Entre la claridad y el silencio: Wittgenstein sobre los límites del lenguaje y el pensamiento

De todos los recursos con los que cuenta el ser humano, la base de todos ellos es el pensamiento, que en el caso de nuestra especie tiene las cualidades de la conciencia y la racionalidad. 

Por un azar bastante inexplicable de la evolución, el ser humano se volvió consciente (parcialmente) de sí mismo y, acaso como efecto de ello, desarrolló la percepción racional de la realidad, con la cual pudo explicarse esta última en términos de relaciones entre los fenómenos que la componen. 

Cabe decir, sin embargo, que ambas cualidades, aunque latentes y aun presentes en todos los individuos de la especie, requieren de un ejercicio constante y atento para desarrollarlas en su mejor potencial

Aunque todos somos conscientes y racionales, diferimos en el grado de ambos rasgos, pues podemos ser conscientes de nuestra existencia pero no de los lineamientos inconscientes que se agitan en nuestro interior y orientan involuntariamente nuestros actos, por ejemplo. Y algo parecido puede decirse de la racionalidad: podemos ser racionales al momento de considerar ciertos aspectos de nuestra vida, pero la irracionalidad se hace presente cuando el miedo nos domina, o incluso en situaciones triviales como la compra de un producto o al circular en la calle.

En ese sentido, el pensamiento puede considerarse una herramienta que necesitamos calibrar, afinar y, en suma, hacer siempre el esfuerzo de emplear de la mejor manera.

Entre los varios intereses por los que transcurrió el filósofo Ludwig Wittgenstein, uno de los más interesantes y fértiles fue el del lenguaje en relación con la aprehensión de la realidad

Durante un periodo amplio de su vida Wittgenstein se dedicó a examinar las formas de operar del lenguaje al momento de percibir la realidad, decodificarla y codificarla de nuevo para el sí mismo, expresarla a otros y hacer otras operaciones no menos complejas como simbolizar la realidad, introducir el sentido figurado de las cosas, abstraer conceptos y más.

El filósofo austríaco nos legó algunas de las observaciones más lúcidas sobre este fenómeno, varias de las cuales se encuentran condensadas, casi a la manera de una quintaesencia preciosa, en el Tractatus logico-philosophicus, su obra más célebre por la inteligencia y la novedad de su contenido. 

En dicha obra, Wittgenstein partió de siete proposiciones lógicas desdobladas en una buena cantidad de observaciones, con lo cual se propuso exponer los límites de la filosofía con respecto al entendimiento del lenguaje y, específicamente, de la lógica de este, según lo manifestó en el prólogo de la obra:

Este libro quiere, pues, trazar unos límites al pensamiento, o mejor, no al pensamiento, sino a la expresión de los pensamientos; porque para trazar un límite al pensamiento tendríamos que ser capaces de pensar ambos lados de este límite, y tendríamos por consiguiente que ser capaces de pensar lo que no se puede pensar. 

En ese mismo prólogo, Wittgenstein deslizó esta aclaración:

Todo el significado del libro puede resumirse en cierto modo en lo siguiente: todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse.

Ese resumen aparece en una observación propiamente dicha del Tractatus y en una de sus proposiciones mayores. En la observación 4.116 podemos leer:

Todo aquello que puede ser pensado, puede ser pensado claramente. Todo aquello que puede ser expresado, puede ser expresado claramente.

Y en la proposición 7, la última de la obra, en un cierre genial e incluso dramático, tenemos:

De lo que no se puede hablar, mejor es callarse.

Esta última afirmación sobre “callar” es quizá una de las más citadas tanto del Tractatus como de la obra de Wittgenstein en general. Sin embargo, colocada como se encuentra en el prólogo junto a “decir”, arroja una luz interesante sobre ambos límites del pensamiento humano: la claridad y el silencio.

Por un lado, la idea de que “todo aquello que puede ser pensado, puede ser pensado claramente” nos invita a realizar el trabajo de alcanzar dicha claridad, que no es una cualidad intrínseca de la percepción sino el fruto de un esfuerzo sostenido por entender los fenómenos de la realidad, que en sí mismos son casi siempre complejos y por ello mismo confusos o al menos resistentes a nuestros intentos de comprensión. 

En un escenario perfecto, pensar y expresar, siguiendo los verbos que propone Wittgenstein en su apunte, tendrían que ser actos que llamáramos así sólo una vez que su ejercicio estuviera completo o agotado, no en un sentido de culminación, pero sí teniendo como criterio de conclusión parcial un cierto grado de claridad alcanzado. Pensar hasta pensar con claridad; expresarnos hasta expresar con claridad lo que hemos pensado.

En cuanto al segundo componente de este binomio, el “callarse” de la proposición 7, este se puede considerar el otro límite del pensamiento porque, en efecto, existen fenómenos en la realidad frente a los cuales el lenguaje se revela insuficiente e incluso inútil. La muerte, las experiencias místicas o religiosas, la dimensión más íntima del dolor, la locura y algunas otras (no muchas). Dicho al margen, esta noción guarda cierta semejanza con “lo real” de Jacques Lacan.

Wittgenstein, por su parte, consideró en su obra a “lo indecible” para darle un lugar a aquellas zonas de la realidad que escapan a la comprensión y la expresión humanas. Por más “capaces” que, en nuestro narcisismo, podamos considerarnos, hay cosas del mundo que no sólo no comprendemos sino que nunca vamos a comprender. Y tenemos que vivir con ello.

Con todo, lo cierto es que entre ambos límites tenemos suficiente campo de acción. Por un lado la claridad, por otro el silencio… El espacio que hay entre ambos parece más que suficiente para encontrar o construir ahí el campo de juego de nuestro pensamiento y nuestro lenguaje.


Twitter del autor: @juanpablocahz


Encuentra el libro Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein en este enlace


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Imagen de portada: Ganzfeld "Aural" (James Turrell, 2018; fotografía de Florian Holzherr)

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