La mejor manera de prevenir masacres es atendiendo la violencia "normalizada" de todos los días
Sociedad
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 12/20/2012
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 12/20/2012
"No Violencia" (conocida también como "La pistola anudada"), escultura de Carl Fredrik Reuterswärd en la sede de la ONU, Nueva York
Hace unos días el mundo se conmocionó por la trágica matanza ocurrida en una escuela infantil de Estados Unidos, específicamente en Newtown, Connecticut, donde un joven de 20 años acudió armado con un rifle y acabo con la vida de 20 niños y 6 adultos, para después quitarse la vida.
Desde entonces el debate ha oscilado entre diversos asuntos, problemas, síntomas y demás anomias sociales que quedan de manifiesto en sucesos como este.
La mayoría, por supuesto, recala en la particular actitud que la sociedad estadounidense guarda respecto a las armas, una rara mezcla de derecho irrenunciable, fetichismo, paranoia exacerbada y otros componente que vuelven a las armas de fuego un tema tabú de dicha cultura. También un poderoso lobby que, teniendo su fuente principal de ganancias tanto en el tráfico legal como en el ilegal de estos artefactos, no está muy dispuesto a ceder sus privilegios que se originan en este mercado.
Por otro lado, otras aristas del debate recuperan una veta un tanto más psicológica de la tragedia. Si ya Freud notó, a principios del siglo XIX, que el sujeto se enferma mentalmente pero en el contexto de una sociedad, esta premisa se vuelve dolorosamente evidente en sucesos como este, en el que de algún modo hay múltiples factores que participan en la consecuencia observada. Juan Manuel Ortega enlistó algunas de dichas circunstancias:
La tragedia social es la que afecta a esta nación. Valores confusos, guerras absurdas, polarización política, prohibición de drogas ilegales pero abuso de substancias legales, bullying, consumismo, competencia rapaz, por decir algunos. ¿En qué clase de hogar vivió Adam para decidir hacer un acto de esta naturaleza?
Esta es una perspectiva mucho más profunda del problema. De algún modo las armas son el vehículo, la personificación de un sistema que está tejido entre redes que por lo regular permanecen ocultas o calculadamente ignoradas. De hecho en la existencia misma de organizaciones como la NRA (National Rifle Association) dan cuenta parcial de las condiciones que hacen posible no solo que un adolescente tenga acceso a un arma de fuego —lo cual pasa en Estados Unidos y una medio centenar de países más—, sino que, en algún momento, este mismo adolescente elabore un plan para matar fríamente a una veintena de personas.
En el sitio Big Think David Berreby hace un planteamiento interesante en torno la manera singular que en Estados Unidos toma la combinación de “enfermo mental”, acceso a armas de fuego y masacres multitudinarias, dando un peso específico al sufrimiento que padecen las personas con algún tipo de trastorno psicológico.
Un debate sobre cómo dirigir mejor la enfermedad mental no debería enfocarse en las muertes masivas —porque, otra vez, solo un número infinitesimal de enfermos mentales cometen asesinatos— sino, mejor, en prevenir las formas comunes de miseria y daño: el sufrimiento de personas con estas condiciones y de aquellos que cuidan de ellos.
Como se ve, Berreby defiende una postura mucho más empática, compasiva incluso, más del lado de la inclusión que del de la exclusión. En Occidente lo más usual, al menos desde la Edad Media, es marginar a todo aquel que no se ajusta a los parámetros de la normalidad, sobre todo por las vías de la expulsión y el encierro, aunque también, lamentablemente, por medio de esos mecanismos cotidianos de violencia sutil pero sostenida que, poco a poco, van empujando a este tipo de personas a una zona donde su inutilidad no sea ofensiva al resto de la sociedad.
En Estados Unidos un joven asesina a 26 personas inocentes, en Siria un sector de la población se está matando entre sí con más de 55 mil muertes contabilizadas hasta le fecha ¿Qué tiene ambas en común? Probablemente un elemento atávico de violencia connatural al ser humano, pero también un sistema en el que el poder se presenta como la ambición última, la llave que todo lo abre, el recurso que vence imposibles, a sabiendas de que su existencia descansa en la humillación exponencial de los otros.