Dos artículos gemelos que reflexionan sobre cintas que exploran a través del sonido caminos hacía un nuevo quehacer cinematográfico. Color Contracorriente crea un sendero en este eterno jardín de bifurcaciones. Como un recordatorio recuerda el libro de Thoreau: Walden, como un testamento de que la realidad puede ser creada mediante ciertos esfuerzos individuales.
I Ruidos Invertebrados.
El sonido se fusionó al cine en el año 1927, cuando llevaba casi tres décadas de existir, en la ya muy famosa función de El cantante de jazz (Alan Crosland). De ese nuevo invento le llevaron varios años al cinematógrafo el recuperarse; los años de libertad experimentados por la manipulación de la imagen a través del montaje en independencia de la realidad mediata habían finalizado. Cierto, el aún nulo desarrollo de la película en color dotaba de resistencia a la poesía innata de la proyección. En estos tempranos primeros años de existencia muda, la plástica del cine avanzó precipitadamente, encontrando un lenguaje propio a manera en que iba liberándose de la influencia de las bellas artes. En una forma simpática se puede ver este torpe capítulo de la evolución de la pantalla de plata, en la cinta Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952).
En su momento Robert Bresson desarrolló toda una manera de pensar muy personal sobre el sonido en el cine, la cual se puede consultar en sus Notas del Cinematógrafo, misma que sigue influyendo rotundamente en el cine de vanguardia alrededor del mundo. Otros teóricos prácticos han dejado testamento de lo poco desarrollado de esta área, sin tener que forzosamente estar suscrita a la imagen, como es el caso de Walter Murch. En este artículo, dividido en dos partes, platicaremos sobre dos cintas recientes que de una manera interesante y particular retoman la reflexión, o más bien nos hacen percibir la película como algo más que un producto audiovisual proyectado.
En Color contracorriente (Upsteam Color, Shane Carruth, 2013) el hábil director Carruth construye un colorido rompecabezas que juega con nuestra percepción de distintos modos. A nivel guión, el espectador verá menguado su juicio para asignarle a cada personaje un valor moral, sin poder ejercer sus hábitos de empatía hollywoodense, porque estos personajes seguirán mutando su verdadero carácter; imposible será distinguir buenos y malos aunque existan culpables y víctimas. Por otro lado, narrativamente se verá agresivamente provocado a encontrar una conjetura total a las escenas que componen esta obra maestra, imposible de comprender si se confía plenamente en una lógica lineal. Cual narración de Jorge Luis Borges, el jardín tendrá miles de senderos que se bifurcan en varios otros que siguen siendo el mismo jardín, en el cual solo ciegos podremos encontrar el camino a casa.
Uno podría partir de Primer (2004), el debut directorial y actoral del talentoso Carruth, que sorprendió a todo mundo en Sundance. Ciencia ficción sin presupuesto, en donde dos empleados de una corporación encuentran túneles en el tiempo queriendo innovar competitivamente con un producto nuevo. El resultado es un juego de saltos de tiempo, donde se libera la película de nuestras acostumbradas percepciones liberándonos así de un pensamiento lineal. Una cinta sólida, bastante profunda y al mismo tiempo entretenida.
Así, la estructura de Color contracorriente no deja de basarse en metáforas encriptadas, sujetas a una construcción que corresponde con nuestro mundo actual, pero que nos catapultan a lecturas completamente nuevas dependiendo de cada espectador. El ladrón (Thiago Martins) cultiva gusanos. Entendemos a través de una sofisticada y confusa puesta en escena, en flashbacks que se miran con el presente, que con ellos hace una bebida desde hace muchos años en una especie de enraizado culto. A base de psicodélicas tomas microscópicas de colores variados, se entrecruzan las sensaciones que vienen de los recuerdos, memoria molecular reactivada, experimentamos muy de cerca los átomos saltarines de las vivencias correspondientes. Con una música que no nos deja del todo sentir dónde terminó la primera secuencia y dónde empieza la segunda, se hace un invisible puente a Kris (Amy Seimetz). Corredora amateur de maratones y productora profesional ejecutiva de llamativos comerciales de alto presupuesto que será secuestrada prontamente por el ladrón, en su difícil de dilucidar cueva, gracias a los múltiples planos detalles de textura variable high key. El ladrón juega trucos metafísicos con ella, quien ha bebido sin saberlo gusanos varios, y le regala el placer de beber agua cuando aparece la primera alusión al mítico libro Walden, escrito por David Henry Thoreau a mediados del siglo XIX. Un diario que cuenta con detalle las aventuras del escritor, quien por dos años decidió vivir sin un solo centavo en medio de la naturaleza. Este libro es la clave para entender más que nada las intensiones de Shane Carruth con su película. Walden, la vida en los bosques es un emblemático diario en primera persona, con la sinceridad como misión, la aventura de encontrar un sentido a la vida fuera del rol social que uno encuentra de un modo u otro en ella. Walden es el valor del individuo para reconocerse parte de la naturaleza y encontrar la eterna base noble del ser humano en el trabajo físico, mismo que lo hace uno con la tierra en la que habita.
