México 2012: ¿Por quién votar para favorecer la evolución cívica?
Por: Javier Barros Del Villar - 05/27/2012
Por: Javier Barros Del Villar - 05/27/2012
Este próximo 1° de julio México se encuentra una vez más ante una oportunidad para acelerar o seguir empantanando su evolución como país. Como cada seis años los mexicanos se jugarán en las urnas una porción significativa de su destino, la cual está ligada a los tres partidos principales: Partido Acción Nacional (PAN / derecha), Partido de la Revolución Democrática (PRD / ‘izquierda’) y Partido Revolucionario Institucional (PRI / centro).
Con ‘proyectos de nación’ que a mi juicio son poco claros –o al menos nadie se ha tomado la molestia de explicármelos–, recursos retóricos que rayan entre lo vintage y lo caricaturesco y cantidades de dinero que con un poco de ingenio podrían generar iniciativas mucho más benéficas que molestas campañas electorales, los tres partidos y sus respectivos candidatos compiten por la confianza de un padrón electoral que incluye a cerca de setenta millones de personas.
Debo confesar que al observar el escenario con tanta objetividad como me es posible me cuesta trabajo creer que las soluciones que requiere un país, en este caso México pero pudiendo ser cualquier otro, reposan en las manos de las instituciones, el sistema electoral e incluso de esa épica abstracción que llamamos democracia.
Reflexiones en torno a la democracia
Más allá de aventurarme a desacreditar este celebrado modelo mediante el cual una sociedad elige ‘libremente’ a sus gobernantes, creo que valdría la pena reflexionar sobre la naturaleza de la democracia.
Por un lado no se me ocurre mejor vía para mediar entre gobernantes y gobernados, aunque como bien dicen “el diablo está en los detalles”. Pero también me parece lamentable que adjudiquemos a la democracia el adjetivo de libre –para describir los procesos que dentro de ella se gestan– como si las múltiples variables que rodean un proceso electoral no influyeran lo suficiente para suponer que la libertad para elegir se traduce también en la libertad para manipular la elección. Me refiero en particular a los poderes fácticos, aquellos cuyas agendas determinan qué propuestas o candidatos favorecer o aquellos que tienen la posibilidad de financiar ‘apoyos complementarios’ a una u otra propuesta.
En el caso de México es particularmente evidente el nefasto papel histórico que han desempeñado los grandes medios de comunicación, encabezados por la mayor televisora del país, Televisa, sobre todo si reconocemos la enorme injerencia que tiene la prensa sobre una población vulnerable a la programación mediática. Y precisamente este fenómeno es el que nos hace dudar del alma democrática de la democracia: la libertad para decidir. Si soy sistemáticamente manipulado para elegir entre distintas opciones, en el momento de elegir, ¿se puede hablar de un acto libre? ¿Es la democracia una puesta en escena admirablemente orquestada para simular un ejercicio de libertad o matizar la manipulación? Cada quien tendrá su propia respuesta a estas interrogantes.
Decisión por descarte
Lejos de apelar a la filosofía de ‘votar por el menos peor’, considero importante recordar la que posiblemente califica como la principal herramienta práctica de la democracia: castigar el mal gobierno. La posibilidad de elegir ‘libremente’ a los gobernantes se traduce en el poder de cesar un mal proyecto de gobierno. Y si bien la imposibilidad de reelegir a un gobernante en México descarta por default el premiar a un ‘buen’ presidente, en este caso la herramienta se hace efectiva hablando de partidos –plataformas políticas que en teoría representan una tendencia o filosofía de gobierno más allá de un candidato.
Tomando en cuenta lo anterior, y si coincides conmigo en que México vive actualmente una situación deplorable –moralmente nos encontramos en bancarrota, carecemos de un proyecto de nación, los gobernantes destacan por su falta de oficio, sus malas decisiones e incluso su pobre ética, y la igualdad de oportunidades y condiciones sigue presentándose como un destino exclusivamente imaginario– entonces nos estamos librando de una de las tres opciones, Acción Nacional.
