En torno a la muerte existen toda clase de mitos, en buena medida porque esta es la experiencia última del ser humano, después de la cual no queda ningún registro ni testimonio. Además, como es el fin de la vida, para nosotros que somos animales conscientes, se trata también del último enigma, pues si ya sabernos vivos puede parecer un misterio, a la muerte tampoco la entendemos: no entendemos por qué tenemos que morir, por qué nuestros seres queridos tienen que irse y por qué la muerte llega tan inesperadamente.
En esa ambigüedad, las interpretaciones más trascendentes respecto de la muerte son de índole religiosa. Hasta la fecha y prácticamente desde que el ser humano comenzó a tener cultura, la muerte tomó su lugar en las explicaciones del pensamiento mágico sobre la realidad en la que vivimos y, según sea el caso, se le miró como una especie de paso necesario para arribar a otro mundo: el Cielo o el Infierno, el inframundo, otra vida, otro plano de realidad, etcétera.
Y como en el ser humano un significado siempre forma parte de una cadena, nunca existe aislado, dichas interpretaciones de la muerte han estado asociadas a “visiones" diversas: una luz que guía, una oscuridad que todo lo cubre, una voz desconocida que nos encamina, un recuerdo grato que de pronto surge de la memoria, una sensación desconocida de paz y tranquilidad infinitas, etc. Estos signos abundan en los relatos de personas que, por distintos motivos, han estado a punto de morir pero se salvan en el último momento.
Sin embargo, un estudio reciente produjo una nueva hipótesis sobre esas experiencias cercanas a la muerte, las cuales, inesperadamente, parecen surgir de las mismas regiones del cerebro involucradas en los efectos que se desencadenan en el cuerpo al consumir sustancias psicodélicas.
La investigación en la que se analizó este singular fenómeno se realizó en el Imperial College London bajo la dirección de Chris Timmermann y la supervisión de Robin Carhart-Harris. Como hemos reseñado antes en Pijama Surf, Carhart-Harris encabeza uno de los pocos proyectos en nuestra época de estudio científico sobre los psicodélicos, en el cual se ha descubierto que el cerebro de una persona en LSD y el de un niño tienen prácticamente las mismas características creativas, que los psicodélicos pueden contribuir notablemente a reducir la neurosis o que los hongos alucinógenos son capaces de curar la depresión.
En este caso, el estudio en cuestión involucró a 13 voluntarios, divididos en dos grupos. Los integrantes de uno de los grupos recibieron dos dosis de solución salina y los del otro dos dosis de dimetiltriptamina (o DMT, considerada la sustancia psicodélica más poderosa del mundo, la cual existe naturalmente), en dos sesiones separadas cada una por 1 semana. Cabe resaltar que en ninguno de los dos casos se les comunicó a los participantes qué tipo de sustancia habían recibido, con el propósito de no propiciar ningún tipo de sugestión en la experiencia o los efectos.
En el caso de quienes recibieron las dosis de DMT, el relato de sus experiencias fue confrontado con un cuestionario desarrollado en 1983 para analizar las experiencias cercanas a la muerte y clasificarlas después en función de una escala conocida en inglés como NDE Scale (por near-death experiences). En aquellos años, dicho instrumento de investigación se usó en 67 personas, de las cuales se obtuvieron testimonios sobre los elementos que quienes han estado a punto de morir ven, escuchan, sienten, piensan, etcétera.
En el experimento dirigido por Carhart-Harris, se observó que las experiencias que provoca el DMT son sumamente similares a las que tuvieron aquellas personas al borde de la muerte, a tal grado que las respuestas recabadas en el cuestionario NDE de los años 80 fueron casi idénticas a los relatos de quienes consumieron la poderosa sustancia psicodélica sin saber que lo hacían. En específico, las coincidencias estuvieron en la impresión de “disolución del ego” y sentirse “unificado” con el entorno.
En esta ocasión la actividad cerebral de los participantes no fue examinada, pero se espera que en experimentos próximos se añada dicho análisis que, por razones obvias, no ha sido tomado en cuenta al estudiar las experiencias de muerte inminente. De acuerdo con Carhart-Harris, de este modo podrían comprenderse mejor los procesos psicológicos y biológicos provocados en el ser humano ante el fin de la vida.
Si estas investigaciones prosiguen, probablemente se descubra científicamente el sustento de intuiciones que el ser humano ha tenido sobre sí mismo en relación con la muerte y las cuales ha expresado más bien metafóricamente, en un código religioso o filosófico. Desde hace algunos años se sabe, por ejemplo, que el DMT segregado naturalmente desde la glándula pineal participa tanto en la generación de sueños como en las experiencias místicas. Más allá de la muerte, el entendimiento de este fenómeno podría, más bien, arrojar luz sobre un fenómeno que hasta ahora permanece todavía incomprendido. ¿Qué pasaría si el ser humano comprendiera cómo funciona esa segregación natural de DMT y pudiera aprender a controlarla?
También en Pijama Surf: La misteriosa relación entre la glándula pineal, el DMT y los 49 días de la reencarnación del alma
Imagen de portada: The Fountain, Darren Aronofsky (2006)