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Inacción solar, siesta sagrada, desidia para abolir el deseo y crear con solo decir... la guía de la iluminación para el hombre perezoso oscila entre una broma y un buda y hace nada de la espiritualidad.

 

 

No hagas hoy lo que puedas dejar de hacer también mañana.

- Fernando Pessoa.

En primera instancia la “pereza” y la “iluminación”, en una misma frase, podrían parecen destinadas a un oxímoron. El clásico koan zen que revela en su simpleza la clave de la elevación de la conciencia, “cortar madera y acarrear agua”, parece decir que para iluminarse es necesario un arduo trabajo, una férrea disciplina, una inquebrantable voluntad. Y sin embargo el zen, como el Tao, ama las contradicciones y las paradojas, porque abren la mente, porque revelan crisálidas en la danza de los opuestos. Cómo entender que no actuar puede ser un acto (tanto como el más poderoso; las montañas se mueven sólo con la mente y vienen a ti); lo negativo, como la pereza, también puede llevarte hacia la manifestación total de tu ser, hacia ese bienestar ensoñado en la hamaca de la eternidad.

Si bien con pereza queremos decir también inacción, relajación, quietud, no-reacción, liviandad, etcétera, seamos perezosos y quedémonos  solo con la palabra pereza, como un juego, como la luz lúdica de la tarde que se columpia entre las arañas y las nubes —y la ilusión del mundo hace ligera la existencia, porque nada es real, nada dura, nada duele (solo la luz que se demora en caer)  (((((dios bosteza)))).

En su memorable texto, El Derecho a la Pereza, Paul Lafargue alaba con sublime holgazanería:

«Los filósofos de la antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, esa degradación del hombre libre; los poetas cantaban a la pereza, ese regalo de los dioses:

»O Melibae, Deus nobis haec otia fecit [5]».

«Cristo, en su Sermón de la Montaña, predicó la pereza: 'Miren cómo crecen los lirios en los campos; ellos no trabajan ni hilan, y sin embargo, yo les digo: Salomón, en toda su gloria, no estuvo nunca tan brillantemente vestido' [6]».

«Jehová, el dios barbado y huraño, dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad».

A esa sabiduría milenaria hoy se opone la mecanización del espíritu, el neg-ocio como máxima aspiración (dádiva divina en la ética protestante), el estrés, la prisa, el tiempo es dinero. No  estar si no es progresando, alcanzando, superando.  El vertiginoso pavor del silencio de las esferas infinitas, del espacio vacío. La idea motriz de que aún no somos, que tenemos que llegar a ser. Algo que está lejos como una ciudad prometida en el horizonte, en el futuro.

En respuesta a esta ontología revelada a través de la acción, a la tendencia occidental de querer aniquilar el vacío, hace casi 40 años, Thaddeus Golas, un hippie de Nueva Jersey, escribió La Guía del Hombre Perezoso a la Iluminación. Un libro bastante sencillo que contiene en sus lánguidas hojas los secretos del universo (aunque todos los libros contienen los secretos del universo).

Golas concibió la iluminación como “la forma de salir de esta realidad”. Esta realidad es la ilusión, el maia, el hecho de que somos egos sólidos y solitarios flotando en el frío indiferente del espacio y que no podemos crear lo que queramos con simplemente imaginarlo. Este texto de culto fue recibido como una especie de libro de (anti)superación para los jóvenes del flower power que escalaban optimistas olas vibracionales y que pensaban que todo era posible, tanto como quedarse sentado en el pasto, comer flores, y sin hacer nada, iluminarse.

«El New Age es una Torre de Babel. Intentando usar la energía para llegar al Cielo —no puede hacerse. Llegas al Cielo dejando de ser energía. Si te mantienes consciente continuamente, empujarás el mundo material hasta desvanecerlo. Además de prolongar tu conciencia, no existe ninguna idea o acción en la Tierra que haga la más mínima diferencia en tu futuro espiritual... No hay nada que necesites hacer antes para iluminarte».

«A la iluminación no le importa cómo llegues».

La pereza puede llevarnos a la iluminación porque cualquier cosa puede llevarnos a la iluminación. Cualquier cosa puede llevarnos a la iluminación porque ya estamos iluminados. Ya estamos iluminados porque somos el universo entero (y el tiempo no existe a la velocidad de la luz). Esa es la ventaja o el resultado de ser polvo de estrellas y nacer de una misma gran explosión, de haber sido en algún momento el primer átomo, la sopa cósmica, el hidrógeno, la inflación, la primera estrella, de haber estado en el primer núcleo de la primer supernova que creó oro y estar entonces por siempre entrelazados en la codivinidad de la inextricable unidad cuántica. Esa es la ventaja de ser juntos, de que todos son todo, de que el alma está amalgamada con el holograma universal. De que tenemos la información de todas las cosas dentro de nosotros y por eso somos la conciencia del universo.

La acción y la voluntad también nos pueden llevar a la iluminación. Podemos elevarnos hacia la iluminación a través de una serie de técnicas ejecutadas con presteza. O podemos también dejarnos caer hacia la iluminación (que puede tener una cara oscura, como una cueva) con pereza, como plumas ligeras en el sumidero de nuestro propio ser.

«Todas las experiencias potenciales ya están dentro de ti. Puedes abrirte a ellas en cualquier momento, más rápido que instantáneamente. Sólo estando ahí.

