Cuando le preguntaron al novelista estadounidense John Updike la pregunta metafísca fundamental, de por qué existe el universo --o por qué Dios creó el mundo, Dios, ese concepto que substituye lo innominable-- el autor de Rabbit, Run, dijo: "Bueno, [Tomas de] Aquino dijo que Dios creó el mundo “en juego”. En juego. En un espíritu lúdico hizo el mundo. Eso, a mí me suena más cerca de la verdad". Tal vez llevando ese espíritu de juego a un lugar paradójico, el ateo Voltaire escribió: "Dios es un comediante que actúa para una audiencia demasiado asustada para reír".
La biología heredera de Darwin postula que no existe ningún espíritu dentro de la máquina evolutiva, el mundo es, no hay dirección más que su propia multiplicación, dentro de la posibilidad azarosa que de alguna manera la vida se ha agenciado sobre la materia. Escuchar una risa demiúrgica en el cuarto de controles no es más que el reflejo de la múltiple manifestación del azar construyendo su teatro de sueños, un teatro vacío como un átomo, como una alucinación propia de la entropía de la biocomputadora humana. Encontrar un sentido dentro de este torrente ciego de la vida es lo mismo que recurrir a un ancla en una cascada, dios demasiado humano, dios sólo una palabra en el vacío.
La historia de creación favorita de nuestros días, el Big Bang, nos dicen los cosmólogos, no requiere de un por qué, es su propia causa, y tampoco exhibe una intención. El orden y la elegancia con la que la naturaleza que observamos se despliega es una solo una de las infinitas formas que el caos puede tomar. El caos juega sin razón, sólo por jugar.
Aunque estos modelos de la ciencia parecen ser autosuficientes, el hombre y especialmente el niño, o la curiosidad de la vida que toma conciencia no puede más que preguntarse por una causa universal.
Alternativamente, el filósofo Alan Watts, estudioso del budismo zen, cuenta una fabulosa historia en su libro The Book, la cual dedica a los niños que hacen metafísica naturalmente. "Nunca hubo un tiempo en el que el mundo inició, porque da vueltas y vueltas como un círculo, y no hay un sitio en un círculo donde inicia. Ve mi reloj, que da la hora; da vueltas, y así el mundo se repite una y otra vez ", dice Watts apelando al mito como eje fundacional.
De la misma forma, hay veces en las que el mundo es, y otras en las que el mundo no es, ya que si el mundo siguiera y siguiera sin descansar para siempre, se aburriría enormemente. Va y viene. Ahora lo ves; ahora no lo ves. Así no se cansa de sí mismo, siempre regresa después de desaparecer. Es como tu aliento: entra y sale, adentro y afuera, y si tratas de retenerlo todo el tiempo te sientes terrible. También es como un juego de escondidillas, porque siempre es divertido encontrar nuevas formas de esconderte, y buscar a alguien que no siempre se esconde en el mismo lugar.
Dios también gusta de jugar a las escondidillas, pero como no hay nada fuera de Dios, no tiene nadie con quien jugar más que él mismo. Pero supera esta dificultad fingiendo que no es él mismo. Esta es una forma de esconderse de sí mismo. Finge que es tú y yo y todas las personas del mundo, todos los animales, todas las plantas, todas las piedras y todas las estrellas. De esta forma vive extrañas y maravillosas aventuras, algunas de las cuales son terribles y atemorizantes. Pero estas son sólo como pesadillas, porque cuando se despierta desaparecen.
Ahora bien, cuando Dios juega a esconderse y finge que que es tu y yo, lo hace tan bien, que le toma mucho tiempo recordar dónde y cómo se escondió a sí mismo. Pero eso es lo divertido del asunto --justo lo que quería hacer. No quiere encontrarse a sí mismo demasiado rápido, porque eso arruinaría el juego. Es por eso que es tan difícil para ti y para mí descubrir que somos Dios disfrazado, fingiendo no ser él mismo. Pero cuando el juego ha durado lo suficiente, todos nosotros nos despertaremos, dejaremos de fingir, y recordaremos que somos un sólo Ser --el Dios que es todo lo que hay y que vive para siempre.
Claro que debes recordar que Dios no tiene forma de persona. Las personas tienen piel y siempre hay algo fuera de nuestras pieles. Si no lo hubiera, no conoceríamos la diferencia entre lo que está adentro y lo que está afuera de nuestros cuerpos. Pero Dios no tiene piel y no tiene forma porque no hay nada afuera de él. El interior y el exterior de Dios son lo mismo. Y aunque he estado hablando de Dios como un "él" y no como una "ella", Dios, nos hombre ni mujer. No dije "algo", porque usualmente decimos "algo" para las cosas que no están vivas. Dios es el ser del mundo, pero no puedes ver a Dios por la misma razón que, sin un espejo, no puedes verte los ojos, y ciertamente no puedes morder tus propios dientes o ver dentro de tu cabeza. Tu ser está astutamente escondido porque es Dios escondiéndose.
Te puedes preguntar por qué Dios se esconde en la forma de personas terribles, o finge ser personas que sufren enfermedades y dolor. Recuerda primero que en realidad no está haciendo esto a nadie más que a sí mismo. Recuerda, también, que en la mayoría de las historias que disfrutas tienen que haber malas personas así como buenas personas.
Esta hermosa fábula indudablemente se basa en el pensamiento védico. Sri Aurobindo escribió:
Sri Aurobindo:
«Preguntas cuál es el principio de todo esto:
Y es esto…
La existencia que se multiplicó por sí misma
Por el puro deleite de ser
Y se proyectó en trillones de seres
Para que pudiera encontrarse a sí misma
Innumerablemente».
El juego de escondidillas cósmico, casi un reflujo de la marea, un ciclo lunar, un eclipse de la conciencia, resuena como una explicación elegante e intuitiva para intentar encontrar sentido a aquello que es. Sin embargo, sólo es una historia dentro otra historia --la historia inefable-- como un sueño dentro de un sueño. Nos las podamos contar para hacer nuestra vida más llevadera o mística, pero cualquier otra historia quizás podría ser igualmente verdadera. Este es el juego de la ilusión cósmica.