Sorprendemos a Kris transcribiendo una moderna impresión del Walden a mano, mientras bebe eufóricamente el agua que le han dado, bebiendo también lo que queda de la noche. Enseguida será timada por el ladrón, que le pide dinero para liberar a su madre. Es obvio que los gusanos están en el interior de Kris afectando su comportamiento, primero con la sed que siente y después por la especie de neutralidad mental con la que acepta completamente la manipulación y el robo. Kris está hipnotizada no solo por los gusanos que se acaba de comer, sino por la forma como el diálogo off screen del ladrón está registrado en esta parte de la cinta. Junto con el sonido incidental, ese sonido ambiente que en corte directo hace todavía más vertiginoso el montaje de sobre expresivos planos detalles, el audio contrasta con los ángulos elegidos haciendo avanzar la acción sin continuidad de imagen, así nuestra percepción llena espacios que se vuelven significados en esta yuxtaposición.
Como menciona el visionario teórico Michel Chion:
Debemos corregir el entendido de que escuchamos en continuidad. El oído de hecho escucha en breves rebanadas, lo que percibe y recuerda en sí consiste de una breve síntesis de dos o tres segundos del sonido mientras esta evolucionando. Como sea, dentro de estos dos o tres segundos, que se perciben como Gestalt. El oído, o mejor dicho el sistema oído cerebro, de manera minuciosamente seria ha hecho su investigación para reportar al individuo el evento en su totalidad, con la data que recopilo de la manera en que lo hizo. Este resultado es una paradoja: no escuchamos sonidos, en el sentido de reconocerlos, hasta poco después de que los percibimos [1].
Así Carruth articula este espacio inexistente que se vuelve vivo. La continuidad de sonido es lo único que hace una realidad concreta, es la cadena que nos va guiando. Esa voz es suplantada poco a poco por la de Kris que se habla a sí misma, en parte desarticulada mentalmente y en parte irrumpiendo en llamativo flashback narrado en diálogo. Cumple y actúa los roles sociales que dejamos de ver alrededor de nuestro personaje, no vemos las escenas sino que las escuchamos actuadas por ella misma, que inmediatamente después mastica hielo casi con el micrófono en el interior de su boca. El uso del top shot sirve para ordenar en nuestra mente lineal que se distorsiona por esa forzada aunque rítmica edición de diálogos a destiempo.
Microscópicas tomas cálidas y coloridas de los canales sanguíneos de Kris nos dejan ver que los gusanos se mueven en su interior, mayor cantidad de planos detalles apilados de su piel recuerdan al joven Cronenberg cuando capoteaba de manera genial los bajos presupuestos con los gusanos moviéndose por esa epidermis rebelde, en un bronceado de larva. Esa metáfora de no existir solo como un ser simple, el estar poseído. Podríamos pensar en la teoría científica de los tres cerebros del hombre, sencillamente bien explicada en este blog.
Aunque también viene a la mente la concepción un poco más teórica de Gurdjieff distinguiendo al hombre como una criatura tricerebral.
El filoso cuchillo de cinta slasher en automutilación da pie a los múltiples quejidos en primer plano, que cortan dando pauta al sonido ambiente de una realidad ahora muy lejana.
Giro, cambio de secuencia y casi de película, para estar en el patio de bocinas, la realidad es para ser escuchada, experimentada a través del oído; la iluminación de campo de futbol nos deja ciegos. Este nuevo mundo de ciencia ficción donde el trasplante de órganos con un puerco es el único camino hacía la salud está dominado por un personaje que en los créditos de la película se denomina como THE SAMPLER (Andrew Sensening). Éste cría puercos y graba sonidos varios de la naturaleza para luego editarlos y recrear algo que no existe, post-produciendo/creando de esta manera los mundos que se convierten en lo único que existe. Lejos de la ciudad, crea todo lo que es la urbe con todo su sistema de producción y ganancias.
