Estudios muestran que existe compasión innata en los niños hacia otros humanos y perros

Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha debatido sobre la condición inherente del ser humano: ¿nacemos con un sentido moral innato o es algo que se desarrolla a través de la educación y las experiencias? ¿Acaso existe una especie de núcleo de bondad, una esencia que trasciende el condicionamiento social y que busca el bien de los demás? 

Estas ideas se encuentran sobre todo en las religiones -se sugiere, por ejemplo, que el amor es idéntico a la realidad- pero ahora existen algunos indicios, a partir de estudios científicos, de que hay algo de verdad en ellas.

A través de investigación y observación la ciencia ha comenzado a descubrir que los bebés poseen desde el nacimiento una capacidad única de comprensión, empatía y altruismo. En su libro Just Babies, Paul Bloom, psicólogo de la Universidad de Yale, señala que los bebés ya nacen con una serie de cualidades morales.

Estas incluyen empatía hacia los que sufren, una voluntad espontánea para ayudar a desconocidos en problemas y una capacidad inherente para distinguir entre actos de bondad y de malicia. Sorprendentemente, los bebés, incluso a una edad tan tierna como tres meses, demuestran compasión, empatía y un sentido rudimentario de justicia.

A esta idea fascinante se suma otro descubrimiento. Así como los bebés muestran compasión hacia sus semejantes, también existen tendencias similares hacia otras especies. Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Michigan reveló que los niños pequeños no sólo sienten empatía hacia los humanos sino también hacia los animales, en particular, los perros.

Cuando se presentaron situaciones en las que los perros mostraban angustia o necesidad, los bebés, en un acto de altruismo, intentaban ayudarlos. Esta tendencia no se limita únicamente a los perros con los que están familiarizados sino que también incluye a aquellos que nunca volverán a ver, lo que refleja una compasión universal.

Estos hallazgos no sólo desafían las antiguas nociones sobre la "naturaleza pecaminosa" del ser humano, sino que también sugieren que la bondad y la moralidad pueden ser inherentes a nuestra especie. Más allá de la simple noción de "hacer el bien", estos estudios revelan que los seres humanos, desde una edad temprana, tienen una comprensión profunda de la igualdad, la justicia y la recompensa.

Tales descubrimientos nos llevan a reflexionar sobre la esencia misma de la humanidad e indican que, más allá de las influencias culturales y sociales, hay un núcleo de compasión en cada uno de nosotros. Ya sea que esta se dirija a otro ser humano o a un perro angustiado, está claro que nuestra capacidad de empatizar y ayudar es una de nuestras características más profundas y universales. Quizá el budismo, con su idea de que existe en todo ser humano un estado de pureza indestructible, un "embrión búdico", no se equívoca. Y sólo hay que descubrirlo; literalmente, eliminar lo que cubre u oscurece ese estado de compasión resonante y luminoso que, como el loto en el lodo, nunca se mancha.


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Imagen de portada: M-Lab

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