Científicos esperaron 50 años para tener estas impresionantes imágenes del cerebro en LSD

Los últimos experimentos científicos con LSD habían ocurrido en la misma época en que se popularizó su uso con fines recreativos: la década de 1960. Quizá no por casualidad el uso de la sustancia se prohibió en cualquier ámbito, lo mismo en el laboratorio que en el club nocturno, con lo cual se interrumpió (al menos legalmente) la exploración de sus efectos sobre la psique humana.

Eso al menos hasta los primeros años de la década de 2010, cuando David Nutt, profesor de neuropsicofarmacología en el Imperial College de Londres y antiguo consejero del gobierno británico en materia de drogas, y su colega Robin Carhart-Harris, se convirtieron en la cabeza de un importante movimiento científico que reactivó la investigación respecto del LSD y otras sustancias psicoactivas en su efecto sobre trastornos mentales como la depresión, la neurosis, el síndrome de estrés postraumático, entre otros. Desde entonces, en Pijama Surf hemos seguido de cerca la labor y resultados de Nutt y Carhart-Harris, desde uno de sus primeros estudios en que se encontró que el alcohol es peor que la heroína, otro sobre la posibilidad de que el LSD permita al sujeto estar en paz con sus neurosis y también uno más sobre el abanico amplio de los entéogenos (de los hongos a la marihuana, pasando por el MDMA y el LSD) y su potencial terapéutico para tratar diversas enfermedades psicológicas, entre otras notas. Cabe mencionar que estas investigaciones han sido posibles gracias a un esfuerzo combinado de crowdsourcing y el apoyo de la Fundación Beckley.

En esta ocasión, la dupla científica vuelve a llamar nuestra atención porque acaban de obtener imágenes de lo que le sucede al cerebro humano cuando se encuentra bajo los efectos del LSD. Antes no se contaba con la tecnología necesaria para registrar dichas observaciones, después vino la prohibición y sólo hasta este momento han coincidido ambas condiciones: experimentar científicamente con LSD es legal y queda constancia de esos resultados en imágenes impresionantes como esta que compartimos.

El experimento llevado a cabo consistió en dar a 20 voluntarios física y mentalmente sanos una dosis de 75mcg de LSD y al día siguiente un placebo. En ambas situaciones se registraron los efectos con tres diferentes técnicas de obtención de resonancia magnética, con las cuales se midió el flujo sanguíneo, las conexiones cerebrales funcionales y las ondas cerebrales generadas.

Como se ve en la imagen, la actividad general del cerebro luego del consumo de LSD es notablemente superior al del cerebro en placebo. En parte por los colores en que las maquinas de resonancia magnética arrojan las imágenes, pareciera que la mente se encontrara en llamas, encendida de pronto por un fuego que la cubre casi por completo. Según Carhart-Harris, esto se explica en parte por la capacidad alucinatoria de la sustancia, la cual hizo a los pacientes “ver con los ojos cerrados”, esto es, “ver” no la realidad del mundo exterior sino visiones emanadas de su mundo interno. Insistir tanto en que se trató de una experiencia visual no es azaroso sino que, a decir del profesor, fueron efectivamente las zonas del cerebro asociadas con este sentido las que presentaron mayor actividad.

Por otro lado Carhart-Harris también resaltó que, a nivel de conexiones, el LSD propició una red más intensa y amplia entre las regiones del cerebro asociadas con la vista, la atención, el movimiento y el sentido del oído, dando lugar a “un cerebro más unificado”.

En contraparte, sin embargo, también es menester mencionar que otras conexiones se interrumpieron, significativamente la que existe normalmente entre el parahipocampo y el córtex retrosplenial; esta pérdida podría ser la causante de uno de los efectos más característicos del LSD: la sensación de pérdida de identidad subjetiva que se experimenta y que, acto seguido, muchas veces es reemplazada por una “fusión” con una especie de “unidad primigenia” que puede tomar la forma de la naturaleza, Dios, el Ser, etcétera.

Para Nutt, estos descubrimientos son para la neurociencia lo que el hallazgo del bosón de Higgs fue para la física de partículas. En términos menos metafóricos, el profesor asegura que conocer tan a detalle los efectos del LSD sobre el cerebro podría, entre otros usos, ayudar a revertir las restricciones al pensamiento y la mente que se imponen cuando pasamos de la infancia a la edad adulta. Una proposición sin duda tentadora y arriesgada, pues sus implicaciones tocan lo mismo los terrenos del pensamiento creativo (artístico y científico) y la sexualidad, la manera en que entendemos nuestras emociones y las de los demás e incluso, llevando la idea de Nutt más lejos, el orden social mismo podría transformarse, ser otro.

Hasta dónde llegarán estas investigaciones es una respuesta que, quizá como nunca en la historia, es una moneda en el aire.

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