Ejercicios de percepción espiritual 2: recuerda constantemente

En la segunda entrega de los ejercicios de percepción espiritual --un acercamiento práctico a la espiritualidad basado en el desarrollo y purificación de la percepción, tomando el ejemplo de grandes maestros de la filosofía, el arte y la religión-- indagaremos la noción budista de que la realidad como la conocemos --sólida, fija y estable-- es una ilusión. En esto no se hace distinción: tanto la vigilia como los sueños son irreales, son fabricaciones mentales interdependientes. Para llevar a la mente a la lucidez de darse cuenta de que "esto es un sueño", los budistas practican diversas meditaciones y ejercicios de autoobservación. Intentaremos aquí brindar un poco de contexto, esbozar la parte simple --y no por ello menos poderosa-- del ejercicio y entender la filosofía que sustenta esta noción, la cual es fundamental para que podamos llegar a la realización de una conciencia despierta, la cual es la esencia del estado de la budeidad: el término buddhi significa justamente despertar, una conciencia lúcida y despierta. Finalmente consideraremos que este ejercicio va más allá de una práctica para tener sueños lúcidos, si bien puede tener ese beneficio como un efecto añadido, su perfeccionamiento hace de la vigilia y el sueño un mismo contínuum, un único estado de conciencia libre de apegos, fijaciones y dualidad perceptual. Un paso esencial para el gran cometido de hacer la mente como el espacio: luminosa vacuidad que se da cuenta de sí misma. 

La metáfora de la existencia ordinaria como un sueño aparece en innumerables sutras y comentarios en las diferentes escuelas del budismo. Una de las más famosas menciones ocurre en el Sutra del Diamante:

Debes ver este mundo como algo pasajero,

como una estrella en la mañana, una burbuja en un arroyo,

un relámpago o una nube de verano,

un destello parpadeante, un espectro y un sueño.

Esta serie de imágenes que encontramos en el budismo mahayana nos llegan a través del gran maestro tibetano Lonchenpa como ocho símiles que ilustrarán diferentes principios filosóficos de la irrealidad. Longchenpa nos dice que el mundo se parece a un reflejo en un espejo, a la luna en el agua, a un eco, a un arco iris,  a un sueño, a una ciudad de gandharvas, a un espectro y a una ilusión óptica creada por un mago. En uno de sus Siete preciosos tesoros, se dice:

La felicidad o el sufrimiento del nirvana o el samsara son como sueños o pesadillas. Desde el momento de su aparición, su naturaleza está libre de elaboración. A partir de esta [naturaleza libre de elaboración], la causalidad del surgimiento y la cesación aparecen como un sueño, como maia, como una ilusión óptica, una ciudad de gandharvas, un eco, un reflejo, sin ninguna realidad.

Es por esta noción de la irrealidad e insustancialidad del mundo que los budistas practican diferentes técnicas para establecer en su percepción lo que llaman "la perspectiva correcta", que en este caso consiste en ver que el mundo es irreal, por impermanente e interdependiente. En su conferencia sobre el budismo, parte de un ciclo de Siete noches, Borges hace un comentario sobre esta práctica:

En los monasterios budistas uno de los ejercicios es este: el neófito tiene que vivir cada momento de su vida viviéndolo plenamente. Debe pensar: "ahora es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio, ahora me encontraré con el superior", y al mismo tiempo debe pensar que el mediodía, el patio y el superior son irreales, son tan irreales como él y como sus pensamientos. 

Borges añade que para poder acercarnos a erradicar el sufrimiento "debemos llegar a comprender que el mundo es una aparición, un sueño, que la vida es sueño. Pero eso debemos sentirlo profundamente, llegar a ello a través de los ejercicios de meditación".

En la traducción de uno de los textos preliminares para la práctica de la Gran Perfección de Longchenpa (el cual Keith Dowman traduce como Maha Yoga), se dice:

Como práctica principal medita de la siguiente forma:

El mundo exterior, sus montañas y valles, pueblos y ciudades y seres vivientes,

compuestos de tierra, agua, aire, fuego y espacio, todas las formas, sonidos, olores, sabores y sensaciones,

los cinco objetos sensoriales y el mundo interno de la mente-cuerpo y su conciencia sensorial, toda la experiencia,

deben ser atendidos incesantemente como un sueño.

