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Cuando la idea es genial, cuando es profunda, aguda, perfecta –diría-, el tesón le es inmanente. Los genios no pierden. O por lo menos, los genios no cejan. Y ahí podrían valer ejemplos de todos los órdenes; desde Jobs hasta Kafka

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Históricamente, el tesón no guarda proporción ni un peso especifico relativo importante respecto de aquel otro atributo humano, mucho más carismático, que llamamos la inteligencia.

Solimos creer, y aprendimos a convencernos, de que el tesón era atributo de los esmerados, pero no de los geniales. Y que la inteligencia y la genialidad estaban necesariamente vinculadas.

Sin embargo, a medida que pasa la vida, a medida que veo, que emprendo y reconozco caminos de genios y genialidades, de logros y de las cosas que merecen la pena, encuentro en general que no es la inteligencia lo que caracteriza y determina esa genialidad, sino su tesón.

Probablemente, se trata de un tesón fino, refinado y sagaz; no de un tesón bruto, terco y miope; pero tesón al fin. No cejar. La convicción vuelta insistencia de que lo que se hace vale la pena  y que vale la pena insistir hasta que sea hecho. La sensación de necesidad. La imposición. La compulsión. El impulso irrefrenable… Tesón.

Por eso es que creo justo, necesario y oportuno rebalancear cuentas.

También encuentro una correlación muy directa entre visión genial y tesón inquebrantable. Es decir, que cuando la idea es genial, cuando es profunda, aguda, perfecta –diría-, el tesón le es inmanente. Los genios no pierden. O por lo menos, los genios no cejan. Y ahí podrían valer ejemplos de todos los órdenes; desde Jobs hasta Kafka. Y no cejan aun con total independencia del reconocimiento y hasta del logro mismo. No cejan porque la visión tiene un magnetismo que genera impulso. Es fanática. Radicaliza los estilos. El brillo de la visión jala como su fuera un imán. Obsesiona. Coacciona. Determina y da sentido a cualquiera de las actividades. James Joyce. Mandela. Garrincha.

Si lo que veo es genial, casi todo lo que haga a partir de ahí queda justificado. O dicho de otro modo: no hacer lo que debo hacer sería injustificable. ¿Cómo acaso podría dedicarme a otra cosa? ¿Cómo invertir tiempo en otro lado? ¿Cómo? ¿Cómo acaso alguna otra cosa que no fuera mi propia muerte podría interrumpir mi camino, mi convicción de que hay que insistir con independencia de los editores torpes, de los ejecutivos miopes y ramplones, de los factores de poder, de los millonarios necios o de cualquier otro burócrata de turno?

Claro, la historia del visionario en general es dura. Por eso su tesón es tan encomiable y provoca hacerle este elogio. O tal vez sea ese tesón mismo lo que condena a la dureza. Pero es así. Porque el visionario suele tener unos argumentos para justificar su visión que no condicen ni “congenian” con las matrices básicas y simples del sentido común. Por eso son visiones, de algún modo. Porque la evidencia no es compartible. Por eso son algo mas que buenas ideas, conceptos razonables. Son visiones porque se saltan la valla de la deducción lógica, de la contigüidad de pensamiento, e invaden los terrenos vírgenes de la intuición; zonas que no se justifican ni por su lógica ni por su consistencia, sino por su trascendencia y su preclaridad. Son instantáneas de valor.

Por eso es duro y difícil ser genial. Por eso es un dialogo de sordos y un camino de locos. Por eso es que el tesón vuelve, una y otra vez, a ser la clave de la realización. No cejar.

Miles de genios incomprendidos, de ideas geniales, de visiones fantásticas, de emprendimientos significativos andan dando vueltas por ahí. De su tesón y de su habilidad para aplicarlo en los tiempos finitos y cortos de una vida, depende su realización.

Por eso desde aquí, desde mi nota, echo un voto a rodar de buena suerte para los tesoneros y de iluminación para los que -de alguna u otra manera- tienen las herramientas para ayudarlos a realizarse.

Twitter del autor: @dobertipablo

Sitio del autor: pablodoberti.com

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