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No hay tal cosa como las horas perdidas: Reseña de Museum Hours (Jem Cohen, 2012)

Por: Psicanzuelo - 01/08/2014

El amor también puede nacer en un museo; así lo muestra Jem Cohen en su más reciente filme, "Museum Hours".

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Como un elixir de este mar de cine dramático exacerbado de clichés, como una poción mágica contra los achaques de todo ese cine de festivales, denominado de "arte", lleno de lugares comunes vacíos de contenido, como una canción de cuna que no te han cantado hace años, así flota Museum Hours (Jem Cohen, 2012) proyectada en el espacio.  

Chico conoce a chica aunque ya no sean tan chicos.

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Anne (Mary Margaret O'Hara) es una mujer de edad madura (rondará los cincuenta), que recibe una llamada de una prima que ha quedado varada fuera de conocimiento en un hospital, localizado en una de las más bonitas ciudades del mundo: Viena, Austria. Anne toma un avión y vuela  en su ayuda cruzando el océano Atlántico, que refleja la luz solar como una pieza de plata confeccionada.

Johann (Bobby Sommer) tiene algunos años más que ella, trabaja en el reconocido Museo de Historia del Arte en Viena. Portando uniforme, nos revela su voz su pensamiento: “ser guardia tiene su tedio. Pero no es un mal trabajo, para nada”. Por medio de los audífonos que utiliza, la música ruidosa es una huella perenne de su pasado. De  joven se dedicó a manejar bandas de punk, kilómetros y kilómetros transitados en el interior de una van por toda Europa. Ahora su única compañía es todo el arte que llena las salas, distintos periodos de la humanidad, recuerdos, trozos armoniosamente recortados de la memoria colectiva, cuartos vibrantes en colores y formas que contrastan con el atuendo descolorido del mismo Johann de cabello gris plata. El contenido de las pinturas va espejeando su discurso, los recuerdos de Johann.

La hipnosis que provoca Museum Hours inicia a través del sentido del oído, la cadenciosa voz en off está cargada de sabiduría y un profundo sentimiento teutón reflexivo: “Tuve mi dosis de ruido y ahora tengo mi dosis de silencio”, escuchamos siempre el sonido ambiente presente en las mismas salas del museo, los pasos que rechinan en el suelo de madera, uno que otro turista se ayuda portando la explicación en una pequeña bocina junto al oído que suena en comentarios a escaso volumen.

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El cuarto favorito de Johann es el de Brueghel, por más que conozca los cuadros, si uno se aburre de mirar a los visitantes siempre encontrará cosas nuevas en cada uno de sus cuadros por más veces que los haya visto. Es que así funcionan los universos del pintor flamenco, paisajes sobrecargados de misteriosas actividades realizadas por la masa de individuos que componen una sociedad. En el basto encuadre, los hombres resultan pequeños, pero si uno presta especial atención a las actividades realizadas en cualquier parte de la acción total, se regocijará de comprender acciones aisladas que en sí son un universo lleno de equilibrio.

Johann bebe una cerveza después de trabajar (parece que es una vieja costumbre) y reflexiona sobre Anne, que ha visitado el museo: “¿Qué es lo que tiene alguien de particular que puede ganar nuestra atención y quedar en nuestra conciencia a diferencia de otras personas?”, se pregunta Johann acerca de su recuerdo reciente de Anne, quien regresa unos días después al museo para tener un contacto directo con él. Ella pregunta por direcciones para llegar al hospital de la manera más directa. El contraluz suave de la escena la vincula directamente en nuestra percepción con cualquier pintura flamenca, el sueño de la película nos despierta mientras nuestra vigilia entra en un estado particular de atención. Así nos envuelve esta gran obra que en algunos festivales internacionales fue catalogada como un documental. Además de dirigida, también fue escrita por el neoyorkino Jem Cohen, un artista underground, cuya obra es algo difícil de definir, y forma parte de los catálogos del Museo de Arte Moderno de NY y el de Whitney. Llama más la atención Instrument, su documental sobre la banda de culto Fugazi, que sus múltiples instalaciones:     


Anne y Johann desarrollan una amistad a lo largo de la película, más que nada un espacio de diálogo, un lugar para compartir y aligerar su camino como almas vagabundas que se han topado en la espaciosa sala de un museo. Hablan de los cuadros pintados y de la vida, logrando casi borrar la línea temática. Uno es otro, el arte de la vida y la vida del arte, todo combinado. Así, la toma de overshoulder de los dos sentados frente al cuerpo inmóvil de la prima en el hospital, mientras platican de los autorretratos de Rembrandt, parece estar sucediendo en alguna de las salas del museo. ¿Y no es así? Lo que son las cosas, y lo que representan, no hay segundos planos. Así una plática sobre un retablo de Adán y Eva, ahora en una de las salas del museo, da pie a una secuencia donde los turistas desnudos miran los cuadros con atención, mientras nosotros los miramos a ellos con morbo por estar desnudos.

 ¿Cómo miraba Dios a esa primera pareja que dio pie a esta humanidad?

La manera como la gente está grabada mirando las pinturas es como miran su propia vida en sí. Miradas que no son cómplices de lo que ven, se posicionan lejanas aunque estén a centímetros del cuadro observado. Es el trance de la ilusión de lo real. Johann nos cuenta de un chavo que solía trabajar en el museo, hablaba de las obras como una gran comodidad, parte del capitalismo tardío. Johann se cuestiona si no será que es capitalismo temprano, ¿de dónde viene esa noción de que el capitalismo está a punto de acabar o algo así?

Una guía del museo les comenta al grupo de personas que la siguen que la pintura no tiene tiempo, está flotando. Quizás en el tiempo de Bruegel esa pintura tenía otra explicación, quería decir otra cosa; sin embargo, hoy en día quiere decir algo y ese contenido es el que no tiene tiempo. Johann piensa que aunque algunas pinturas no valían mucho en sus tiempos, actualmente están en una sala de un prestigiado museo al lado de otras que sí lo valían, ambas ahora cuestan demasiado. ¿Podríamos distinguirlas si no nos dijeran la diferencia? Probablemente no.

No cabe duda que la manera de ser un punk en estos tiempos no necesita de tanto escándalo, Jem Cohen entiende que ahora la armonía es subversiva. Así como también una amistad pura y llena de gracia es completamente agresiva contra un sistema como el actual que los contiene.   

 Twitter del autor @psicanzuelo