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Existen posibilidades de que el próximo gran ser iluminado no sea un individuo ascendido sino un colectivo de personas que lograrían trascender con una convivencia orientada a la hiperestimulación de la conciencia

La hiperconectividad es un aspecto cultural que hoy ha perneado prácticamente cualquier aspecto de nuestra cultura. Las prácticas laborales, la interacción recreativa, los romances, la educación y los negocios, son solo algunos de los rubros que se han transformado a partir de esta vertiginosa conformación de redes humanas. Y evidentemente el desarrollo espiritual tanto individual como grupal, no podría estar exento de esta tendencia.   

A lo largo de la historia, el pulso espiritual de toda sociedad, ha mantenido una estrecha relación, de influencia mutua, con la estructura sociocultural bajo la cual se rige. Tomando en cuenta las anteriores premisas, es previsible que las siguientes fases en la evolución espiritual del ser humano, estarán en parte determinadas por esta explosiva “colectivización” del ser que hemos experimentado desde la última década.

Previo a adentrarnos en las estimulantes especulaciones de nuestro futuro espiritual, repasemos los diversos formatos de organización humana. Michael Bauwens en su ensayo titulado “The next Buddha will be a collective” enfatiza en tres modelos:

a) Esquema jerárquico: uno de los modelos más populares a lo largo de los últimos siglos y particularmente privilegiado por la cultura occidental. Aquí las relaciones y la interacción social se originan y controlan desde un centro (llámese monarquía, gobierno, o incluso gurú). Puede representarse con la figura de una pirámide, y desde una mirada cenital podríamos hablar de la proyección figurativa de una estrella, cuyas puntas (sus patrones conductuales) dependen de los protocolos que emanan desde un centro.

b) Red descentralizada: en contraste con el modelo jerárquico, aquí el pulso rector no es controlado desde el centro sino que se construye a partir de una serie de nodos distribuidos alrededor de la estructura social. Estos nodos son encarnados por entidades abstractas (instituciones, grupos sociales diferenciados, o gremios) y el verdadero reto consiste en que dichos agentes, los nodos, sean capaces de configurar un equilibrio de fuerzas  que se traduzca en una coexistencia armónica y funcional.

c) Redes distribuidas: este formato es similar a las redes descentralizadas, pero lo distingue la decisión voluntaria de los miembros que dan vida a cada uno de los nodos. Esto quiere decir, en síntesis, que no existen roles preasignados o tendencias de organización social que a fin de cuentas someten a cada integrante a desempeñar el papel que “le corresponde”. Por el contrario, en las redes de distribución, cada miembro de la estructura elige por voluntad propia su rol comunitario y a partir de ello ejerce una individualidad proyectada hacia lo colectivo. Como reflexión complementaria a este esquema pudiésemos afirmar que la individualidad contemporánea depende de la conciencia y aceptación de una naturaleza colectiva (¿Somos una tribu de espejos?).

De acuerdo con Bauwens, la actual tendencia social está explícitamente, aunque quizá inconscientemente,  dirigida hacia la configuración propia de las redes distribuidas. Y como prueba de ello podríamos obviamente aludir a internet, y a la manera en que esta “red de redes” ha contribuido a replantear nuestro concepto de sociedad –así como a diversas prácticas que han emergido con Internet, como la colaboración informativa a través de los “wikis”.

Sin embargo, y quizá contrariando a Bauwens, también hay que recordar que existe un punto en donde el modelo de internet podría considerarse como una proyección centralizada en donde existe una autoridad central –aquella entidad que regula la creación y subsistencia de dominios en la red y de intercambio de data- y en este sentido es prudente enfatizar en esta naturaleza dual de la actualidad digital, y sobretodo tener cuidado antes de volcarnos efusivamente a concebir una realidad libre e híperconectada.

Y continuando con esta línea de “escepticismo optimista”, en donde sin eximirnos de la emoción compartida advertimos que aún es temprano para celebrar un intercambio verdaderamente libre, resulta interesante analizar la afirmación “el próximo buda será un colectivo”.  Quizá la pregunta debiese ser planteada de la siguiente manera: ¿Qué debemos de hacer para consagrar la latente posibilidad de que el próximo buda sea un colectivo?

