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Escribir con pluma y a la luz de una vela no es lo mismo que hacerlo en una laptop y con ayuda de un procesador de textos; investigador recorre esa otra historia de la literatura en que los mecanismos de escritura inciden directamente en la forma que esta adquiere.

La historia de la literatura regularmente atiende a los autores, las circunstancias en que se escribió determinada obra, las influencias del escritor, las referencias a las que alude, los juegos dentro de textos, sus logros y sus fracasos.

Sin embargo, también es posible contar otro relato, menor quizá, pero también importante a su manera: la historia de cómo escriben los escritores, con qué instrumentos y con qué consecuencias en su escritura. Quizá la literatura romántica no pudo escribirse en otras condiciones más que con pluma en mano y a la luz de una vela, o a toda velocidad en una máquina de escribir la literatura del siglo XX, o en un procesador de textos y una laptop en la novísima del XXI. Algo tienen algunos manuscritos —como los cuadernos de Proust o los de Joyce— que parece inadmisible imaginarlos bajo otra forma, como un documento con extensión .doc o .pdf.

Matthew G. Kirschenbaum, profesor en la Universidad de Maryland, es uno de los interesados en esta otra historia de las herramientas con que también se hace la literatura, en especial en los años marcados por la hegemonía de los ordenadores y los sistemas computacionales.

Recientemente Kirschenbaum presentó algunos de los resultados de su investigación, y si bien siempre es interesante saber qué escritor fue el primero en escribir una novela íntegramente en computadora, con qué software y en qué recursos de almacenamiento (al parecer Frank Herbert entregó a su editor su novela Dunes en 8 floppy disks), otras deducciones menos anecdóticas podrían sugerir asuntos más serios.

Por ejemplo, que el estilo de un autor como Henry James, sobre todo en sus últimas novelas, esté directamente relacionado con el hecho de que dictaba en voz alta a una secretaria lo que debía escribirse. Igualmente estos mecanismos o procedimientos de escritura han modificado la idea de conservación dentro del mundo de la literatura: ahora es posible conservar mucho mejor hasta las notas más nimias de quien escribe —aunque quizá la pregunta sería qué tanto vale la pena conservar todo lo que ahora se escribe, si aun así, a la vuelta del tiempo, la gente seguirá lamentando que se hayan perdido los papeles de tal o cual autor, deseando cambiar todos los tweets y los estados de Facebook por una sola hoja de Shakespeare.

[NYT]