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¿Sartre hubiera abierto un blog? Definitivamente. La introversión y el absurdo son, posiblemente, dos de los fundamentos más importantes de Internet.

Sin duda uno de los motivos por los cuales el éxito de Internet fue rotundo, incluso antes de la concepción 2.0 irrumpiera en la Red para transformar buena parte de su estructura y la manera en que se hacían las cosas, es que se apoyó en ese vasto e informe mundo habitado casi exclusivamente por los introvertidos, esas raras personas que comparten rasgos como la introspección y la reflexión, que se llevan bien con la palabra escrita, que gustan de llevar un diario donde registran sus pensamientos y de quienes una de sus mayores audacias es hacer pública toda esa vida interior que bulle en sus mentes.

Y si bien los introvertidos han sabido triunfar en todas las épocas, casi siempre laborando en las sombras, quizá, históricamente, pocos momentos tan adecuados para ellos como la Francia de la posguerra, los inviernos y los cafés, el abatimiento y la tristeza, los abrigos y el cigarrillo en la comisura de la boca.

El existencialismo, la continua y al parecer insoluble reflexión sobre el sentido de la existencia, es, de alguna manera, uno de los mejores resultados de la personalidad introvertida. ¿Quién, si no un introvertido, podría preguntarse si la vida vale la pena ser vivida? Paralelamente, ¿quién, si no un introvertido, abriría un blog para hacer públicas esta clase de preguntas?

Bill Barol, escritor,  realiza en The New Yorker un interesante y por momentos divertido ejercicio contrafáctico al imaginar a Jean Paul Sartre, el más notable de los existencialistas, como autor de un blog, reduciendo al absurdo los clichés y los lugares comunes de ambos lados del espejo: tanto de un existencialista como de alguien ―un hombre, quizá todavía joven, sobreintelectualizado― que encuentra en un blog el vehículo perfecto para que el mundo conozca sus ideas.

A continuación ofrecemos la traducción íntegra del texto de Barol.

 

Sábado, 11 de Julio de 1959: 2:07 A.M.

Estoy despierto y solo a las 2 A.M.

Debe haber un Dios. No puede haber un Dios.

Abriré un blog.

Domingo, 12 de julio de 1959: 9:55 A.M.

Un cuervo enojado se burló de mí esta mañana. No pude terminar mi croissant y en la desesperación huí del café.

El cuervo descendió sobre el croissant, graznando con furia. Tal vez ese era el plan.

Tal vez no haya plan.

Martes, 16 de julio de 1959: 7:45 P.M.

Cuando S. regresó esta tarde, le pregunté dónde había estado, dijo que en la calle.

“Tal vez”, dije, “eso explica por qué te ves tan rue-osa”.

Su mirada en blanco solo reforzó en mí la futilidad de la existencia.

Viernes, 17 de julio de 1959: 12:20 P.M.

Cuando S. entró en mi estudio, justo ahora, le pedí que esperara un momento.

“Rue-osa”, le dije, “porque ‘rue’ es la palabra en francés para calle”.

“¿Qué?”, dijo ella.

“De ayer”, dije.

“Oh”, dijo. “Sí, claro”.

“Y tú dijiste que habías estado en la calle”.

“Sí, ya”, dijo.

“Era un juego de palabras”, dije.

“Lo entiendo”, dijo ella. “Los juegos de palabras no son lo tuyo, ¿o sí?”

“Me llenan de temor”, admití, porque es verdad.

“Me tengo que ir”, dijo S. “Oye, a partir de ahora, tal vez no más bromas para ti. Será como una hora para comer, tengo que descongelar el pollo”.

La existencia es un vacío que nunca puede ser llenado.

Domingo, 19 de julio de 1959: 8:15 A.M.

¡Que otros tengan su así llamado “día de asueto”! Seguiré luchando, pensando, trabajando solo por el propósito del Hombre. Parece ser que esto nunca lo entenderán los burgueses. En especial ese patán de M. Picard, del No. 11. Todos los días son “día de asueto” para ese tête de mouton. ¡Cómo quisiera que su Citroën no estuviera sobre tabiques en el patio de enfrente! Las apariencias no tienen sentido, pero aun así, no se ve bien.

Miércoles 22 de julio de 1959: 10:50 A.M.

Esta mañana, en el desayuno, S. me preguntó por qué me veía tan abatido.

“Porque”, dije, “todo lo que existe ha nacido sin ninguna razón, sobrelleva la existencia con debilidad y muere por accidente”.

