El 24 de junio se conmemora el aniversario del fallecimiento de Rufino Tamayo, ocurrido en 1991, cuando el pintor tenía 91 años de edad.
Tamayo trascendió en la historia del arte mexicano en buena medida por su originalidad, particularmente en una época en que las expresiones creativas estaban influenciadas en gran medida por los temas nacionales.
En el caso de la pintura, la época en que Tamayo desarrolló su obra coincidió con el auge del muralismo mexicano, movimiento que, salvo por algunas excepciones (notoriamente José Clemente Orozco), tuvo como motivos principales temas relacionados con la identidad mexicana como la reivindicación del pasado indígena, cierta idealización de la Revolución Mexicana como acontecimiento genuinamente popular y otros.
Tamayo escapó a dicha tendencia y se decantó hacia un estilo pictórico caracterizado por la profusión del color, la abstracción de las figuras y la elección de motivos anclados en la cotidianidad de la vida experimentada desde una perspectiva a medio camino entre la contemplación, la sorpresa y la imaginación, como si la realidad tuviera por sí misma ciertas cualidades estéticas que se transforman al pasar por la mirada del artista.
En reconocimiento a su trabajo, Tamayo fue invitado a exponer y enseñar durante largas temporadas en ciudades como Nueva York y París. Allí, además de destacar con su obra, adquirió una distancia de la vida pública en México que a la postre resultó determinante para el desarrollo de su estilo. A diferencia de algunos de sus contemporáneos, Tamayo no tuvo que respaldar opiniones políticas cercanas a los gobiernos en turno, lo cual le otorgó un grado importante de libertad creativa.
Bajo estas claves puede apreciarse la obra de Tamayo. Admirando su color, su vanguardismo, encontrando los puntos donde se conecta con la tradición mexicana (porque el tema está, pero no de las formas manidas en que fue utilizado) e intuyendo a partir de eso su autenticidad.
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