Peter Sloterdijk es probablemente el filósofo contemporáneo más relevante, el más merecidamente célebre. Hay filósofos más conocidos como Slavoj Žižek, pero el esloveno es sobre todo un crítico cultural, inclinado al performance y la provocación (sin que por esto deje de producir ráfagas luminosas). Otro filósofo contemporáneo importante es el coreano Byung-Chul Han, quien también escribe en alemán (la lengua que sigue dominando en la filosofía). Han ha alcanzado notoriedad comparable con Sloterdjik en el mundo de habla hispana (y en menor medida también en el anglosajón) y es un pensador de alto calibre, fresco y original. Pero no tiene la popularidad de Sloterdijk en países de lengua alemana y su obra no es tan vasta y variada como la de aquel.
En Italia y Francia siguen existiendo filósofos importantes como Agamben, Vatitmo, Badiou o Lipovetsky, pero no son tan relevantes y vitales como Han o Sloterdijk, especialmente para las nuevas generaciones. Más cercano al pensamiento actual está Bruno Latour, sociólogo y filósofo ecologista que debería mencionarse en las discusiones junto con Han y Sloterdijk.
En el mundo anglosajón, dominado por la filosofía analítica, es difícil pensar en una “estrella” de la filosofía; los más cercanos son Daniel Dennett y David Chalmers. Y aunque Dennett ha alcanzado cierta prominencia, en buena medida se debe a su actividad política o extrafilosófica, ligada al movimiento de los “nuevos ateos” que encabeza Richard Dawkins. De cualquier manera, el pensamiento de Dennett se acerca mucho a la neurociencia y se involucra muy poco con la tradición de la filosofía europea y grecolatina.
Sabemos que la celebridad no es equivalente al auténtico valor o al genio, especialmente en un terreno como la filosofía. Pero Sloterdijk merece desatacarse porque su celebridad está bien fundada (y porque la filosofía necesita lectores). Y su caso es notable puesto que no ha tenido que hacer filosofía pop -o muy poca- para hacerse relevante. Su talento consiste en lidiar con los temas de la tradición filosófica que hereda, fundamentalmente en el cauce de Nietzsche y Heidegger, de manera que entusiasma al lector actual sin rebajar su escritura o emplear carnadas intelectuales. Sloterdijk es menos coprológico y más aéreo, habla de esferas, vapor, aire acondicionado, espuma, ambientes, inmunología. El autor alemán es capaz de hacer filosofía divertida y estimulante sin dejar de ser seria, profunda y vital. Además ha sido capaz de hacer filosofía de gran aliento, como demuestra su trilogía Esferas, quizá lo más impresionante que se ha escrito sobre filosofía en el siglo XX.
Esferas aborda la historia "psicofísica" del ser humano desde una perspectiva espacial -en oposición al tiempo de Heidegger-. Aquí la filogenética recapitula la ontogenia. Y así como al nacer se produce una caída de la esfera cerrada y segura de la placenta hacia un mundo incierto, la civilización es también una especie de caída (y evolución) desde un espacio contenido, oceánico, comunitario a la soledad y al terror, expresado por Pascal, de los espacios infinitos, del silencio cósmico y la soledad del individuo.
El Racionalismo y la Ilustración son movimientos que se separan de un tejido de protección -esa ecología de espíritus- pero no dejan de fabricar esferas de inmunidad. De la misma manera que no dejamos de fabricar dioses, teologías e ídolos (con nombres seculares), después de la famosa "muerte de Dios" hay una necesidad de encontrarnos en espacios simbólicos y sociales en los que podamos crecer y encontrar protección. Así, para Sloterdijk, la ciudad y la nación, pero también las religiones y las ideas mismas de Dios y espíritus, son esferas, espacios psicohistóricos.
El último libro de Sloterdijk, titulado en español La herencia del dios perdido, es una colección de ensayos en torno al tema central de la filosofía, que Nietzsche puso en la agenda y desde entonces ha perdurado allí. El nihilismo y, más precisamente, el nihilismo metafísico, en el que está sumido el ser humano ante la pérdida de un horizonte último de significado.
Como gran parte de los filósofos continentales de la segunda mitad del siglo XX, Sloterdijk comprende que la creencia en ese horizonte último, en la gran narrativa que es el referente de todo, es una posibilidad que se ha agotado mayormente para el hombre occidental. Lo crucial es que el ser humano ya no puede creer, pero esta aparente liberación de la metafísica, o de lo que Heidegger llamó "ontoteología", no se traduce en auténtica libertad, ni siquiera en vitalidad. Su nihilismo vuelve a hacerse metafísica y, más aún, se moviliza como un impulso monoteologizante.
En este caso, lo que se eleva a esa condición metafísica o idólatra es el yo o ego, la esfera que refleja, como un microcosmos, la idea del dios único personal, autónomo, que es pura voluntad. Así pues, la narrativa de la liberación de la Ilustración, el progreso y la ciencia, son solamente nuevos capítulos en un proceso de entronización de ideas metafísicas a través de la creación de esferas de protección (que nos protegen de ese vacío que es insostenible). En este caso, el nuevo altar o el nuevo templo -del ego- se parece menos a un santuario y más a un teatro o a un mercado.
La paradoja que enfrenta el ser humano es que necesita crear una esfera de coinmunidad que nutra su espíritu y responda a los desafíos del medioambiente, y esto solamente lo puede encontrar en la religión o en lo religioso, pero el curso de la historia lo ha llevado a un punto en el que las religiones organizadas son implausibles para su pensamiento. De ello se derivan simulacros o sucedáneos seculares de religiones como la psicoterapia, la espiritualidad new age, el activismo o el turismo psicodélico. El tema es urgente, pues sin un sistema eficiente de coinmunidad no podemos enfrentar el desastre ecológico que se avecina. (No obstante, parte del pensamiento de Sloterdijk es esa conciencia, anunciada por Valéry, de la mortalidad de los seres humanos y las civilizaciones).
Sloterdijk no ofrece soluciones o respuestas fáciles ni contundentes a estas cuestiones, pues seguramente no las tiene, o son inescrutables para el ser humano. En esta situación en la que la religión es imposible pero indispensable sólo queda secretar la linfa religiosa, las cualidades de unidad, reverencia y apertura ante el misterio y una forma de piedad o respeto de la vida misma o la Tierra. Un impulso a contracorriente del frío, calculador y mecánico desencanto de la Ilustración. Cómo hacerlo cuando no podemos apoyarnos en ninguna base sólida o sustancia -en el sentido de una sustancia metafísica- es lo que requiere gran creatividad. En este sentido la obra de Sloterdijk es un buen comienzo, un surtidor de ideas y reflexiones, sin que ofrezca demasiada luz o esperanza. Y es que, como él mismo señala, "los historiadores" -o los filósofos de las genealogías- son "los mejores tanatólogos".
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