Un elemento que refuerza esta seductora posibilidad, además de la tendencia social a la colectivización y la influencia que ello pueda tener en nuestro desarrollo espiritual a corto plazo, tal vez radique en que estamos cansados de concebir los epicentros espirituales como tótems iluminados (y esto lo afirmo con el mayor respeto hacia los grandes maestros e iniciados). No se trata de cuestionar el papel de los grandes seres (o linajes) como Jesucristo, Buda, Zoroastro, Quetzalcóatl, Hermes, y algunos otros. Más bien se refiere a la idea de que quizá queremos, o necesitamos, comenzar a concebirnos como componentes intrínsecos de estos seres iluminados, recordando que históricamente se nos ha “enseñado” a percibir a estos personajes como inspiradores pilares y no a entendernos como parte entrañable de ellos.

De acuerdo con la reflexión anterior quiero pensar que realmente hay un punto dentro del plano polidimensional en el que todos somos dioses, y que todas las deidades eventualmente son solo un dios, una unidad multiperceptible, una unidad tan única como omnipresente. Y contario a lo que podría parecer como una especie de panteísmo radical, más bien estamos hablando de un pulso amorosamente holográfico, incontenible, risueñamente desbordante, que nos sintoniza en un instante y un sitio específicos.

Pero dejando a un lado la religiosidad emotiva, y retomando el tema central de este artículo, regresemos a la pregunta sobre qué debemos de hacer para consumar la afirmación de Bouwens. Y para develar la respuesta empezaremos por revisar los cuatro modelos de interacción social que propone el antropólogo Alan Page Fiske en su tratado "Structures of Social Life."

El primero de ellos es la Igualdad Equilibrada o economía del dar, modelo dominante en la era tribal. En este formato aquel que da obtiene prestigio entre la comunidad y aquel que recibe se siente obligado a devolver el favor de alguna u otra manera para así mantener un equilibrio dentro del tejido social. Y para asegurar que esta estructura de mantuviera balanceada, existían una serie de rituales y festividades  organizadas en torno a la reciprocidad y a la simetría (un ejemplo de esto puede ser la tradición de la mayordomía en algunos pueblos de México, en donde el más acaudalado miembro del pueblo recibe la responsabilidad de financiar las fiestas como un regalo a la comunidad).

El segundo formato es la Jerarquía Autoritaria en la que la autoridad depende ya sea por derecho de nacimiento, por coerción, por nominación de la jerarquíaa antecesora, o por credenciales o méritos. Este modelo es el fundamento social del imperialismo y dominaba las sociedades previo a la consagración del capitalismo y de la democracia parlamentaria.

El tercero es la Preciación de Mercado, el cual se basa en el interacmbio neutral de bienes con valores comparativos. Esta es la lógica fundamental del sistema de mercado capitalista y de las relaciones impersonales en las que nuestro sistema económico ha estado basado en el último siglo.

Finalmente tenemos la Propiedad Comunal, basado en un intercambio generalizado y no recíproco. Aquí los miembros de una comunidad contribuyen voluntariamente a recursos compartidos y en cambio reciben la posibilidad de aprovechar libremente dichos recursos. Este modelo era empleado por las prácticas agrícolas comunitarias de la Edad media y retomado por Marx como uno de los fundamentos para el comunismo.

Y aunque seguramente la mayoría de los que lean este artículo se sentirán más atraídos por la Igualdad Equilibrada y por la Propiedad Comunal , lo cierto es que la respuesta para conseguir una evolución colectiva y un nivel inédito de espiritualidad compartida no se encuentra en ninguno de estos caminos. En cambio parece que estamos frente a una necesidad, o mejor dicho un reto generacional, para consagrar el modelo peer to peer (de igual a igual) como el pilar de una nueva estructura social. Inspirado en el intercambio fluido de data entre dos personas que deciden voluntariamente compartir sus bienes (información) en internet, este modelo implica el saberte parte de una comunidad mucho más amplia, cuyo punto de convergencia es la interacción recíprocamente generosa, asumiendo que el bienestar del otro me beneficia, este modelo podría guiarnos hacia la histórica consumación del espíritu compartido.

En síntesis lo que deberíamos de estar persiguiendo con honesta tenacidad es un estado de igualdad proactiva (en donde cada quien esta dispuesto a hacer su parte para lograr el resplandecimiento del holograma), consciente (ya que todos deberán entender de que se trata y unirse con voluntario gozo), y simbiótico (pues tributaremos la idea del in lak’ech, de la otredad como divino espejo, del saber que mi bien sin el tuyo no es bien). Y aparentemente solo así, adoptando y promoviendo el “igual a igual” en un plano económico, afectivo, social y cultural, podremos eludir el destino advertido por Burroughs en su didáctica novela “El Jardín de las Oportunidades Perdidas” y en cambio ser capaces de afirmar que el próximo buda será (o tal vez esté ya siendo) un colectivo.

Twitter del autor: @ParadoxeParadis / Lucio Montlune