Longchenpa dice que esta conciencia del sueño que es la realidad tiene los beneficios de que "el intelecto se relaja y el aferramiento inmediatamente cesa --el aspecto objetivo es refutado, y el sujeto se retira", esto después de un tiempo permite que cuando la mente se acerca a las situaciones "como si fueran un sueño", sin poder encontrar algo sustancial a lo cual adherirse, entonces se "sumerge en un espacio todopenetrante como el cielo... desprovista de toda actividad mental compulsiva, emerge como espontánea y simple cualidad vacía". Esto nos lleva a una prístina conciencia no dual, lo que se conoce como rigpa. La mente se vuelve como el espacio en toda su vastedad y vacuidad, el único fundamento constante y real. Esta realización, nos dice Longchenpa, tiene numerosos otros beneficios, como los que pueden ocurrir en un sueño lúcido: al  descubrir que estamos soñando podemos viajar inmediatamente a paraísos de la mente --a todas las Tierras Puras-- y ejercer todo tipo de poderes supernaturales y "alcanzar el jnana, el samadhi y una multitud de dakinis" y, sin embargo, el beneficio supremo es la liberación de la ilusión consustancial de la existencia reificada.

Thinley Norbu Rinpoche, uno de los más recientes grandes maestros del linaje budista Nyingma, el más antiguo del Tíbet y del cual también forma parte Longchenpa, dice en su libro Magic Dance: "los fenómenos no tienen existencia verdadera pero aparecen a todos. Ver todas las apariciones como mágicas, y así abandonar el apego a la existencia como real, entonces, tiene la habilidad de lograr la liberación". Así el sueño y los fenómenos de los cuales está compuesto se vuelven sabiduría pura, la delicia del espacio libre que conoce el gran espectáculo de la existencia sin formar ninguna relación objetificante; libre de la alucinación de creer en su realidad, el arco iris se puede disfrutar como lo que es. Para establecer este delicioso modo de percepción, en el cual nada se cristaliza, nada se coagula --el modo del contemplativo puro, es sumamente útil repetirnos todos los días cada vez que descubrimos que nos estamos enmarañando con una situación, que nos identificamos con un fenómeno o un concepto o que simplemente creemos en la solidez irreversible de las cosas: "esto es un sueño". ¡Y que alivio que lo sea! 

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Para entender por qué los budistas consideran que el mundo es como un sueño, debemos explorar la noción del surgimiento dependiente o pratityasamutpada.      

Padmasambhava ("el nacido del loto"), el gran patriarca del budismo tibetano, inicia sus instrucciones sobre el yoga de los sueños: "Es así: todos los fenómenos son inexistentes, pero aparentan existir y son establecidos como varias cosas". Con esto no se refiere a los fenómenos de los sueños solamente, los fenómenos de la vigilia también son inexistentes. Alan Wallace comenta sobre esto en su texto Dreaming Yourself Awake: Lucid Dreaming and Tibetan Dream Yoga for Insight and Transformation: "Nos está sugiriendo que nuestra experiencia despierta es tan ilusoria y fantástica como nuestros sueños. Esta es la perspectiva de la vacuidad". Lo que significa que "los fenómenos no existen por su propia naturaleza, ni subjetiva ni objetivamente... existen interdependientemente". En los sueños esto nos queda muy claro, una montaña, una persona, un evento que sucede en el "drama onírico" es claramente dependiente de nuestra imaginación, de nuestros recuerdos, de eventos que vivimos anteriormente. Tiene una existencia interdependiente, no una existencia inherente. Todo lo que aparece en el sueño son formaciones de la mente; el budismo nos dice que también todo lo que aparece en la vigilia son formaciones de la mente y tienen una existencia interdependiente. Y, de la misma manera que es útil cobrar lucidez durante los sueños para no sufrir por los eventos que ocurren --aunque estos se esfumen cuando llega el amanecer, algunos de los cuales nos pueden llevar al más puro terror, es igualmente necesario obtener un estado de lucidez en la vigilia para que así no suframos por los eventos que ocurren, los cuales también se desvanecerán un día.

