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Exposición de la National Gallery de Londres explora la estrecha relación existente, desde el origen, entre fotografía y pintura, como esta ha sido siempre una figura tutelar en la disciplina fotográfica: ¿algo que aumenta o resta su valor artístico?

 Blow-Up- Untitled 5, Ori Gersht (2007; tomando como modelo los retratos de flores de Henri Fantin-Latour )

En sus inicios la fotografía fue una técnica a un tiempo promisoria y desestimada, sorprendente para algunos pero espuria para otros, un nuevo camino para explorar o la incomparable imitación de aquello que los grandes maestros de la pintura llevaban siglos realizando.

De algún modo no es casual que, en comparación con la pintura, la fotografía se encontrara siempre en desventaja. Más allá del talento o genio indiscutible de los pintores más renombrados de la historia moderna (una vez que las artes se liberaron del yugo religioso y político), de Fra Angelico a Tiepolo y Delacroix, su verdadera trascendencia se encontró en que con su obra formaron cierta manera de mirar el mundo, educaron la mirada de generaciones enteras para ver y entender algunas parcelas de la realidad de determinada manera. ¿De verdad una máquina podría competir con un retrato como los de Leonardo?

Esta comparación injusta entre pintura y fotografía, el supuesto de que esta no era más que una imitación mecanizada de aquella, fomentó también el prejuicio de que la fotografía no podría considerarse una disciplina artística cabal justo por su naturaleza ineludiblemente material. A diferencia de la pintura, en donde hay inspiración, hay contingencia, hay esfuerzo y frustración cotidianos, etc., la fotografía se juzgaba como cosa de clics y botones, resortes que accionaban un mecanismo para captar el instante… en un instante, inmediatez que se tomaba además por literalidad: la fotografía carece de la metáfora que la pintura permite, esa elevación del espíritu que solo la complejidad de la representación, la mímesis y la poesis, hacen posible, y que para nada existe en una toma de la realidad tal cual.

En los próximos días la National Gallery de Londres inaugurará una exposición que explora dichas relaciones entre la pintura y la fotografía, teniendo como pregunta rectora si esta de verdad puede considerarse un arte. Nosotros ya no somos aquellos que vieron nacer dicha invención a finales del siglo XIX, la fotografía es de hecho algo bastante cotidiano, ¿pero eso significa que también nuestra mirada ha sido reeducada para no apoyarse más en los modelos visuales canónicos de Occidente? ¿Una fotografía nos puede conmover tanto o más que una pintura unánimemente reconocida por su belleza, sublimidad y todas esas características que convencionalmente se asocian al arte?

Seduced by Art: Photography Past and Present, traza ese camino más o menos tortuoso que la fotografía ha seguido, a la sombra de la pintura y sus grandes expresiones, incurriendo en esa manera de enfrentarse a lo nuevo tan propio de entendimiento humano: adaptándolo a lo ya conocido.

Julia Margaret, por ejemplo, una fotógrafa inglesa que se inició en la profesión en 1863, cuando una hija suya le regaló una cámara en su cumpleaños número 48, tiene algunas tomas en que los motivos recuerdan indeleblemente la iconografía renacentista, especialmente la sacra, con sus madonnas y sus ángeles y las representación de Cristo como bebé, pero apenas con un parecido familiar, un aire que al mismo tiempo las hace algo distinto. “Esas fotografías no eran citas directas de pinturas, pero generaron en la mente del espectador una serie de asociaciones que les dieron un antecedente histórico”, escribe Michael Prodger en The Guardian.

Light and Love, Julia Cameron (1865)

 

I Wait, Julia Cameron (1872)

 

La Madonna Sistina, Rafael (1513-1514; detalle)

 

Curiosamente, la tentación de recurrir a esta especie de argumento de autoridad ha sido más o menos constante en el desarrollo posterior de la fotografía, al parecer una herencia que no se ha podido sacudir desde sus primeras épocas. Se podría pensar, sin embargo, que en años más recientes se trata de un recurso casi retórico para desafiar dicha tradición, para hacer patentes los archivos de nuestra memoria colectiva (un poco a la manera del artista brasileño Vik Muniz, que recrea imágenes publicitadas hasta la náusea sin recurrir al registro original, sino solo a partir de lo que recuerda). ¿Cómo no pensar en Velázquez (o en Goya, quizá)  cuando se ve esta fotografía Richard Learoayd?

Fi Nude Back, Richard Learoayd (2011)

 

Venus del espejo, Diego Velázquez (1647-1651)

 

Después de todo, la pregunta de Prodger puede no ser tan precisa ni tan adecuada, sino solo polémica. La fotografía no es menos ni más arte solo porque un mal hábito mental nuestro la compara inevitablemente con la pintura. Para desgracia de ambas tenemos una sola manera de juzgarlas, criterios que pueden ser distintos pero pasan por un único filtro: nuestra mirada. Quizá aquí el verdadero asunto que debamos reflexionar sea ese: la mirada; entender que son las circunstancias involucradas en esta las que pueden hacer ver una pintura totalmente mecánica o una fotografía completamente artística.

Con información de The Guardian