Kris avanza por un cuarto recuperándose. Fuera de foco, a sus extremos, se puede ver la gente sampleada, mirando hacía afuera. Los momentos de Soft light, high key, dan lugar al contraste; con este cambio de estilo en la iluminación se separan las dimensiones. En este sentido la cinta nunca deja de moverse como un salmón a contracorriente. El empresario sampleador ha curado a la mareada Kris y ahora ella puede regresar a su mundo, que nunca será el mismo en esta nueva percepción.
En entrevistas con sus empleadores y distintos servicios se percata de su sonambulismo causado por los gusanos, de su caminar drogada por la vida sin reconocer ni saber lo que hacía, como Cesare fue manipulada por el Dr. Caligari. Asemejando un proceso de recuperación de la adicción, intenta conectar con su anterior esencia, antes de tener gusanos en su interior, teniendo que así encontrar un nuevo ser más acorde con su nueva realidad. Así es como Kris con el cabello corto, retraída, viajando en el metro, conoce a Jeff (Shane Carruth, el mismo director que vuelve a actuar en su película) y en otra narración fragmentada en el espacio tiempo (para variar), los sonidos del ambiente tienen casi el mismo peso que los diálogos. ¿A qué mundo ha accedido Kris? ¿Qué llaves le ha dado el sampleador sin su consentimiento?
¿Quién graba esos sonidos que se vuelven los sonidos de la naturaleza? ¿El sonido que conforma el universo? El sampleador con dedicación, atención, concentración y paciencia va almacenando los sonidos del mundo para crearlo a su manera. Ya grabados dentro de un aparato el viento, las hojas de los arboles meciéndose, algunos tabiques al caer, se pueden reorganizar, post producir y por medio de filtros digitales modificar, distorsionar, existir para siempre. La percepción se verá afectada para percibir como queramos que se perciba. En esta distorsión, ¿dónde empieza la música? ¿Dónde aparecerá la primer nota? En los audífonos, en el presente que se construye del pasado.
En gran medida los puentes de verdad samplificada son oportunidades para que el humano pueda participar. En lo personal me parece que la realidad es la misma antes de ser grabada por él. Al final de cuentas este elegante hombre solo cumple un trabajo más y crea un orden en el que la misma humanidad no progresa. Él puede ver todas las situaciones que guste, mientras que sus participantes no lo pueden ver a él. La naturaleza da pie a la ciudad por medio del sonido, a corte se van abriendo los espacios en montaje paralelo; escuchándose y luego sucediéndose en dos partes.
En todo este proceso tiene que ver también la música ambiental a la que somos expuestos como una extensión de las emociones más que de los personajes de la cinta misma, espirales ascendentes a ese mundo samplificado, electrónico, que es ignorado por Kris y Jeff, aunque intuido, habiendo sido antes experimentado por ella durante su intervención gusana. Y es que el sampleador, si conoce su realidad, la crea, la reacomoda, la conjuga en los verbos que juzga necesarios. Elegante con ropa fina, pulcramente combinado, cría puercos que recuerdan a Circe y a Odiseo. Los hombres desordenados crían emociones de las que son esclavos, pensamientos que los dirigen, deseos de laberinto sin salida alguna, y así buscan su libertad en acciones incongruentes.
Pero es en esta confusión donde se encuentran Kris y Jeff, ese vaivén de planos detalles con profundidad de campo nula solo puede dar lugar a un abrazo en una tina, en ropa y sin agua. Finalmente es el sonido lo que hace que puedan cambiar de dimensión, encontrando el vínculo entre los puercos, la muerte y el colorido de la orquídeas que se transforman en la fuente de los gusanos, el inicio de la trama, circulo concéntrico.
El Walden recitado bajo el agua, ese sonido de lo que fue, piedras golpeadas subacuáticas, partículas. Es así como Jeff entiende que ella recita a Thoreau y tomando el libro entre sus manos puede leer en voz alta con el eco de la alberca techada el inicio del Walden:
Economía. Cuando escribí las siguientes páginas o más bien, el bonche de ellas. Viví solo en el bosque, por lo menos a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que construí yo mismo a la orilla de la laguna Walden. Y me gané la vida con la labor de mis manos únicamente. Corriente no había ninguna.
Sin corriente, sin molestias, sin apegos, la flor bajo la alberca puerta a los reinos del eterno programador de tu preferencia.
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1. Audio Vision, Sound on Screen. Michel Chion
Twitter del autor: @psicanzuelo