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La legendaria perfección del nautilus le valió, para su pesar, la condena del exterminio, pues cientos de pescadores en todo el mundo saquean las aguas en su busca, orillando a esta especie a su inminente desaparición del mundo.

Antonio Mesa Latorre/Flickr

De alguna manera muchos estamos familiarizados con la forma del Nautilus, y no solo nosotros: desde tiempos remotos su figura ha sido ensalzada y puesta como ejemplo de la perfección inherente al diseño natural, un diseño que al menos visiblemente nadie planeó y que sin embargo cumple con proporciones armónicas.

Y quizá la perfección no sería tal, no estaría completa, si no fuera también funcional. La estructura externa del nautilus y el sistema hidráulico que esta protege le permitía hundirse hasta varios metros en las profundidades para depositar ahí sus huevecillos, un mecanismo y posibilidad que les permitió sobrevivir a las épocas difíciles que significaron la extinción para otras especies.

Por desgracia estos moluscos cefalópodos nunca previeron la ilimitada voracidad del hombre, su incapacidad para únicamente contemplar sin intervenir, admirar sin desear poseer, respetar y no arrebatar. Por años pescadores de los mares filipinos, australianos y de otras regiones del mundo han saqueado estas y otras aguas en busca de tantos especímenes como puedan extraer, en especial los adultos, paradójicamente los que más probabilidad tendrían de reproducirse pero también los más valorados en el mercado, a un ritmo además que eventualmente sobrepasó al de la naturaleza, poniendo al nautilus al borde de la extinción.

Recordemos que, entre otros aspectos, la concha del nautilus cumple naturalmente con la proporción áurea (la cual se expresa también en la llamada secuencia de Fibonacci que, sorprendentemente, tiene una amplia presencia en la naturaleza), rasgo que por desgracia le ha valido la condena del exterminio.

Es un poco como si el ser humano no fuera capaz de soportar la belleza, la armonía y la perfección del mundo.

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