverlo a intentar. Finalmente, tras este periodo, los aspirantes alcanzaban el rango de discípulos y podían ya participar ‘activamente’ en las enseñanzas.
La música como ensamble primigenio y como medicina
"La música de las esferas" es un modelo cosmogónico que concibe los cuerpos celestes unidos en una sinfonía cósmica que rige su movimiento a través de los cielos. Aparentemente la primera noción de este modelo fue propuesta por los caldeos. Pitágoras percibía el Universo como un infinito monocordio, cuya sola armonía unía los reinos absolutos de la materia y el espíritu. Con lo anterior se evidencia que percibía la música como un lenguaje alegórico que manifestaba la esencia estructural del Universo –algo así como el eco de la creación original.
Pitágoras afirmaba que la música era un desdoblamiento de las proporciones matemáticas. A través de la ley de intervalos armónicos, empleó la música para probar una relación de correspondencia armónica que rige la interacción en el universo: planetas, constelaciones, colores, plantas, figuras geométricas, etc. Además, profundizó en las reacciones específicas que ciertos acordes y armónicos producían en el organismo humano. Esto le llevo a establecer secuencias sonoras que facilitaban ciertos patrones conductuales y que, utilizados con conocimiento, demostraban propiedades medicinales.
Se dice que en su academia establecida en Crotona, compuso piezas para sanar determinados malestares físicos o espirituales, precisiones musicales configuradas explícitamente para inducir el sueño, contrarrestar el enojo, o combatir los miedos. El filósofo neopitagórico Jámblico, refiriéndose a la práctica de la medicina musical ejercida por su maestro, afirma:
Y hay ciertas melodías trazadas como medios contra las pasiones del alma, y también contra el desaliento y el lamento, que Pitágoras creó como cosas que proveen la ayuda más grande para estas enfermedades. Y, de nuevo, el utilizó otras melodías contra la furia y el coraje, y contra cada aberración del alma. También hay otro tipo de modulación creada como un remedio contra los deseos.
El humilde camino de la unidad
De acuerdo con Manly P Hall, en la obra anteriormente citada, Pitágoras habría sido el primero en presentarse a sí mismo como un filósofo: “Antes de ese tiempo los hombres de conocimiento eran llamados sabios (sages), que se interpretaba como ‘aquellos que saben’. Pero Pitágoras era más modesto. Acuñó el término filósofo, que refería más a ‘aquel que está intentando saber’. Independientemente de que esto sea o no cierto –se supone que el término filosofía fue acuñado por Sócrates tiempo después–, lo anterior refleja un aspecto fundamental de sus enseñanzas: la combinación entre sabiduría y humildad.
En primera instancia el credo pitagórico puede asociarse exclusivamente con el desarrollo de la razón y el cálculo. De hecho, en cuestiones musicales, los pitagóricos promovieron una visión canónica, en oposición a la armónica, afirmando que en los números, particularmente en la aritmética, se originaba la armonía musical –y no en la percepción sensorial o la intuición. Sin embargo, en la filosofía de Pitágoras las matemáticas realmente aparecen no como embajador de la razón, sino como un engranaje que orquesta la esencia indivisible de las cosas –mente, materia, espíritu–, y que confirma un Todo fundado en la unidad sincrónica y correspondiente. Al igual que en diversas tradiciones místicas de oriente, en el universo pitagórico nada está aislado, y nada está excluido de la divina partitura, o como el antropólogo y semiólogo británico Gregory Bateson lo expresa: “el argumento adquirió una forma distinta, preguntas ‘¿De qué está hecho –tierra, fuego, agua, etc?’ o preguntas ‘¿Cuál es su patrón?’ Los pitagóricos se cuestionaban sobre los patrones en lugar de sobre las sustancias.”
Con apenas una breve introducción a las enseñanzas pitagóricas, fácilmente podemos cosechar una miríada de lecciones fundamentales para orientar la existencia. El recato genuino, la conciencia del universo como un perfecto ritual, la purificación como un requisito, quizá 'meritocrático', para el crecimiento individual, y la impermanencia como el ritmo preciso de todas las cosas, el silencio como escala ineludible en la búsqueda de sabiduría, y la vida como un privilegio esencialmente sagrado son sólo algunas de éstas.
En Pitágoras encontramos la figura perfecta del maestro espiritual, un personaje sobrio pero radiante, exigente pero justo, racional pero místico, cualidades que permearon su cátedra. Quizá por esto su legado inspiraría directamente no sólo algunas de las órdenes secretas más famosas en la historia del ocultismo, como la Rosacruz y la Francmasonería, o a personajes célebres que explícitamente le rendían culto, entre ellos Aleister Crowley, Bucky Fuller o Tim Leary, sino seguramente nosotros, tú y yo, también debemos mucho, aún sin saberlo, a las enseñanzas de este hombre.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis
* Otras entregas de la serie "Grandes maestros del espíritu":