Quien esté familiarizado con las esculturas de la Grecia clásica quizá no podrá haber dejado de notar una característica singular y acaso hasta obvia para el espectador: en el caso específico de los hombres inmortalizados en el mármol de esas figuras, el reducido tamaño de su miembro viril.
Y no es que esto sea sorpresivo per se, sino quizá más bien que nuestra mirada actual está más o menos educada para, por decirlo de algún modo, esperar otra cosa. La pornografía es quizá el mejor medio en donde se palpa esta idea del cuerpo masculino y de ese rasgo anatómico en especial. En las películas del porno “tradicional”, los hombres por regla general tienen un miembro de proporciones desmedidas, lo cual es físico pero también es simbólico, pues en la medida en que el pene es metáfora del poder y, por ende, ambos son significantes fundamentales del campo de lo masculino, se entiende entonces que en un sistema cultural dominado por esto mismo, tener mucho pene signifique ser muy hombre.
Sin embargo, esto no fue siempre así. En una interesante entrada del blog How To Talk About Art History, la historiadora del arte Ellen Oredsson publicó una respuesta informada a la pregunta de un lector sobre por qué las estatuas antiguas tienen penes tan pequeños.
“Por ‘antiguas’ supongo que te refieres a griegas y romanas”, comienza Oredsson, pues la desnudez genital es propia de ese momento de la historia y, después, en esa relectura moderna del mismo periodo que llamamos Renacimiento. Y es que en ambos casos, los artistas no tuvieron reparo en retratar la desnudez del cuerpo humano.
¿Por qué razón? En buena medida porque, como bien señala la historiadora, la idea de belleza en la Antigüedad clásica o en la Europa renacentista era distinta a la que ahora tenemos interiorizada en nuestra mirada. Ahora los cuerpos que podríamos considerar “bellos” en realidad son más bien deseables, y esto por un único fin: que por esta cualidad sean también cuerpos consumibles, mercancías sujetas a las leyes del mercado. Antes, en cambio, la belleza estaba ahí para propiciar la contemplación y el disfrute; es decir, la belleza era parte del suceder del hecho estético, el sobrevenir de esa experiencia y ese instante que se presenta como tal, gratuitamente, sin otro fin que sí mismo.
En este sentido, un pene de dimensiones mayúsculas era, según Oredsson, una características que rompía con las proporciones harmoniosas necesarias para considerar bello un cuerpo masculino (como en el caso de los faunos o los sátiros, o divinidades deformes como Baco y Príapo, todos ellos recordados por su monstruosidad). Harmonía en que el cuerpo era indisociables de la mente. Al respecto escribe Oredsson:
Todas las representaciones de penes grandes en el arte y la literatura de la Grecia antigua están asociadas con hombres tontos, lujuriosos o brutales, como los sátiros. Mientras que el ideal griego del hombre era racional, intelectual y autoritario. Podría sostener muchas relaciones sexuales, pero esto no estaba relacionado con el tamaño de su pene y, de hecho, uno pequeño le permitiría mantenerse fríamente lógico.
Como evidencia de esta perspectiva, la historiadora del arte también cita unos versos de Aristófanes (Las nubes, 1010-1019) en que el “Argumento Justo” hace para un joven la comparación las costumbres del pasado con las del presente, calificando estas últimas como una degeneración de las primeras. En esta confrontación, el pene también tiene cabida:
Si haces lo que te digo y sigues mis consejos, tendrás siempre el pecho robusto, el cutis fresco, anchas las espaldas, corta la lengua, gruesas las nalgas y proporcionado el pene. Pero si te aficionas a las costumbres modernas, tendrás muy pronto color pálido, pecho débil, hombros estrechos, lengua larga, nalgas delgadas, pene desproporcionado, y serás gran litigante.
Así las cosas, podría decirse que la razón por la que los hombres esculpidos en la Grecia clásica tienen penes tan pequeños es porque el tamaño del miembro viril era lo último que importaba a los griegos al momento de calificar la belleza de un cuerpo masculino.
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