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Con motivo de la publicación de un libro de memorias, "Joseph Anton" (su pseudónimo durante el tiempo de la fatwa: Joseph por Conrad y Anton por Chéjov), el escritor Salman Rushdie recapitula las circunstancias crítica en torno "Los versos satánicos", novela que puso en peligro su vida y alteró irreversiblemente su existencia.

La historia es conocida: apenas publicada su novela The Satanic Verses, en 1988, Salman Rushdie se ganó por ella una fatwa, la sentencia a muerte de la ortodoxia islámica lanzada por el ayatola Ruhollah Khomeini, supremo líder de Irán en la época, quien ofreció una recompensa monetaria a quien quitara la vida al blasfemo.

Aunque en clave de ficción, Rushdie basó parcialmente su novela en la vida de Mahoma, el profeta de Alá, en una manera poco complaciente para quienes creen fervientemente en su santidad. Pero incluso sin la amenaza directa por parte de la autoridad político –religiosa mencionada, hubo manifestaciones en contra del autor y quema pública de sus libros en países como Pakistán, India e incluso el Reino Unido (donde se publicó originalmente y adonde Rushdie acudió a refugiarse).

Ahora, más de 20 años después del incidente y los últimos 9 viviendo sin ningún tipo de protección policiaca, Rushdie que todo ello valió la pena.

El autor acaba de publicar un libro de memorias que lleva por título Joseph Anton, el pseudónimo que adoptó durante los años que vivió a salto de mata: Joseph por Conrad y Anton por Chéjov. Curiosamente, al mismo tiempo que el autor intenta cerrar ese capítulo de su pasado por medio de la escritura, el actual ayatola Hassan Sanei renovó la fatwa, ofreciendo hasta 3 millones de dólares a quien asesine a Rushdie, esto a pesar de que dos presidentes iraníes la declararon inválida en 1998 y en 2007.

Rushdie por su parte parece ya no preocuparle tanto el asunto, aunque acepta que nunca, sin en su sueño más egomaníaco, esperó que esto sucediera. “La idea de que esto pasara con una novela literaria de 600 páginas me parece muy improbable. No soy ingenuo”.

En cualquier caso, es evidente que la persecución en su contra afectó directamente su vida, tanto personal como creativamente : “Probablemente perdí uno, si no es que dos libros en esos años, en parte por la fuerza apabullante del evento y lo mucho que me golpeó y me sacó de balance por un tiempo, en parte porque después, cuando volví a ganar equilibrio, los días llenos de ocupaciones tratando de llevar a cabo una campaña política internacional, intentando arreglar encuentro con gobiernos de diferentes países con recursos muy limitados, con la ayuda de pequeñas organizaciones de derechos humanos y unos pocos amigos, consumió sorprendentemente mi tiempo. Ciertamente fueron un par de años en los que la idea de escribir una novela pasó a segundo plano”. Y, con todo, no fue del todo tiempo perdido, pues a esta época pertenecen algunos de sus mejores relatos cortos (compilados en East, West), su libro para niños Haroun and the Sea of Stories y algunos libros de ensayos.

Quizá, entre las pocas frustraciones que Rushdie acarrea de este periodo, sea el hecho de que, en su propias palabras, “perdió sus 40”, una edad que para se considera la más creativa o fructífera en la vida de una persona. “Mis 40 fueron toda esa basura”, dice.

Pero en el otro lado de la moneda no deja de encontrarse cierto orgullo, pues “la crisis revela el carácter” y, en el caso del escritor, le hizo ver que era capaz de resistir, tanto la cacería emprendida en su contra como la pérdida, en el ínterin, de su esposa, la obligación de tener que criar solo a dos hijos y una breve temporada de alcoholismo. Sin embargo, como buen escritor, de alguna manera Rushdie encontró consuelo en sus antecesores, esa genealogía de la que inmediatamente alguien se siente parte cuando se hermana en la desgracia que otros antes que él sufrieron:

También seguía diciéndome —y no sé si esto suene exagerado o no— que estaba inspirado por la historia de la persecución literaria. Pensaba que esto había pasado antes, que no era la primera persona a quien esto había sucedido. Escritores habían estado en situaciones terribles y aun así las habían manejado para producir trabajos extraordinarios. Pensaba en Jean Genet en prisión. En Dostoievski enfrentando un pelotón de fusilamiento. Pensaba en los escritores de la literatura Samizdat y así sucesivamente. Sabemos que la historia de la literatura está llena de momentos en los cuales los escritores en situaciones pavorosas producen buenas cosas. Y pensaba para mí: “Bueno, si es tu turno, si eres el último en la fila de esas personas, no pongas excusas”. Sí, estás, como dice la policía, ‘atascado en un infierno’ [“hell of a jam”], pero esa no es excusa para no hacer tu trabajo. Así que ya sabes, manos a la obra, me decía a mi mismo.

Por último, vale la pena recuperar una pequeña historia contrafáctica que el entrevistador, David Daley, editor ejecutivo de la revista Salon, construye a partir de las circunstancias en torno a Los versos satánicos. Comienza Daley:

Has escrito que tu y tu editor [Viking Press], por fortuna, pudieron costear la defensa del libro. Pero hay una línea prescindible en la que dices que si Bloomsbury hubiera sido tu editorial, las cosas habrían sido diferentes —y Bloomsbury quizá ho hubiera sido capaz de descubrir una autora sin publicar con el nombre de J. K. Rowling. Tú hiciste posible Harry Potter.

¡Exactamente! (Risas) Bueno, espero que ella esté jodidamente agradecida.

La entrevista completa en el sitio Salon