Es importante mencionar que vacuidad no debe entenderse en términos nihilistas, como una ausencia absoluta de toda existencia, sino como un "no encontrar algo". Ya que las cosas son interdependientes, si trazamos las causas de cada una y vemos de qué dependen, tendremos que hacer una regresión infinita y nunca encontraremos una esencia independiente. Los budistas han hecho una épica pesquisa a lo largo de los siglos para encontrar el yo y no lo han hallado, justamente porque todos los candidatos dependen de una u otra cosa y no parecen tener una esencia inherente en la cual se pueda apuntalar ese yo. Dice Wallace:

¿Qué o quién es este yo? Si apuntas a tu cuerpo, bueno, pues eso es el "cuerpo", no el "yo". Usualmente pensamos que somos más que sólo nuestro cuerpo, por lo que podemos decir que el "yo" o está en el cuerpo o el "yo" es superior al cuerpo... Pero si el "yo" está en el cuerpo, ¿en dónde en el cuerpo es que está? Si apuntas a tu pecho y dices "está en mi corazón" puedes estar seguro que ningún cirujano del corazón ha visto un "yo" ahí. Si dices que tu "yo" está en tu cerebro --el centro donde se asume yace el pensamiento y el espacio centralizado entre tus órganos sensoriales principales-- tampoco ningún neurocirujano ha visto el "yo" ahí.

Es posible que entonces sostengas que esto es una reducción muy simplista y que existimos como algo más complejo y sofisticado --algún tipo de patrón o colección de partes corporales y pensamientos producidos neuronalmente, memorias y emociones. Pero al afirmar esto hemos regresado a la idea budista de la interdependencia.

Wallace añade que este mismo proceso puede llevarse a cabo con todos los objetos y fenómenos; en todos los casos existe una interdependencia. Es por ello que el físico Werner Heisenberg dijo sobre las observaciones de la mecánica cuántica: "lo que observamos no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza expuesta a nuestros métodos de interrogación". Dentro de este mundo (sueño) no podemos ir más allá de la interdependencia.

Así el átomo se vuelve, como el yo individual, una entidad interdependiente cuya naturaleza recae en causas previas y condiciones, componentes y atributos del fenómeno observado y, sobre todo, en una designación conceptual --la medición, la experimentación y el etiquetado que involucra a una lista creciente de partículas subatómicas y sus comportamientos, los cuales nos llevan a la perplejidad. Si los átomos no tienen existencia absoluta... entonces todo el universo es puesto en duda.

Y la estocada final: "si estás reificando estás soñando", es decir, si percibes una realidad de objetos separados, que se mantienen fijos y estables, es seguro que estás dentro de un sueño.  

Esto nos puede llevar a la conclusión de que el yo, o más aún de que el ser, no está en ninguna parte o que de existir, necesariamente, debe de estar en todas partes, debe de ser no-local, debe de estar distribuido equitativamente sin un centro y desafectado de todos los cambios y sucesos que ocurren. Es por esto que algunas corrientes budistas,  como el dzogchen, hablan del espacio base de los fenómenos como la mente y como la realidad absoluta, el cuerpo unitario de todos los fenómenos, el dharmakaya, el cual es vacuidad-sabiduría inmacualda. Y es que el espacio es la metáfora de lo único constante, lo único que permanece, la simiente o base de todos los fenómenos. Como dice D. T. Suzuki: "La vacuidad, conceptualmente susceptible a confundirse con la nada, es de hecho el reservorio de infinitas posibilidades". Es este vacío la fuente ubicua de la cual surgen todos los fenómenos como estrellas fugaces, y a la cual todos regresan. Y es por todo lo anterior que se dice que el espacio es la esencia de "vajra", lo único indestructible.

