El momento decisivo de la evolución humana es permanente. Por eso tienen razón los movimientos intelectuales revolucionarios que declaran nulo todo lo sucedido con anterioridad, pues nada ha pasado todavía.
Kafka, Aforismos de Zürau (6)
Es posible que la nada nos asuste o nos aterre. Es posible que no seamos capaces de siquiera imaginar el vacío absoluto, solamente por lo siniestro que nos parece su posibilidad. La nada nos recuerda la muerte, la soledad, el absurdo, la banalidad y, de esta forma, paradójicamente, la concebimos llena de significantes, un territorio vacío por definición pero al mismo tiempo poblado de conceptos temibles que por esto mismo evitamos o ignoramos tanto como podemos: viviendo, trabajando, creando, ocupando a nuestro cerebro siempre afiebrado (“heat-oppressed brain”, Macbeth) en otras cosas para que no piense en estas.
La nada es parte de la respiración natural de la existencia, el reverso del aquí y el ahora, la oscuridad que se adivina en cada parpadeo. La nada es, quizá, ese abismo sin fin ni propósito que se hace presente en alguna pesadilla, la insignificancia que sospechamos al fondo de todos nuestros logros, el absurdo de una situación sostenida por nada más que invenciones y concesiones y acuerdos tan tácitos como arbitrarios.
Sin embargo, ¿no tiene la nada un cariz tranquilizador? ¿No sería sumamente aquietante, como en la ambición malograda de John Cage, conseguir el silencio absoluto y sumirnos en él así fuera por 4 minutos y 33 segundos? La nada, en este sentido, quizá siga siendo temible pero también se revela de pronto acogedora, un abismo en donde se adivina inesperadamente atemperador que nada suceda. ¿Y no es está tranquilidad también una suerte de punto cero sumamente propicio para la creación y la generación?
Si nada importa, entonces es posible que seamos nosotros mismos quienes asignemos esa importancia. Si nada existe, entonces quizá todo pueda existir.
El nihilismo como una postura existencial que nos hace descubrir el mundo, la realidad, la vida, como cuadrantes en los que nada ha pasado todavía (como dice Kafka) porque todo está por suceder.