Luego de casi doce años al frente del gobierno federal, el PAN ha probado estar muy lejos de lo que un país como México requería para gestar un salto evolutivo, incluyente y efectivo, que permitiese capitalizar la envidiable riqueza social, cultural, histórica y humana que posee. Así que si queremos rendir mínimamente honor a la vanagloriada democracia, parece indudable que la continuidad de este partido debiese truncarse por elección popular.
Este mismo argumento podría aplicarse, aunque de manera indirecta, al PRI, institución que durante siete décadas monopolizó el poder en México y que en retrospectiva se presenta como un emblema de corrupción y demagogia –aunque, en contraste con el PAN, al menos acuñó oficio para mantener ‘control’ sobre las circunstancias y relativamente mediar entre los núcleos de poder (la IP, iglesia, narco, etc).
Un camino bifurcado: Enrique Peña Nieto (PRI)
Una vez reducido el margen de opciones de tres a dos llega el momento de hacer una difícil apuesta: ¿Elegiremos al partido que mantuvo un cierto orden en el país, a pesar de que esa ‘cualidad’ se acompañó por una constante decadencia y fue sometida por lamentables facetas del ser humano –léase avaricia, falta de honestidad, megalomanía, manipulación, etc? ¿O estamos dispuestos a realizar un experimento y darle el poder al único de los tres partidos que no ha tenido oportunidad de tomar las riendas –aun conociendo los múltiples defectos que manifiesta esta organización?
Para intentar responder a estas cruciales interrogantes vale la pena partir del hecho de que sería difícil dar vida a un país con menos rumbo que el que actualmente evidencia México. Es cierto que siempre se puede estar un poco peor, pero también parece que este país ya no tiene un gran margen de empeoramiento.
Y tras establecer ese referente procedamos a evaluar las dos opciones. En lo que se refiere al PRI, podríamos señalar como las mayores ‘virtudes’ de este partido el hecho de que a lo largo de sus setenta años de control caciquil, sus integrantes fueron capaces de formular mecanismos que permitían mantener el país ‘a flote’, diseñando una arena sobre la cual los grandes poderes co-existían armónicamente mientras ejercían un puntual vampirismo a los recursos nacionales –si fuesen honestos, su eslogan de campaña sería algo así como “Orden y Corrupción”. Y si bien para muchas personas ajenas al contexto histórico y actual de México esta plataforma podría resultar un tanto terrorífica, también es cierto que en contraste con la actualidad mexicana, ese estatus de corrupción ordenada se presenta como un escenario casi deseable.
Sin embargo, a pesar de las agrias mieles que nos ofrece esta opción, existen dos elementos que me resultan particularmente relevantes para descartar este camino. Por un lado me produce escalofríos la simple idea de imaginar a la vieja mafia priísta montada nuevamente en el corcel del poder. ¿Se acuerdan de ilustres personajes como Carlos Salinas, la familia Hank, los narco-gobernadores (Villanueva, Yarrington, Herrera, et al), Gamboa Patrón, Manlio F. Beltrones, o del vulgar cinismo de los líderes sindicales que se alimentan de este partido? En caso de que los recuerden estoy seguro que comparten o al menos entienden este sentimiento.
