La sensación de lo ya vivido, lo “ya visto” según la traducción literal de la expresión déjà vu, es una de las más curiosas que se pueden experimentar, un fenómeno psicológico que usualmente se achaca a la fatiga del cerebro pero en el cual otros ven una prueba de que la realidad no es absoluta ni indivisa.
Pero aun si esto último fuera cierto, queda claro que es nuestro sistema perceptual de donde emana este déjà vu, por lo cual parece lógico pensar que es posible hackearlo e inducir el efecto que en condiciones no controladas se da espontáneamente.
Una de las maneras más efectivas de provocar esta impresión es implantando un recuerdo falso en una persona, algo que resulta más sencillo de lo que podría esperarse. Se trata únicamente de generar una escena común, factible, que se asiente con comodidad sobre los antecedentes del sujeto.
Igualmente se puede mostrar a una persona un lugar, una pintura, el fragmento de una película por un breve momento y, acto seguido, pedirle que vea esto con más calma. En algunas investigaciones se ha comprobado que siguiendo este procedimiento se genera la sensación de déjà vu.
Por otro lado, hay condiciones externas específicas que propician el fenómeno. El déjà vu es más común entre personas jóvenes que en los adultos porque los primeros tienen rutinas mucho más erráticas: el cansancio, el estrés o tener muchas cosas en mente son condiciones sumamente favorables para sentir que algo ya se ha vivido. Se dice que la hipnosis también sirve para tal efecto.
En cuanto a las razones fisiológicas detrás déjà vu, aunque no son del todo claras, científicos piensan que esta se origina en el gyrus hippocampi (la circunvolución del hipocampo), una suerte de piloto automático que entra acción durante las actividades más normales y rutinarias. Solo que en ocasiones, cuando el cerebro está fatigado, tenso y rodeado de condiciones solo ligeramente conocidas, el gyrus puede combinar información a la que ha estado expuesto y generar así una sensación de familiaridad, basada en evocaciones y experiencias previas, aunque sin ser capaz de decir por qué la situación es familiar.
El cerebro, como una serpiente mordiéndose la cola, se conforma con esta impresión y decide que sí, que se ha pasado por eso antes, dejándonos a nosotros en la duda y la confusión.
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