Vía Johann Hari (The Independent)
Dubai, la Disneylandia para adultos, La Ciudad de las Mil y Una Luces Árabes, el lugar donde la fe en el dinero cumple todas las fantasías, oculta, bajo la fachada relumbrante de la ciudad “que más rápido crece en el mundo”, una oscura realidad de esclavitud, ecocidio y represión.
La ruptura de la burbuja financiera mundial deja ver cientos de construcciones detenidas. Los edificios más ambiciosos y lujosos del mundo, vacíos, con grietas y fugas.Dubai ha sido construido casi totalmente a crédito y debe ya 107% de su producto interno bruto.
En las afueras de la ciudad se erigen campos de esclavitud donde viven cientos de miles de trabajadores, rehenes extranjeros de la explotación de los Emires.
Trabajadores invisibles en el sueño boyante de la prosperidad irrefrenable, en la fantasía que sirve como un mantra compulsivo. “El emir construyó la ciudad, ¿cuáles trabajadores?”.
Sahinal Monir, un albañil de 24 años de Bangladesh, vive con 300 mil personas más en Sonapur (en hindi significa Ciudad de Oro). Trabaja 14 horas al día en el calor del desierto que llega a 55°C en el verano, en el que a los turistas se les aconseja no pasar más de 5 minutos. Su paga es de 500 dirhams al mes (menos de 180 dólares al mes), menos de un cuarto de lo que le prometieron.
“El calor es como el infierno. Sudas tanto que no puedes orinar por una semana, todo el líquido sale por tu piel y apestas”.
Se ha quejado con la compañía que lo trajo: “Si no te gusta regrésate a tu casa”, le dijeron. “Pero cómo me puedo regresar, si tienen mi pasaporte y no tengo dinero para el boleto”, les contestó.
“Bueno entonces mejor regresa a trabajar”.
Las condiciones infrahumanas de los trabajadores (desde la crisis económica se les corta la electricidad y se les ha dejado de pagar, en muchos casos) repercute en una alta tasa de suicidios que el gobierno oculta. En 2005 hubo 971 muertes con causa desconocida entre ciudadanos de la India. Un estudio de derechos humanos concluyó que el gobierno encubre las muertes relacionadas con el exceso de trabajo, el calor o los suicidos.
Karen Andrews es una mujer canadiense que llegó a Dubai en el 2005. “Al principio parecía que todos eran directores de empresas (CEOs). Vivíamos de fiesta todo el tiempo.
Ahora Karen vive en su Range Rover, estacionada en un hotel. Su esposo está en la cárcel. Malos manejos financieros lo llevaron a endeudarse. Renunció a su trabajo para recibir un cheque de indemnización que le habían prometido, pero este fue menor de lo que creía. Cuando renuncias a tu trabajo en Dubai, la compañía que te emplea le avisa al banco. Si tienes deudas que tus ahorros no cubren, congelan tus cuentas y te impiden salir del país. En Dubai no existe el concepto de la bancarrota. Si no puedes pagar, te vas a la cárcel.
En la cárcel, el compañero de celda de su esposo, un hombre de 27 años de Sri Lanka, se suicidó en frente de él.
Para los nacidos en los Emiratos, la cosa es diferente: “Hemos pasado de ser un país casi africano a tener un sueldo promedio de 120 mil dólares al año. Todo en 20 años”. El gobierno les financia su educación hasta el doctorado. La mayoría trabaja para el gobierno así que no han sentido la crisis crediticia.
Pero todo puede cambiar con la misma velocidad que se construyó la panacea.
La megalomanía de la ola petrolera, la confianza en el modelo capitalista, que lleva a montar fiestas de inauguración de 20 millones de dólares, donde se invita a Robert De Niro a Lindsay Lohan o a Kyle Minogue; a construir el mundo en islas artificiales (los Beckham querían Gran Bretaña ) o montañas para esquiar en nieve en el sol canicular; a construir el edificio más alto del mundo o el nuevo campo de golf de Tiger Woods, que necesita 4 millones de galones de agua diarios y miles de proyectos babélicos insaciables es un desastre en ciernes, una bomba de tiempo.
Construir el nuevo Shangri La en el desierto, tiene sus consecuencias. Dubai tiene agua suficiente para sólo una semana, casi no tiene capacidad de almacenaje. Esto es algo que a nadie parece importarle, considerando que la falta de agua en el mundo es la crisis que se viene.
Y está la cuestión del calentamiento global, que podría hacer subir las mareas. Buena parte de Dubai está construido en islas artificiales, que podrían desaparecer tan rápido como se construyeron. Sin embargo el gobierno de Dubai consistentemente niega tener problemas ambientales, acallando múltiples denuncias. La pregunta es ¿quién vencerá, el dinero de los multimillonarios emires o la naturaleza?
"Si Dubai fracasa, el medio oriente será mucho más peligroso. No exportamos petróleo, exportamos esperanza. Egipcios o iraníes que viven en la pobreza crecen diciendo quiero ir a Dubai. Somos muy importantes para la región. Estamos demostrando cómo ser una nación musulmana moderna. No tenemos fundamentalistas aquí. Los europeos no deben burlarse de nuestra caída. Deben de preocuparse. ¿Sabes lo que pasa si esto fracasa? Dubai se irá por el camino de Irán, el camino del Islam", dice un periodista local.
Dubai, que se vendía a sí misma como una Manhattan en el sol, se empieza a parecer más a una Islandia en el desierto. La magia del dinero llega hasta cierto punto: el oasis se desvance cuando enfocas la mirada y el edén artificial empieza a transparentar su falsedad, como un castillo de arena derrumbado por fuertes motores de aire acondicionado. El plástico con el que se construyó la realidad se rompe, tal vez, como la mejor metáfora del choque de la globalización neoliberal con la historia. Pocas cosas como saber que Santa Claus no existe, que adentro de las alegres botargas se ocultan deprimidos trabajadores, que Disneylandia es una farsa.
Traducido con anotaciones adicionales del artículo "The dark side of Dubai"
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