El otro elemento tiene que ver con los ‘poderes fácticos’, en este caso refiriéndome especialmente a los medios y en particular a Televisa. No hay que ser un ducho analista político para comprobar que Enrique Peña Nieto, candidato del PRI, lleva al menos seis años literalmente blindado por este consorcio mediático –despliegue al cual eventualmente se unió el otro protagonista del duopolio televisivo, TV Azteca, y otros medios sumisos, entre ellos el diario Milenio. Televisa no solo ha promovido ávidamente su imagen sino que construyó un escenario completamente ficticio en torno a este heredero de la vieja guardia priísta, dando así vida a fenómeno denominado ‘democracia de telenovela’: Peña Nieto se casó con una popular actriz mexicana en una boda de cuento de hadas folclorizado, en plena sintonía con el ánimo que reina en las telenovelas. La imagen del candidato se fue perfilando minuciosamente hasta empatar con la ‘galanura’ de los héroes que aparecen en estos programas televisivos y en síntesis se le presenta, según el predecible arco narrativo de las telenovelas, como el príncipe que salvará a la princesa (solo que en este caso la princesa es un país sumido en la violencia y la falta de rumbo, y el príncipe es un tipo programado por los personajes más oscuros de la política mexicana).
Pero más allá de condenar está ‘telenovelización’ de la vida política en México, fenómeno ciertamente patético, lo que más me preocupa es que en caso de llegar a la silla, Peña Nieto estará absolutamente comprometido con estos medios y con sus voraces ejecutivos, lo cual sugiere ser gobernados mediante un proyecto pre-empeñado a los intereses de las televisoras y sus lacayos (parte de la prensa escrita, radio, etc). ¿En verdad te gustaría que decisiones cruciales para nuestro país se tomaran luego de consultar la aprobación de Azcárraga Jean y compañía?
El otro sendero: Andrés Manuel López Obrador (PRD)
Ya definida la dualidad de uno de los senderos que se ofrecen a determinar parte del destino mexicano, pasemos a la otra opción, Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD. El alguna vez carismático líder que gobernó acertadamente la capital mexicana y a quien muchos aseguran que la elección pasada (2006) le fue ‘usurpada’ por grandes intereses, ahora se presenta con un carácter más curtido, menos romántico y tal vez más maduro.
López Obrador protagonizó uno de los episodios de mayor civismo en la historia mexicana –y aquí enfatizo en que ni yo ni nadie puede presentar hechos históricos absolutos, sino meramente la percepción personal e inevitablemente subjetiva de los mismos. De la mano de este político millones de mexicanos procedentes los sectores menos favorecidos experimentaron por primera vez una sensación de dignidad que les es sistemáticamente negada y que está ligada al ser escuchados. Y si bien el movimiento de protesta que encabezó tras conocer su derrota por un margen menor al 1% le valió innumerables enemigos, a mis entonces 24 años yo jamás había visto a tantos mexicanos exigir su derecho fundamental a ser tomados en cuenta.
En cuanto a los aspectos negativos de este camino destaca el partido que lo postula, el PRD. Surgido hace un cuarto de siglo como un movimiento pro-democrático que por primera vez en la historia ponía en jaque el control feudal del PRI, este partido se distinguió por cobijar a innumerables disidentes del régimen tradicional, entre quienes se incluía a algunos de los más lúcidos y honestos personajes políticos. Lamentablemente con el tiempo este grupo fue sucumbiendo ante los viejos enemigos del poder, aunado a una falta notable de organización interna, lo cual fue agudizándose al punto de transformar a un genuino partido de izquierda en una caótica tribu de intereses (entre los cuales difícilmente se incluye el bienestar nacional como una prioridad). Pero aquí también resulta pertinente tomar en cuenta que, en una movida estratégica que se agradece, AMLO se adelantó a ventilar desde hace meses a los integrantes de su virtual gabinete, la mayoría de ellos personajes respetados y que están muy por encima del promedio de los actuales funcionarios. Y creo que entre líneas esta iniciativa aclara que, de llegar al gobierno, Obrador sabría desmarcarse sanamente de la región menos transparente de su propio partido.