»Pero no hay prisa. La expansión total siempre está ahí, más allá del tiempo, dentro y alrededor de ti. Solo necesitas relajar tu conciencia al ritmo que te parezca seguro y cómodo. Si el LSD es muy veloz, vete lento. Todos pertenecemos en el universo.

»No hay razón para preocuparte o preguntarte sobre mejores o peores condiciones espirituales, aunque ese juego está disponible. No podrás elevarte sobre el nivel de tu vibración actual de forma duradera hasta que no ames la forma en la que eres en este momento».

Como se dice también en algunas filosofías orientales, no tiene sentido buscar algo más que en el sitio en el que estás. Ahí mismo está el universo entero, tal vez es más útil dejarse caer en ese agujero infinito de ser que salir a buscar algo afuera (cuando el que está buscando es lo que se está buscando). Además, en el fondo, ese algo que estás buscando es el vacío cósmico —donde habita la energía inconmensurable, donde eres todos los seres y juegas a morderte la cola en un laberinto del tamaño exacto de tu cuerpo infinito.

Buscar, como actuar, es en cierta forma perpetuar la ilusión (actuar es actuar un papel en una obra de teatro que no sabemos es una obra de teatro). Ilusión de que tenemos que hallar o hacer algo que no tenemos, que está fuera de nosotros, que a través de algo externo, de algo que conseguiremos en el futuro, nos podremos iluminar o sentir bien. Y si no hacemos eso, si no encontramos aquello, nos sentimos mal.

«El problema con el Mal es que nos seduce a que intentemos eliminarlo».

Históricamente se ha hablado de un conflicto entre el deseo y la realidad. Ese conflicto existe solamente hasta el momento en el que mantenemos la ilusión de que existe una realidad donde nuestros deseos son impotentes porque están constreñidos a una serie de leyes inmutables e inalterables sobre las cuales no tenemos ningún poder (una realidad determinista, en la que nuestra vida es como la de una bola de billar). La realidad de esta forma es una realidad en la que no podemos hacer lo que queremos. Pero si no existe la realidad, ¿cuál es el conflicto? ¿Si no hay nada qué hacer cuál es el conflicto?

Se dice también que el hombre perezoso palidece ante el hombre de acción, que el primero sueña reinos mientras el segundo los conquista. ¿Pero para qué librar una batalla y forzar la entrada a un reino cuyas puertas siempre han estado abiertas?  Y si bien los reinos del hombre perezoso son reinos oníricos, ¿acaso no es el sueño la sustancia más profunda (y pura) del universo, la sustancia que somos? “We are such stuff as dreams are made on”, dijo Shakespeare como si fuera uno los grandes "iluminatis de las edades" (palabras de Manly P. Hall). El mismo hinduismo, con su milenaria sabiduría, habla de una Conciencia Absoluta, Brahma, que se debate entre el sueño y la vigilia; cuando sueña existe este universo (una imagen en su mente). ¿Qué no es justamente el crear con solo imaginar, con solo decirlo en la mente, la cualidad intrínseca de la divinidad? La pereza adivina que el mundo es una ilusión y desde la orilla, sin participar, como el dios de Joyce que se lima las uñas, empieza a mover las piezas con la imaginación (la materia no pesa, la pared se atraviesa, todo es boligoma: quark-gluon-plasma). Puede cambiar el paisaje y mover la escenografía justamente porque sabe que es una ilusión, que las cosas están hechas de nada. No obstante, el hombre perezoso de conciencia probablemente no querrá cambiar el paisaje,  querrá disolverse en él —y experimentar la riqueza de la multiplicidad desde la unidad indivisible. Como un ala que es el aire.

«No hay nada malo con ser lo que eres —es una de las infinitas experiencias disponibles. Lo que tú eres, yo puedo serlo. Lo que yo soy, tú puedes serlo» (y en la eterna madeja de la alternidad seremos todos los otros, yosoytú —inlackech: en el jardín de los senderos que se bifurcan se enlazan los pronombres).

«Ya que en el universo no hay más que seres vivientes, cada uno controlando su propio nivel y sus propias relaciones, no hay absolutamente nada en el universo que necesite corregirse en ninguna forma. No tenemos que hacer nada al respecto, cualquier cosa que sea. Hay conciencia en todas partes del universo... Cada partícula en cada átomo es un ser vivo. Cada molécula en cada célula es una tribu de seres.

»Un ser completamente expandido es el espacio. Ya que la expansión es permeable, podemos estar en el “mismo espacio” con uno o más seres expandidos. De hecho es posible que todas las entidades del universo sean un solo espacio... El espacio es un nivel de experiencia que todos podemos lograr, pero es difícil de discutir en nuestro plano presente justamente porque es ilimitado».

Según cuenta Plutarco, Alejandro Magno, el gran conquistador, buscó emocionado al gran filósofo Diógenes y, al encontrarlo , le preguntó si podía hacer algo por él. En vez de pedirle cualquier suntuoso regalo de este mundo o favor, Diógenes solo le dijo a Alejandro que se moviera de donde estaba porque le tapaba el sol (al parecer el filósofo cínico practicaba el místico arte de la inacción solar, de dejarse iluminar).

Si bien existen numerosos caminos para expandir la conciencia, para el autoconocimiento, para la individuación (y en el individuo entero florece el universo), uno de ellos, paradójicamente, es la pereza. Así, sin fuerza ni resistencia, no hagas nada, déjate caer en el sol, sueña y se el buda que se escapó de la rueda del karma con una almohada.

 

Twitter del autor: @alepholo