La búsqueda de Dios a través del cine de Terrence Malick lo ha llevado a sumergirse en la naturaleza que nos rodea fuera de una ciudad, escapar hacia el inicio de las cosas. Enfrentando bíblicamente la composición en cuadro, con el apoyo que ha encontrado en la cámara que vuela de Emmanuel Lubezki. Esta fuerza-empuja un montaje para encontrar las revelaciones adecuadas: construidas, reinterpretadas por cinco distintos editores.
Richard Gere fue Adán al lado de su Eva menor de edad, en el bucólico paraíso de Días del Cielo (1978). Pretendiendo ser hermanos ante el faraón se les permite la dulce estadía, días de vino y rosas para esta versión “western” de Abraham y Sarah. Infinitos atardeceres a la hora mágica, cortesía de Nestor Almendros, envuelven sus rutinas. Para finalmente provocar la ira de ese Dios furioso y ser expulsados violentamente tras una profunda traición, el pecado original.
Esta imagen del paraíso lejos de la civilización como lo pueden representar las costas de Virginia en el siglo XVII para un conquistador en El Nuevo Mundo (2005) o las recónditas selvas tropicales para una tropa estadounidense en la mayor de las islas Salomón del Pacífico durante la Segunda guerra mundial en La Delgada Línea Roja (1998), está presente en toda su obra. Este espacio se repetirá como una profunda nostalgia, un lugar al que podemos acceder físicamente pero en el que nuestras almas jamás podrán abrirse para experimentarlo.
Terrence Malick ha ido afinando esa búsqueda hacía la realidad mas inmediata, con El Árbol de la Vida (2011) lo encuentra en el pasado que se refleja en el futuro después de la muerte.
Ahora con To the Wonder (2013) esta búsqueda ocurre en el presente, en lo cotidiano de un mundo global. Explorando la realidad hacía el paraiso personal, cruzando infiernos e infiernitos. Donde ahora sí el director-autor, por medio de sus personajes-individuos, intenta fundirse con Dios y liberar su alma en este paraíso, más que construido reflejado del mundo espiritual al material. El cine como puente de dimensiones y herramienta de construcción. La misión empieza a ser, traer el paraíso al planeta tierra, a nuestra realidad inmediata.
Neil (Ben Affleck) encuentra una puerta al norte de Francia, para ser exactos en el Monte Saint-Michele (lugar construido en honor a San Miguel arcángel). Una vez más esa melodiosa voz en off, esta vez en francés, mas que leitmotiv funciona como estructura dramática. La elegía melodiosa en la mezcla de audio de la importantísima banda sonora, palabras que conectan con esa dimensión a la que se quiere llegar, el sonido antecediendo la imagen. Aunque como Robert Bresson definió años antes, el sonido es imagen. El personaje de Marina (Olga Kurylenko) lo conduce en una ascensión a la maravilla por las escaleras del antiguo y majestuoso castillo. Envueltos en las sensaciones que la música original del joven texano (paisano del Malick) Hanan Townshend proporciona, dando pie a un fragmento de una opera de Wagner, y las botas bailaran en charcos encantados donde esa primera revelación celestial estará constituida por esas mariposas en el estomago del enamoramiento, bajo los cielos nublados protectores. El tiempo no avanza.
Neil invita a Marina y a su hija a vivir con él en esa América idílica representada por el típico “midwest” dónde los atardeceres majestuosos y el fast food se entremezclan en la confusión de la nueva era. Donde los juegos nocturnos en familia y una casa que nunca acaba de salir de las cajas empacadas podría llamarse hogar. Ahora la voz de él es la que nos conduce, y es que las voces también constituyen ese romanticismo con el que entendemos mal el amor de pareja, reduciéndolo de la búsqueda espiritual que debiera ser.
Hay un personaje que representa la nueva ola de inmigración latina en este caso religiosa, él representa la espiritualidad que le hace falta a los dos y así se convertirá en el puente entre ambos. Alguien cuya esperanza extrema, sufre profundas dudas que hacen mucho mas solida y sincera la búsqueda metafísica. Igualmente representa la crisis total en nuestro sistema de fe, el cansancio aguardando la segunda venida del Cristo. El padre Quintana (Javier Bardem) nos muestra paisajes de las mayores decadencias a las que los ojos de Neil y Marina están cegados. El arma letal que ha sido la droga para que el sistema pueda construir un muro entre las minorías y las mayorías.
Pronto Neil reencontrará a la bella Jane (Rachel McAdams) quien lo lleva a visitar fantásticos parajes donde centenares de búfalos nos cuestionan sobre lo que todavía es posible a través del cine. Aún hay sorpresas en esa profundidad de campo que desafía las leyes de esa misma naturaleza, atrapada en el lente de una cámara de 70mm.
Neil revive su pasado a fuego lento, sus sueños, sus ilusiones, todo reflejado en pasajes bíblicos que se encuentran referidos directamente a la parte de romanos en el nuevo testamento. ¿La conversión de Pablo? ¿La de los romanos? La vida como el vestido rojo de Jane en el atardecer del trigo, y su cabello dorado que brilla bajo el sol como un casco de centurión romano. El pasado al que nunca se podrá regresar.
Neil decide terminar la relación con su pasado y traer a Marina de regreso para afrontar ese futuro al que tanto teme. Se casará con ella para lograr que adquiera una “green card”. Días de gozo sin la presencia de la niña, dan luego pie a que poco a poco aparezca la violencia entre los dos. La única forma en la que podrán saber quienes son en un conjunto.
El padre Quintana es una vela en el camino de Marina. En el guión funciona perfectamente como sujeto de atención de la sexualidad de ella que finalmente encuentra con quién vengarse de las desconsideraciones de Neil. Es aquí donde la película según mi humilde opinión se debilita, como en otras piezas de Malick. Su idea infantil de la figura femenina incorruptible, desligada de sus sensaciones y humanidad; solo obediente a sus emociones. Un pilar social incorruptible y hasta meritorio de construir el segundo giro argumental a través de su desobediencia con arrepentimiento instantáneo. Velado machismo violento encapuchado en sensibilidad de luz difusa contrastada en un cliché de motel gringo barato. Ridícula toma a la entrepierna de la mujer sobajada, se ha vuelto ese hogar corrupto tras el triunfo de sus instintos.
El padre Quintana es quién ayuda a Neil a perdonar, les muestra a ambos como redimir ese corrupto mundo lejos de la mano de Dios, como volverse activos en la consciencia, ambas almas pueden volverse una por medio de la caridad.
Si fue San Miguel Arcángel el que expulso a la humanidad del paraíso, es él también el que ahora los vuelve a recibir. Con ese plano emblemático del monte Saint Michelle, el castillo en los cielos. La bendición y las luces que lanza al frenético close-up de Marina que recibe los destellos angelicales y entra por la puerta que siempre estuvo abierta, la del corazón.
“El amor que nos ama”, como reflexiona Marina.