Salvaje animación en "The Congress", estrenada en el CutOut Fest 2013 México
Por: Javier Raya - 11/19/2013
Por: Javier Raya - 11/19/2013
Las fantasías siempre involucran un acto que nos priva del objeto antes de que lo obtengamos, y es a través de esta privación que disfrutamos la fantasía. Fantaseamos el objeto a distancia para poder, propiamente, disfrutar el objeto. Una vez que reconocemos esto, todo cambia. Incluso las fantasías más ideológicas de Hollywood requieren esta distancia del objeto para funcionar efectivamente. Nuestra habilidad para disfrutar estas fantasías no depende de su función ideológica de permitirnos imaginarnos a nosotros mismos obteniendo el objeto imposible. Disfrutamos estas fantasías porque hacen imposible el objeto.
Leemos en las noticias que unos neurocientíficos aseguran poder mantener vivo un cerebro humano dentro de un cuerpo androide antes del 2050, sobre los viajes civiles a Marte, sobre la capacidad de clonar órganos humanos, de aliviar el hambre, de hacer desaparecer las enfermedades mortales que asolan a los más pobres. El futuro es el espacio en el que, sin lugar a dudas, moriremos, como morirá todo lo que conocemos; el plazo que se abre frente a nosotros, como individuos y sociedades, es solamente el que puede darnos la imaginación. Y la imaginación puede ser un oráculo adecuado para echar un vistazo a lo que todavía no es.
Ésta parece ser una de las premisas implícitas en The Congress (2013), una película que nos muestra un futuro cercano donde el placer ha tomado el lugar de la percepción, y la utopía química se concreta en el sueño de una sociedad en un perpetuo viaje alucinógeno colectivo. La alternancia entre el plano de la realidad y el de la animación es un recurso que ha sido utilizado en otros filmes para marcar el cambio de convenciones narrativas, o la irrupción del mundo de la fantasía en el de la realidad.
Muy lejos de Dick Tracy o Cool World, The Congress logra ir un paso más allá en el recurso al hacer que el espectador se cuestione a sí mismo sobre la naturaleza de la percepción y de su propia identidad; esto es perceptible en la extrañísima sensación que se tiene al abandonar el cine: nos hemos acostumbrado durante las últimas horas a que la realidad es una alucinación, una perturbación del acto de percibir, y ese quiebre hace eco en la mirada al salir.
Estrenada en el último festival de Cannes y presentada por primera vez en México dentro del festival CutOut, el miércoles pasado, en la ciudad de Querétaro, The Congress contó con la asistencia del director de animación, Yoni Goodman. Dirigida por Ari Folman, The Congress es la adaptación de la novela The Futurological Congress de Stanislaw Lem. En esta versión seguiremos a Robin Wright, actriz que recordamos sobre todo como la Jenny de Forrest Gump, quien hace de sí misma en el filme viviendo una vida modesta de celebridad menor, luego de su paso por Hollywood. Su agente, un siempre disfrutable Harvey Keitel, le ofrece a Robin una oportunidad no sólo para salvar su carrera, sino para darle una nueva vida, a condición de renunciar a ella: el cine como lo conocemos dejará de existir pronto, pues del mismo modo en que la locación y los efectos especiales son sustituidos paulatinamente en las producciones hollywoodenses por pantallas verdes y postproducción, los actores y actrices serán sustituidos por un simulacro computarizado que no envejece, que sigue las indicaciones del director, quien a su vez deja su vieja función de director de orquesta por la nueva de programador, completando así una visión del cine futuro como industria plenamente consciente de su labor ideológica: maquinar sueños, ser el ensayo general de una realidad futura donde el star system crece hasta alcanzar las dimensiones de la realidad. ¿No habremos alcanzado ya ese punto de no retorno?
La animación juega un papel fundamental: The Congress no alterna segmentos de escenas “realistas” con segmentos animados, sino que la animación marca el principio y el fin de un trayecto existencial y temporal en la historia de Robin. A través de la aparición de una droga, como el soma de Huxley en Un mundo feliz, cada persona puede olvidarse de quién es y comenzar a vivir en un mundo que se transforma en una salvaje fantasía colectiva donde cada uno es justo el que quiere ser. La droga es capaz de transmitir nuestra alucinación a los otros, por lo que el otro nos ve justamente como quisiéramos que nos viera. La utopía química, iniciada por los antidepresivos y medicamentos de prescripción, ha culminado en una hipérbole similar a la del cine: dejar de ser un apoyo o una distracción de la realidad angustiante para volverse toda ella deseo cumplido, realización pura y sin freno (claro, siempre para el que puede costeársela).
Tal vez habría que decir también que The Congress (122 min.) se siente algo pesada, pues aunque el guión es magnífico (aplausos de pie para Paul Giamatti, como siempre) se trata de un viaje salvaje de lo perceptual a lo conceptual, similar al que se tiene la primera vez que uno ve The Matrix. Es posible que a causa de esto recibiera críticas de 6.5 en iMDB y 87% en Rotten Tomatoes. Poco importa: como en los trips con enteógenos, el espectador recibe y procesa lo que es capaz de procesar, pero la experiencia está ahí, latente, esperando a explotar.
Twitter del autor: @javier_raya