No son pocas las voces, dentro del ámbito cultural, que consideran a Octavio Paz como el intelectual mexicano que más ha trascendido en el siglo XX; este distintivo no tiene que ver sólo con su vasta obra literaria, sino con el protagonismo que muchas de sus ideas han tenido en distintos momentos de la historia nacional. Desde luego la obra de Paz tiene un papel destacado dentro del mundo de las letras, prueba de ello son los distintos premios que recibió a lo largo de su trayectoria, como el Jerusalén (1977), el Miguel de Cervantes (1981), el Nobel (1990), la Gran Cruz de la Legión de Honor de Francia (1994); sin embargo, su labor permanente como pensador, editor y promotor cultural le valió otro tipo de reconocimientos, como el doctorado honoris causa por la UNAM (1978) y Harvard (1980).
En su papel como editor y promotor cultural Paz buscó integrar a escritores mexicanos y de las vanguardias europeas; comprendió y reconoció al grupo de Contemporáneos, la generación que lo antecedió y entre quienes tuvo a algunos de sus maestros de preparatoria (Carlos Pellicer y Jorge Cuesta, por ejemplo); reivindicó a autores como José Juan Tablada y López Velarde (a quienes consideró los primeros poetas modernos mexicanos); abrió pasó a la generación que le prosiguió, fueran o no cercanos, directa e indirectamente (Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis). Octavio Paz asimiló la tradición literaria mexicana para, a partir de ello, dar paso a las vanguardias: ruptura y convergencia.
En el aspecto político Octavio Paz fue un crítico incesante de los regímenes que sacrificaban las libertades en pos del poder; si bien ideológicamente estuvo más cerca de la izquierda, ésta nunca aceptó (y reviró) las críticas que hizo al dogma.
Paz creía en la libertad del individuo, de las sociedades; en este sentido, nunca tuvo afiliación política ni social alguna; por el contrario, debió lidiar con las fobias y las filias que sus posturas despertaban tanto en intelectuales como políticos. En los años sesenta Paz ocupó distintos cargos dentro de la diplomacia mexicana, lo cual más allá de acercarlo al poder, le permitió acentuar su independencia: al ocupar la embajada de la India, durante el sexenio de Díaz Ordaz, su renuncia irrevocable fue de las pocas que llegaron a Los Pinos después de la matanza del 2 de octubre de 1968.
Quizá sea su obra ensayística, al igual que su incesante trabajo en las revistas Plural y Vuelta, lo que vuelve a Paz uno de los personajes más citados del siglo XX. En este rubro destaca la gran variedad de temas que interesaban a Paz, desde Oriente hasta Occidente pero con un acento permanente en México. Algo que resulta encomiable es que Paz en ningún momento se alejaba del poeta, de la voz poética; miraba el mundo, lo interpretaba y lo explicaba a través del filtro de la poesía. En este sentido, Octavio Paz ofrece al lector la certeza de que al adentrarse en cualquiera de sus múltiples trabajos, se acude al encuentro con lo auténtico.
El pensador que fue Octavio Paz encontró su lugar dentro del mundo de la cultura a lo largo de los años y a partir de las letras; construyó su identidad en las reflexiones de un personaje cuyas palabras no son las de nadie más, que todo lo interpreta y explica sustentado en ideas y conceptos propios: el pensador que fue Octavio Paz describe el mundo desde sus propias palabras, crea sus definiciones, expone sus conceptos y argumenta sus ideas. El mundo explicado por Octavio Paz es diferente al que se aborda en la academia, pero reconocible en todo momento, de cierta manera es un mundo más claro, transparente; mejor, en cierto modo.
El hombre que fue Octavio Paz se sustenta en obra y personaje, ambos son consecuencia de lo que quizá sea el mayor de sus talentos: la capacidad para nombrar las cosas, a la otredad. Al final, en el centenario de su nacimiento, personaje y obra resultan fundamentales para comprender los distintos contextos históricos que dieron lugar al mundo como lo conocemos; a este país.
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