Por último, quiero terminar esta segunda parte de los ejercicios espirituales de percepción con unos breves fragmentos de un texto de Dudjom Lingpa, otro de los grandes maestros Nyingma. En el libro traducido como Buddhahood without Meditation, Dudjom Lingpa narra cómo es visitado por algunas de las emanaciones de los budas de su linaje. Como en sueños, estos seres iluminados le revelan que el mundo es un sueño:

En una ocasión cuando me encontré con Orgyan Tsokey Dorje, la encarnación de las ilusiones mágicas de la conciencia intemporal, me dio algunos consejos sobre cómo refinar mi percepción para que pudiera notar que las cosas son ilusorias (gyu-ma). "Para que te introduzca directamente a la interdependencia de causas y condiciones aviniendo de manera conjunta, considera lo siguiente: la causa es el fundamento del ser como espacio base, el cual es prístinamente lúcido y está dotado de la capacidad de que cualquier cosa surja de él. La condición es una conciencia que concibe de un 'yo'. Al juntarse estas dos, todas las apariencias sensoriales se manifiestan como ilusiones.

Dudjom Lingpa nos empieza a revelar el secreto para lograr percibir el sueño como lo que es: sueño, ilusión. La identificación con un yo es lo que impide que notemos la irrealidad de las cosas, puesto que al concebir un yo estamos necesariamente también construyendo un edificio mental que nos separa de todas las demás cosas: ser un yo individual es no ser todo lo demás. Es el yo el que crea el mundo de los objetos. Y para seguir existiendo, desesperadamente en un instinto de subsistencia, nos hace creer que esos objetos, de los cuales obtiene su identidad por diferenciación, son reales. Sólo así él también es real. Continua Dudjom Lingpa: 

Todos los fenómenos, que se manifiestan como lo hacen, son inefables, y sin embargo aparecen debido a la influencia de concebir un yo. Este proceso es como un espejismo apareciendo por la sincronicidad del espacio vívidamente claro y la presencia del calor y la humedad. Todas las apariencias sensoriales de la conciencia despierta, los estados oníricos, el bardo, las vidas futuras son aparentes y sin embargo inefables. La confusión nace de nuestra fijación en su aparente realidad. Es esto como un sueño que uno no considera una ilusión. En vez de decir "Esto es un sueño", se solidifica y reifica como un objeto persistente del ambiente. Debido a la predominante condición de la percepción de un "yo" interno, el reino de los fenómenos se manifiesta como un algo que es un otro. Esto es como la aparición de un reflejo a través de la conexión interdependiente de un rostro y un espejismo juntándose. 

Todas las apariencias sensibles no son más que el espacio base del ser, y son una con el espacio base en sí mismo, como los reflejos de todos los planetas y estrellas en el océano que no son otra cosa más que el océano, son uno y el mismo sabor que el agua misma.

Creo que tenemos aquí una buena plantilla para trabajar con este ejercicio cuyo fin es liberarnos del sufrimiento que genera la percepción de una realidad estable, obtusa y onerosa y de una relación de identidad fija con las cosas, con los fenómenos y con el yo mismo. La inspiración viene por parte de este tesoro de conocimiento que nos ha legado el budismo. Como señala Borges:  

Gautama que llegó a ser el Buddha, es decir, el Despierto, el Lúcido --a diferencia de nosotros que estamos dormidos o que estamos soñando ese largo sueño que es la vida. Recuerdo una frase de Joyce: "La historia es una pesadilla de la que quiero despertarme". Pues bien, Siddharta, a la edad de 30 años, llegó a despertarse y a ser el Buddha.

Y el mismo escritor argentino alcanza a atisbar que: 

Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.

Estemos atentos a percibir esos "tenues y eternos intersticios", esos "glitches" en la construcción relativa de la realidad, esos túneles radiantes en el cuerpo de Maya, para en un acto de conciencia lúcida y relajada encontrar la salida de esta casa de los sueños que, como alcanzó a percibir el Buda, está siendo consumida en este mismo momento por un devorador incendio.

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