Sustancias milagrosas que la ciencia convirtió (¿involuntariamente?) en drogas recreativas
Psiconáutica
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 08/26/2013
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 08/26/2013
El laboratorio de química, el hogar de los alquimistas modernos, durante siglos ha sido el sitio donde los investigadores analizan propiedades aún desconocidas de sustancias conocidas; pero en ocasiones, los efectos con que se encuentran tienen menos que ver con lo que buscaban en un principio.
1. Cannabis
En 1689, el científico Robert Hooke compró en una cafetería de Londres (que debemos imaginar más bien como una botica que como un Starsucks) un poco de cannabis traída de las Indias del Este. Hooke la probó en un amigo cuyo nombre no ha quedado consignado para la posteridad, no así los efectos que la cannabis tuvo al entrar en su sistema. Hooke describe que el paciente "no entiende, no recuerda nada de lo que vio, escuchó o hizo", aunque no fue una experiencia terrible, pues a su vez "está muy alegre y ríe y canta".
Probablemente el paciente sin nombre al que Hooke administró cannabis fuera también el primer caso documentado en la literatura científica sobre el munchies, el hambre que sigue a una dosis de cannabis, pues Hooke estaba interesado en el uso de la droga como relajante muscular, especialmente para dolores estomacales, con el añadido de que devuelve el hambre a los enfermos. Incluso en los días de Hooke, la cannabis se consideraba una sustancia segura; Hooke escribe que la droga es "tan conocida y experimentada por miles, que no existe causa de temor, aunque posiblemente la haya de risa." Un humorista científico en pleno siglo xvii.
2. LSD
Probablemente todos hayan oído acerca del "niño problema" del doctor Albert Hoffman, la dietilamida del ácido lisérgico o LSD, para abreviar; pero es menos conocido el hecho de que la investigación pionera de Hoffman en el laboratorio Sandoz buscaba la veracidad de una vieja leyenda: los misterios de Eleusis.
Los galenos del imperio romano conocían bien la enfermedad llamada sacer ignis (fuego sagrado), que en la Edad Media se conoció como el Fuego de San Antonio, una úlcera sumamente dolorosa en la que el paciente, además del dolor físico, sufría de poderosas alucinaciones. Quienes sufrían del Fuego de San Antonio de hecho estaban intoxicados por el cornezuelo del centeno, un hongo que crece en dicho cultivo; además de Hoffman en libros como The road to Eleusis, investigadores como el neurólogo y divulgador científico Oliver Sacks se han referido a la relación entre casos históricos de demencia colectiva con el cornezuelo del centeno (el libro de Sacks que hay que revisar es Hallucinations.)
Hoffman sintetizó la dietilamida de ácido lisérgico investigando las propiedades del cornezuelo. Una pequeña gota de la sustancia tocó su piel sin que él se percatara. La extraña sensación que sintió luego le hizo investigar más: se dice que la diferencia entre un científico y un místico es que el segundo prueba sus teorías sobre sí mismo; fue por eso que tres días después Hoffman tomó 250 microgramos de LSD-25, unas 10 veces más de la dosis que contiene un cartón de "ácido" en nuestros días. El relato que realizó al día siguiente (luego de un breve periodo de pánico) quedó consignado así:
Imágenes fantásticas aparecían en mí, alternando, dispersándose, abriéndose y luego cerrándose en círculos y espirales, explotando en fuentes de colores, reacomodándose e hibridizándose a sí mismas, en flujo constante.
3. Crystal meth
Las referencias culturales a la piedra o crystal meth nos llevan a pensar en la serie Breaking Bad; pero antes de que Walt decidiera dar un giro radical a su vida, un científico japonés de la élite Meiji, Nagayoshi Nagai, sintetizó por primera vez la efedrina en 1885, mientras investigaba la planta Ephedra sinica, utilizada por siglos en las medicinas china y ayurvédica.
Por los mismos años, Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, publicó un opúsculo describiendo las bondades de la cocaína en el polémico Über Coca de 1884. La cocaína era más poderosa que las hojas de coca que los antropólogos occidentales estudiaron en las selvas de Sudamérica, y entre otras sustancias, sus efectos eran casi desconocidos para la farmacéutica. Investigadores como Nagai esperaban encontrar efectos similares en la efedrina. En 1893, Nagai utilizó un método nuevo para convertir efedrina en meth, pero no fue hasta 1919 cuando el alumno de Nagai, Akira Ogata, descubrió otro método para hacerla, dando al mundo el crystal meth.
Occidente tardó unos años en darse por enterado, pero cuando lo hizo no hubo vuelta atrás: además de anfetaminas, el uso de crystal meth está comprobado en ambos bandos de los combatientes de la Segunda Guerra Mundial. Se dice que para 1942 el Führer en persona se hacía inyectar regularmente meth, y dos años después los laboratorios Abbott en Estados Unidos obtuvieron autorización de la FDA para utilizar la sustancia en todo tipo de tratamientos, desde pérdida (o ganancia) de peso hasta alcoholismo.