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Ruta 36, en La Paz, es el primer bar que sirve a sus clientes cocaína con la misma naturalidad de quien sirve una cerveza; aunque es clandestino y móvil, cientos de turistas acuden cada año en busca de la cocaína más pura y también la más barata.

Con la misma naturalidad de quien sirve una cerveza o un coctel, en Bolivia existe un bar que lleva a las mesas de sus clientes dosis de cocaína, “como si estuviera entregando un sándwich con papas fritas”.

El sitio es clandestino y difícilmente conserva una misma dirección por mucho tiempo, pero tiene dos constantes: su nombre, “Ruta 36”, y la ciudad donde se ha asentado siempre, La Paz, la capital de Bolivia. Un periodista local cuyo nombre no se reveló describió así la situación al diario The Guardian:

Dado que son clubes after-hours y sirven cocaína, los vecinos tienden a quejarse muy rápido. Así que se mueven todo el tiempo. Tienen suerte si se quedan tres meses en el mismo lugar, pero casi siempre son solo dos semanas. Ruta 36 es una fiesta móvil. Un día está en una zona y luego aparece en otra área. Ciertamente este es el más famoso entre los mochileros, pero hay muchos otros lugares que también ofrecen cocaína. Como Ruta 36 cambia tanto de dirección hay mucha confusión sobre cuántos bares de cocaína hay allá afuera.

Esta tendencia surgió no solo porque Bolivia sea, tradicionalmente, uno de los productores insignes de coca en el mundo (incluso el presidente Evo Morales tiene sus plantíos), sino que también es posible por la corrupción de las autoridades policiacas y políticas de La Paz, “esa caótica actitud del ‘todo se vale’”.

En cuanto al bar en sí mismo, sin duda debe de ser uno de los lugares más sui generis del planeta, más allá de la sordidez o de las implicaciones legales o morales de un comercio que clandestina pero al mismo tiempo abiertamente ofrece a sus clientes una de las drogas más satanizadas de nuestra época:

En el salón principal de Ruta 36 la escena se congela. Una abatida disco ball baña esporádicamente la pieza en luces rojas y verdes. Cada mesa tiene velas y un alijo de agua embotellada, además de todo tipo de mixers que quisieras agregar a tu trago. En la esquina, un bonche de juegos de mesa, incluyendo ajedrez, backgammon y Jenga, el juego en el que una mano firme retira los bloques de una torre hasta que la pila entera colapsa. Si no fuera por las cabezas que caen hacia abajo, como esas aves que recorren la orilla del mar para alimentarse, nunca sabrías de las grandes cantidades de cocaína que con naturalidad se están consumiendo. Hay mucho contacto de mesa a mesa. Todos aquí tienen sus historias —las últimas en Ecuador, el mejor autobús de Perú— e incluso al viajero más conectado, el “¿por qué no se calla”, se le da una generosa bienvenida antes de enviarlo de vuelta a su mesa, donde puede repetir esas historias otras diez veces.

Y si bien Ruta 36 podría pasar inadvertido para muchos, como esos lugares conocidos solo por lugareños muy bien enterados, al parecer su nombre sigue una corriente secreta, de boca en boca, que ha llevado su reputación por muchísimas ciudades en todo el mundo: cada año cientos de turistas acuden en busca de la cocaína que tiene fama ser la más pura y también la más barata (unos 20 dólares por gramo).

[Guardian