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En un punch de estética orgánica, estas cascadas resumen en miles de millones litros de agua una traducción del lenguaje poético que la naturaleza regala a nuestra mirada.

En la cultura oriental las llaman “Puerta del Dragón”, en honor a una leyenda que narra que una carpa (o koi fish) decidió alcanzar la cima de una cascada en la que, al llegar, se convertiría en un fulgurante dragón. Para los samuráis eran símbolo de templanza y fortaleza; para el presocrático Heráclito, el flujo del agua se traducía en un incesante ir y venir de la vida, en una no-repetición de los sucesos de la misma, “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río”, diría aquel filósofo proveniente de Efeso.  

En fotografías, su belleza provoca a las mentes de quien las admira, pero tenerlas frente a frente, sintiendo que la brisa golpea nuestro rostro es, simplemente, algo espectacular. Son las cascadas más imponentes, quizá más bellas, o las más representativas del lugar en el que habitan. 

En una ejemplar maniobra poética-natural, el nobel mexicano Octavio Paz creó una de las poesías más orgánicas de su extensa obra literaria, una apología a la magnanimidad de la naturaleza: Escrito con tinta verde 

La tinta verde crea jardines, selvas, prados, 

follajes donde cantan las letras, 

palabras que son árboles, 

frases que son verdes constelaciones. 

 

Deja que mis palabras, oh blanca, desciendan y te cubran 

como una lluvia de hojas a un campo de nieve, 

como la yedra a la estatua, 

como la tinta a esta página. 

 

Brazos, cintura, cuello, senos, 

la frente pura como el mar, 

la nuca de bosque en otoño, 

los dientes que muerden una brizna de yerba. 

 

Tu cuerpo se constela de signos verdes 

como el cuerpo del árbol de renuevos. 

No te importe tanta pequeña cicatriz luminosa: 

mira al cielo y su verde tatuaje de estrellas.