El fallecimiento de Jean-Luc Godard ha suscitado algunos lamentos quizá un tanto discretos pero no por ello menos sentidos. En buena medida, la trayectoria misma de Godard así lo dispuso, pues a lo largo de su vida fue fiel a cierta rebeldía frente a las convicciones de su época, frente a la moralidad, las buenas costumbres, lo socialmente aceptado y más. Si las películas de Godard no son “fáciles” o cómodas es porque él mismo no lo fue en vida como persona.
Un emotivo testimonio de ello es un elogio de Martin Scorsese publicado recientemente en el diario inglés The Guardian, el cual pidió a varios directores que expresaran lo que la muerte de Godard significaba para ellos y para el cine en general.
Ante la petición del diario, Scorsese envió estas palabras:
Desde Sin aliento, Godard redefinió la idea misma de lo que era una película y hasta dónde podía llegar. Nadie se atrevió a tanto como Godard. Veías Vivre sa vie o Contempt o Made in USA y tenías la impresión de que estaba desmontando su propia película y reconstruyéndola ante tus ojos. Nunca sabías qué esperar de un momento a otro, ni siquiera de un fotograma a otro: así de profundo era su compromiso con el cine.
Nunca hizo una película que se instalara en un único ritmo o estado de ánimo o punto de vista, y sus películas nunca te llevaban a un estado de sueño. Te despertaban. Todavía lo hacen, y siempre lo harán.
Es difícil pensar que se ha ido. Pero si se puede decir que algún artista ha dejado huellas de su propia presencia en su arte, ese es Godard. Y debo decir que ahora, cuando tanta gente se ha acostumbrado a definirse como consumidores pasivos, sus películas se sienten más necesarias y vivas que nunca.
Con brevedad, Scorsese da cuenta del estilo y la trascendencia de Godard en un solo mensaje. De alguna manera, también lanza una razón de peso para ver todavía hoy (o acaso hoy más que nunca) las cintas del francés: porque no nos adormecen, sino al contrario, nos despiertan.
Qué mejor argumento para mantener viva la obra de un artista.