En una sección del célebre Problema XXX (el que dedica a la melancolía y su presencia constante en hombres "destacados" y cuya autoría, por otro parte, algunos disputan), Aristóteles se pregunta "por qué tenemos más inteligencia al llegar a viejos pero aprendemos más de prisa cuando somos jóvenes", insistiendo así sobre la creencia (bastante remota, como se ve) de que el aprendizaje se limita a la época de nuestra vida en que la juventud, la lozanía de los miembros y de la mente, lo facilitan.
Esto, sin embargo, no es del todo cierto, y varios estudios realizados en los últimos años proponen que mantenerse siempre aprendiendo —un idioma, una habilidad desconocida, etc.— es una medida preventiva de enfermedades cerebrales como el Alzheimer o el mal de Parkinson.
Hace unos días, en uno de los blogs del New York Times, Charles Wilson narra 5 casos de personajes célebres que, ya en avanzada edad, emprendieron el aprendizaje de nuevas cosas, desafiando e incluso refutando en la práctica ese prejuicio que se ha cifrado en más de una conseja popular.
Así, Marie Curie, premio Nobel y pionera de la investigación en radioactividad, aprendió a nadar solo hasta que superó los 50 años de edad, cuando sus dos hijas le enseñaron y la animaron a hacerlo; el entusiasmo de Curie fue tanto, que inició un entrenamiento para romper los récords del equipo de natación de la universidad donde practicaba.
Ayn Rand, escritora ruso-estadounidense, se inició en la filatelia en sus 60 y tantos, una disciplina que solo en apariencia parece simple, pero en la cual la memoria y la presteza mental son indispensables.
Miles Davis, transgresor por naturaleza, se vio inspirado por "uno de los pocos héroes" que tuvo, el campeón mundial de peso welter y peso medio Sugar Ray Robinson, y comenzó a entrenar box, cuando se acercaba ya a los 30 años de edad (un periodo que marca el retiro para los boxeadores profesionales). Davis tomó esta decisión por considerar este deporte una disciplina. "Tienes que tener estilo en lo que sea que hagas: literatura, música, pintura, moda, boxeo, lo que sea".
Tolstói, como se dice ya en el título de esta nota, aprendió a andar en bicicleta solo hasta los 67 años (una actividad que, como antes la natación en Marie Curie, por lo regular se inicia en la infancia). En una coincidencia que quizá no sea casual, el conde domó este medio de transporte un mes depués de la muerte de su hijo de 7 años, Vanichka.
Dwight D. Eisenhower, presidente de los Estados Unidos y antes comandante de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, se adentró al mundo de los pinceles y los lienzos con 58 años de edad, un poco como ocupación terapéutica que calmara sus nervios (la guerra recién había terminado). Curiosamente el militar hizo esto de manera autodidacta, sin tener ningún tipo de "instrucción, talento o justificación".
Sin duda otros ejemplos podrían añadirse, sobre todo de personas comunes y corrientes que combaten el tedio o la inactividad con la exploración de algo que, simplemente, desconocen. Porque, a fin de cuentas, ese parece ser el denominador común y el verdadero motor de todo esto: la curiosidad.
Tener o no curiosidad, siempre, parece ser la diferencia entre que el mundo sea un lugar de aburrimiento eterno o un motivo de admiración que nunca se marchita.
Con información de The NYT