Cuando se habla de negligencia, la Real Academia de la Lengua Española la define como “falta de cuidado” y, en una segunda acepción, como "falta de aplicación”. Sin embargo, en el caso de las disciplinas que estudian la psicología humana (y sobre todo los especialistas en salud emocional, principalmente aquellos psicólogos y psiquiatras allegados a la teoría del apego y el psicoanálisis), la negligencia emocional tiene que ver con la ausencia de cuidados, interacción e intimidad entre el cuidador y un niño. Este fenómeno suele repetirse epigenética y conductualmente a lo largo de la vida de uno y de hasta cuatro generaciones en distintas áreas de la vida, tales como las relaciones de amistad, la familia y los vínculos sexuales y afectivos.
Para los psicólogos clínicos John Bowlby y Mary Ainsworth, la negligencia emocional es una forma de abuso psicológico que puede darse sistemática y estructuralmente. En la familia, el abandono físico o emocional (es decir, la incapacidad de brindar afecto, cariño y cuidados en los momentos específicos en que el niño lo requiere) suele ocasionar una serie de heridas en la psique de una persona que pueden durar toda la vida. Como es el caso de dejar solo al niño durante períodos largos sin proveerle los cuidados emocionales o físicos necesarios, o no devolverle la mirada a través de expresiones faciales como la sonrisa. Un ejemplo en el cine de negligencia física, psicológica y económica es el caso de Harry Potter viviendo en casa de sus tíos.
Este video explica con más detalle los efectos de la negligencia emocional:
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¿Cómo vive una persona que ha sufrido negligencia emocional en la infancia?
Para varios especialistas de la salud psicológica, como los mencionados Bowlby y Ainsworth, o el psicólogo sexual vasco Javier Gómez Zapiain, la negligencia emocional impacta directamente en la seguridad, sentido de refugio o lugar seguro, la búsqueda de intimidad o de proximidad del sujeto. En palabras de Zapiain:
[Una figura de apego], en tanto que base de seguridad, permite al niño explorar el mundo, alejarse y acumular experiencia. Como tal debe ser percibida como incondicional, accesible, estable y duradera. Por otro lado, la figura de apego es el puerto de refugio. Es la salvaguarda ante situaciones percibidas como peligrosas o ante estados de aflicción, tristeza o malestar. Es el puerto al que uno acude para afirmarse, reasegurarse, consolarse, reforzarse.
Es decir que si una persona no ha crecido con una figura de apego que le provea seguridad, refugio e intimidad de manera incondicional, estable y accesible, lo más probable es que pueda desarrollar ciertos rasgos de personalidad tales como inseguridad, evitación, miedo al compromiso, conductas incoherentes que bailan entre lo cálido y lo frío o incluso tener relaciones poco cálidas y distantes. En su libro Apego y sexualidad (2009), Zapiain explica que las parejas de apego evitativo suelen ser:
[...] Se caracteriza por la falta de flexibilidad, mutualidad y reversibilidad, si por un marcado grado de asimetría y rigidez en la relación entre cada uno de los miembros. [...] Muestran una gran dificultad para reconocer y aceptar sus necesidades de dependencia. Los evitativos han aprendido a cortar con los sentimientos de dependencia y vulnerabilidad, mostrando una gran reactividad a las manifestaciones de dependencia. Este tipo de pareja mostraría un grado de conflictividad bajo. Se caracteriza por un tipo de relación poco cálida y distante. Cada miembro mostraría una baja demanda emocional hacia el otro. Ambos se caracterizarían por su autosuficiencia emocional, aunque ésta podría ser claramente defensiva.
Incluso, cuando una persona ha vivido negligencia emocional puede llegar a pensar que el problema sólo está en el descontento del otro, evitando estar en una posición de dependencia, rechaza así cualquier expresión de necesidad de dependencia del otro. Una persona de ese tipo suele tener conflicto si la pareja o los vínculos afectivos más cercanos se sienten crónicamente abandonados emocionalmente y el evitativo muestra desdén hacia las expresiones de necesidad de dependencia por parte del otro.
Si bien anteriormente se consideraba la noción de que “infancia es destino”, la epigenética y la neurología se han encargado de demostrar que el cerebro del ser humano cuenta con un enorme margen de neuroplasticidad, esto es, la capacidad y habilidad de adaptarse a diversas circunstancias a lo largo de su existencia: se puede aprender idiomas sin importar la edad, se puede aprender a tener vínculos saludables, se puede aprender a cambiar.
La infancia nos moldea, sin duda, y su influencia es decisiva sobre nuestro desarrollo personal, en distintos ámbitos, pero al mismo tiempo es sólo una etapa de nuestra vida cuyos aprendizajes podemos cambiar si los hacemos conscientes y realizamos el esfuerzo de adquirir nuevos hábitos.
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Imagen de portada: We Need to Talk About Kevin, Lynne Ramsay (2011)