El psicólogo William James notó hace más de un siglo que la atención es la facultad esencial, pues constituye nuestra experiencia de la realidad. Como años después corroboraría la neurociencia, sólo aquello a lo que pongo atención se vuelve parte de mí y configura mi mundo. Y esto en grados: aquello a lo que pongo mucha atención, en cantidad y calidad, es aquello que es capaz de cambiarme. De hecho, la neuroplasticidad en los adultos requiere de que la mente esté enfocada y sea capaz de darle señales al sistema nervioso de que eso que percibimos es importante. La atención sostenida es la herramienta esencial para la transformación del ser.
Aunque en Oriente existen innumerables obras sobre la atención, tanto a nivel conceptual como prácticas, pues en la India tempranamente se dieron cuenta que el conocimiento depende de un tipo de atención -de una mente quieta mas alerta-, en la cultura occidental no hay tanto énfasis, si bien por supuesto existe una importante tradición mística y contemplativa que claramente también le da importancia a la atención. Sin embargo, en el siglo XX Occidente tuvo a la gran mística y filósofa de la atención Simone Weil. La pensadora francesa, que escribió de temas diversos -política, literatura, misticismo, etc.,- tuvo como una brújula constante la atención. Al igual que James, Weil observó que la educación debería tener como base la educación de la atención, pero fue más allá y entendió que la espiritualidad también debía ser predicada en torno a la atención. Weil, de hecho, tuvo una serie de experiencias místicas, las cuales siempre le ocurrieron a partir de momentos de atención intensa, por ejemplo, leyendo un poema con total concentración. Acaso, como se dice en la India, cuando la mente se concentra intensamente se purifica y se abre al influjo de lo divino.
El pensamiento de Weil sobre la atención es vasto y fascinante, pero recientemente Juan Arnau y Alejandro Martínez Gallardo han publicado un amplio artículo en la revista Cuadernos Hispanoamericanos que revisa, sintetiza y sitúa en su contexto filosófico la teoría y práctica de la atención de Weil. El artículo primero nos introduce a la biografía de Weil, quien, creciendo bajo la sombra de su hermano, el genio matemático André Weil, descubrió una puerta a través de la atención que la podía llevar también a "ese reino de verdad reservado al genio, a condición tan sólo de desear la verdad o hacer un continuo esfuerzo de atención por alcanzarla". Estos parecen ser los polos esenciales en el pensamiento de Weil, el deseo y la atención. El deseo es la luz creadora y la atención es el arte de aplicar esa luz, que puede quemar o iluminar.
Simone Weil ofrece un sendero soteriológico basado en la atención. Al igual que en el budismo, donde el samadhi es complementado o hasta apuntalado por la disciplina moral (shila), Weil también postula una base ética para emplear la atención en aras de alcanzar la sabiduría. Hay que poner atención a aquellas cosas que son realmente luminosas y quitar la atención de aquellas cosas onerosas que veces parecen brillar pero que son falsas. Pues las cosas que están vivas, que tienen una linfa espiritual, nos elevan a través del contacto y la simpatía. Arnau y Martínez Gallardo escriben:
hay un poder salvífico en la atención. Cuando atendemos a lo vivo, nos llenamos de vida, y el problema de nuestro tiempo es que atendemos demasiado a algo que parece vivo, por ser luminoso, pero que está muerto. La práctica de la atención es tanto una discriminación que permite educar el deseo, orientarlo hacia lo auténticamente vivo y luminoso, como también, en su forma más elevada, un estado receptivo y abierto, que participa en la naturaleza sacramental del mundo.
Weil sugiere que nuestra mirada es esencial en nuestra experiencia del mundo. Si vemos las cosas con ansia y aferramiento, el mundo que experimentaremos será un mundo pesado, aletargado y disminuido, equivalente al mundo de la cueva de Platón. Pero si vemos las cosas sin apego, si nos libramos de la densidad del yo, que mira sólo con deseo de poseer o explotar y que teme su propia destrucción, por lo cual proyecta su imaginación sobre el vacío, podemos acceder a la realidad, a algo que es por naturaleza bello y luminoso. Al estado de gracia en el que existen realmente las cosas, cuya existencia no está en sí mismas, sino que es un regalo, un don divino. "De mí sólo se requiere la atención, esa atención que es tan plena que hace que el yo desaparezca. Privar de la luz de la atención a todo aquello que denomino yo, y dirigirla a lo inconcebible", escribe Weil.
En la vida y en el pensamiento de Weil tenemos un testamento del poder y la belleza de la atención, el cultivo de la luz de la mente. Actualmente vivimos en lo que muchos analistas llaman "la economía de la atención", es decir, un mundo en el que la atención es el capital, y en el que existe una gran competencia por captar la atención de las personas, pues la economía digital vive de ella. En Simone Weil tenemos un buque insignia que nos guía sugiriendo que nuestra atención es sagrada y debemos cuidarla y cultivarla para tener una mínima autonomía -ante la bestia social- y poder acceder, luego, a los estados más elevados de la experiencia.
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