“Díos mío”, dijo S., “¿No estás siempre fuera de tiempo?”

Lunes, 27 de julio de 1959: 4:10 A.M.

Comida con Merleau-Ponty esta tarde en Saint-Germain-des-Prés. Me perturbó escuchar que abrió un fotoblog, y me mostré escéptico cuando me dijo que si bien todas sus imágenes son idénticas ―un gatito solitario mirando tristemente al espacio mientras la lluvia cae sin piedad desde un cielo vacío―, promedia dieciséis mil páginas vistas por día. Cuando le pregunté por sus logs de referencia, murmuró evasivamente acerca de un especialista en SEO y después se escabulló.

Así que esto es el infierno.

Lunes, 3 de agosto de 1959: 11:10 A.M.

Esta mañana me despertó el sonido de una llamada insistente a mi puerta. Era un hombre en un traje marrón. Parecía apurado, como si la Muerte misma lo estuviera persiguiendo.

“Uno siempre muere demasiado pronto ―o demasiado tarde”, le dije. “Y, con todo, la propia vida se ha completado en ese momento, con una línea trazada límpidamente bajo ella, lista para el sumario. Usted es… su vida, y nada más”.

“Muy bien”, dijo, “pero solo vengo de UPS”.

“Oh”, dije. “Yo… oh”.

“Firme aquí”, dijo.

“Pensé que usted era un heraldo de la Muerte”, le dije.

“Me lo dicen mucho”, dijo, con la mirada baja, puesta en el sitio del portapapeles donde había firmado. “Deletree su nombre”.

“S-A-R-T-R-E”, dije.

“Que tenga un buen día”, dijo.

Un buen día. Cuán absolutamente banal.

Martes, 4 de agosto de 1959: 3:30 P.M.

Hace un año, en un momento de debilidad, dejé que mi representante estadounidense vendiera uno de mis libros a un productor de cine para lo que describió como “una exploración audaz de los problemas contemporáneos”. Ayer recibí un paquete con materiales publicitarios de una película titulada “Johnny Sart: PD Squad”. El subtítulo, o lema, era “Sin placa. Sin arma. Sin salida”. Siguió una serie de llamadas trasatlánticas. Aparentemente soy incapaz de hacer quitar mi nombre de esta abominación, pero recibiré lo que llaman el crédito de “co-productor”.

La existencia es una imperfección.

Martes, 20 de agosto de 1959: 2:10 P.M.

Si el Hombre existe, Dios no puede existir, porque la omnisciencia de Dios reduciría al Hombre a un objeto. Y si el Hombre es meramente un objeto, ¿por qué tendría que pagar las onerosas cuotas de M. Pelletier recabadas sobre los saldos pendientes en la pastelería? Al menos ese fue el argumento que planteé a M. Pelletier. No parecía convencido e hizo que ese enorme patán que tiene por hijo, Gilles, viniera de atrás blandiendo ominosamente un gran rodillo. El rodillo de panadería existía, puedo decirlo.

Viernes, 2 de octubre de 1959: 5:55 A.M.

Mi descanso sigue perturbado por mis sueños extravagantes. Anoche soñé que era un escarabajo, aferrado a la superficie pulida de un tronco empapado conforme este carenaba de un río crecido por la lluvia hacia una cascada. Una figura apareció en el horizonte y a medida que el tronco se acercaba, pude ver que se trataba de Camus. Me tendió una mano y desesperadamente quise alcanzarla con mi pequeña antena. Al mismo tiempo que el tronco se emparejó con Camus, él repentinamente retiró su mano, se la pasó por el pelo y, burlándose, dijo: “Demasiado lento”, añadiendo, superfluamente, “Psico”.

Pienso que los troncos simbolizan lo precario de la existencia, mientras que la delgada antena representa la impotencia esencial del Hombre. Y Camus representa a Camus, ese tonto fantoche.

Martes, 10 de noviembre de 1959: 12:05 A.M.

Ha pasado casi un mes desde que actualicé mi blog. Me siento preso de una urgencia por disculparme. ¿Pero con quién? ¿Y con qué fin? Si uno crea auténticamente solo para uno mismo, ¿por qué entonces me perturba tanto encontrar que mis únicos visitantes se han reducido prácticamente a nada, con un porcentaje de rebote cercano al noventa y nueve por ciento? Estos impulsos gemelos —la autoestima imprudente y la aprobación de los demás—se niegan nítidamente uno a otro. Esta es la paradoja esencial de nuestro tiempo.

Comenzaré un podcast.

[The New Yorker]