El otro aspecto condenable de esta opción surge de una serie de dualidades alrededor del candidato. Por ejemplo, el concepto de ‘república amorosa’, en algún momento la principal línea de comunicación en su campaña. Inicialmente me emocionó escuchar a un político mexicano, por primera vez en la vida, mencionar la palabra amor, un ingrediente que de acuerdo al contexto mundial creo que debe ser tomado en cuenta dentro de cualquier actividad. Pero por otro lado me cuesta trabajo desasociar un discurso político que se maneja en esos términos de una carácter un tanto mesiánico. El segundo ejemplo tiene que ver con las promesas de campaña y una retórica populista que engloba medidas que difícilmente probarían como efectivas a mediano plazo. Pero a la vez me habla de una reacción casi obligada, aunque no necesariamente redituable, ante la indignante distribución de riqueza y oportunidad que se practica en México.
Procediendo a las ‘bondades’ de este camino, creo que el mayor beneficio de votar por López Obrador tiene que ver, paradójicamente, más con el propiciar una evolución de la conciencia civil y encauzar un honesto afán de experimentación, que con el propio candidato –sin negar que su figura es por mucho la que mejor resonaría con esta frecuencia.
Imagen: Francisco Miranda
Un experimento congruente
Si existiera un manual de experimentación electoral en busca del bien común, supongo que este propondría a López Obrador como la opción indicada. A pesar de ser un país con un potencial tan grande como desperdiciado, y que lo segundo se debe en buena medida a la desigualdad, México jamás ha dado oportunidad a un gobierno que explícitamente favorezca a la población con menos recursos (aún siendo esta la gran mayoría) y que atente contra la comodidad con las que los grandes empresarios y las clases altas se benefician de la riqueza.
Claro que, como toda apuesta en la vida, hay un riesgo implícito. Pero considerando las circunstancias, ¿es este riesgo un factor suficiente para dejar de experimentar? Yo no lo creo. Ahora imaginemos, si este experimento derivara en un buen desempeño por parte de AMLO y compañía, lo cual por diversas razones me parece bastante probable, entonces el país habrá dado un paso importante en su hasta ahora penosa ruta de madurez civico-política. Pero incluso si el experimento resultase ‘mal’, es decir, que López Obrador y el PRD comprobaran que no son lo que el país necesita, esto nos llevaría a una especie de catarsis social particularmente prometedora.
Una sociedad que se ve al espejo
Continuando con el ejercicio imaginario, y asumiendo que AMLO no fue capaz de proveer las soluciones a los múltiples conflictos que enfrentamos, entonces por lógica silogística los mexicanos tendríamos que descartar que la respuesta a nuestra situación reposa en las manos de los políticos. Y sin poder responsabilizar a esta entidad solo nos quedaría una superficie a la cual mirar: un espejo.
La sociedad mexicana ineludiblemente deberá hacerse responsable de su propio destino, un ejercicio de conciencia que hasta ahora siempre ha rehuido (aunque ejercicios como las marchas estudiantiles o el movimiento #YoSoy132 confirman que aún estamos a tiempo de jugar el rol que nos corresponde). Y el hecho de que, probadamente, ninguno de las opciones políticas le hubiese ofrecido una alternativa de tangible evolución, nos obligaría a asumirnos como arquitectos del futuro mexicano, una coyuntura de conciencia colectiva que podría detonar el nacimiento de una nueva era –efecto que, aclaro, la victoria de AMLO no necesariamente detendría.
La respuesta está proyectada exclusivamente en el espejo, pero para acceder a ese masivo coito de auto-conciencia parece indispensable darle la oportunidad a la única ruta que no ha sido probada, es decir, votar este próximo primero de julio por Andrés Manuel López Obrador.
La mesa del destino mexicano está, una vez más, servida. Y solo tu decidirás si esta oportunidad terminará desdoblándose en un banquete o si nuevamente servirá para alimentar a un grupo de gárgolas que a cambio nos seguirán convidando sombrías sonrisas. ¿Despertará México?
Twitter del autor: @paradoxeparadis / Lucio Montlune
* Aclaro que escribo este artículo a título personal, y como tal debe leerse, no como la opinión o la postura de Pijama Surf